A
finales de 1609, después de finalizar la denominada Guerra de las Alpujarras
organizada por los moriscos granadinos contra el reino español, del que éste
último salió vencedor, su majestad Felipe IV ordena a Juan de Mendoza, marqués
de San Germán, a que prepare la misma armada de galeras y naves que se habían
ocupado de la expulsión de los moriscos en el levante para expulsar a los moros
de Murcia, Jaén, Villa de los Hornachuelos y el resto de Andalucía.
Ante
este hecho, el caballero veinticuatro de Jaén, don Pedro del Salto Valtodano,
apoyado por el otro caballero don Ambrosio del Águila, comienzan a denunciar a
los moriscos de la ciudad. Este grupo perseguido por el reino cristiano estaba
sometido a un tipo de servicio especial o a impuesto, por lo que días antes de
la publicación del bando llegó a la capital del Santo Reino un reputado genovés
para cobrar una cantidad extraordinaria a la casa consistorial de Jaén con el
fin de que indemnizara económicamente a los futuros moriscos expulsados.
Tras
la publicación del bando municipal, el cabildo de la ciudad se reunió días más
tarde de forma extraordinaria para decidir consultar con la corte real las
dudas que suscitaron dicha orden de Felipe IV.
La
población morisca representaba el 10 por ciento de los vecinos de nuestra
ciudad. Todos ellos tuvieron que dejar sus bienes en manos cristianas, quienes
se encargaron de su gestión en los siguientes años. Todos debían dirigirse a
tierras africanas. Aquellos que salieron por Málaga se establecieron en países
como Argelia, Marruecos y Túnez.
Sin
embargo, el 6 de septiembre de 1613 el corregidor de Jaén recibió una carta del
conde de Salazar en la que se quejaba de que en Jaén y su término no se respetó
el bando ordenado desde Madrid y exigía el cumplimiento del mismo, como así
sucedió.
Una
crónica negra de nuestro país como tantas veces ha sucedido con diversos
colectivos a lo largo de nuestra historia.
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