viernes, 29 de mayo de 2020

Jaén 1808-1812: Los franceses en la capital del Santo Reino


Se conoce como Guerra de la Independencia Española al conflicto bélico desarrollado entre 1808 y 1814 dentro del contexto de las guerras napoleónicas que enfrentó a las potencias aliadas de España, Reino Unido y Portugal contra el Primer Imperio Francés, cuya pretensión era la de instalar en el trono español a José Bonaparte, más conocido como Pepe Botella, hermano de Napoleón, tras las abdicaciones de Bayona.

En 1808 Jaén vivía tiempos convulsos, con un cabildo dividido y un pueblo agitado por el rumor de un levantamiento contra los franceses en Córdoba. La situación era tal que un comerciante francés, Gracian Berges, que no se había metido con nadie, vio cómo la puerta de su local fue golpeada por el pueblo.

En junio, la administración pública local creó la Junta Superior de Jaén para defenderse de los ataques del enemigo. Días más tarde, los soldados franceses enviados por el general Dupont desde Andújar tras la retirada de Córdoba, entraron en Jaén capitaneados por el general Pierre Baste, abriendo fuego y matando a niños y viejos, saqueando iglesias, salvo la de San Ildefonso y la Catedral, profanando esculturas religiosas, etc.

De todo ello lo más conocido fue el asesinato de varios religiosos en el antiguo convento de Santo Domingo y un sacerdote en el antiguo convento de San Agustín mientras este se encontraba postrado en su cama gravemente enfermo. Por culpa del ataque francés desapareció este último convento, situado en la plaza del mismo nombre, a la altura de los jardinillos, del que tan sólo quedaron las paredes.

Tras dos días de continuos enfrentamientos, los franceses se marcharon para regresar nada más comenzar el mes de julio. Entre las partidas de paisanos creados por la Junta Superior se encontraba Pedro del Alcalde, guerrillero natural del vecino pueblo de Arjona que fue asesinado en el centro de la capital en junio de 1811.

La ciudad estaba defendida por Narciso Muñiz, coronel de los reales ejércitos y tesorero del Reino de Jaén con 200 paisanos bajo su mando que acudieron de toda la provincia. También destaca un batallón, liderado por el capitán Mariano Lendinez, formado por 600 hombres del Regimiento de Voluntarios de Antequera.

Desde Torredelcampo se desplazaron 600 hombres voluntarios bajo las órdenes de los coroneles don Miguel de Aro y don Vicente Abelló que, después de batirse durante cuatro horas contra los franceses, terminaron por retirarse de nuevo al municipio vecino. También lucharon a favor de los paisanos 30 contrabandistas a caballo que defendieron los molinos próximos a la Puerta de Martos.

Los franceses, en cambio, enviaron a nuestra ciudad entre 1500 y 2000 franceses con 500 caballos, pertrechados con un obús y dos cañones. Todos ellos bajaron por Despeñaperros por culpa del mariscal Vedel, que a su vez envió al barón Cassagne para que, junto con sus hombres, recolectaran víveres. Al ser superiores en número, los franceses entraron en la ciudad retirándose los jiennenses, tomando momentáneamente el control del castillo y la antigua torre de San Agustín, espacio este último dependiente de la alcaldía de la ciudad.

Los españoles recibieron, al día siguiente, el apoyo de dos escuadrones de caballería al mando del coronel don Juan Joaquín Romero y el comandante Marqués de Campoverde. Estos, procedentes de Torredelcampo y Arjona, hicieron retroceder a las tropas francesas hasta el arroyo de La Magdalena. Allí, estos últimos colocaron un cañón dificultando la acción de la caballería española, aunque definitivamente dicho cañón fue destruido.

Tras la caída de un segundo cañón en la zona de la Loma del Royo, los franceses fueron perseguidos por la ciudad. Estos lucharon contra los españoles, sobretodo en las ruinas del antiguo Convento de San Agustín. A medianoche del día 3 de julio, y reconociendo la derrota, las tropas francesas se retiraron hacia Mengíbar, Desde ese día y hasta el mes de enero de 1810 la ciudad vivió en una tensa calma bajo las órdenes del comandante de armas el brigadier Manuel de Torres Valdivia. Durante ese periodo de supuesta tranquilidad, los ciudadanos franceses residentes en nuestra ciudad fueron reprimidos, acosados y detenidos por la comandancia española en numerosas ocasiones.

Todo cambió el 22 de enero de 1810. Ese día corrió la voz por la ciudad de que 10000 franceses habían forzado Despeñaperros. El pánico se desató entre la población quedando la ciudad casi desierta. En aquel invierno de nieve y escarcha familias de ancianos, mujeres y niños caminaban huyendo a pie con lo que tenían puesto.

Al día siguiente los franceses volvieron a entrar en Jaén destruyendo definitivamente la antigua Iglesia de Santiago y utilizando los sillares del castillo para cambiar la fisonomía del mismo y para construir las instalaciones militares necesarias para defenderse de los españoles enemigos.

José Bonaparte decreta la creación de milicias cívicas en los cuatro reinos andaluces. Estos eran la policía política y urbana encargada del orden interno, siendo el coronel Francisco Quesada y Silva, conde de Donadío, miembro antes de la Junta de Jaén, comandante de la milicia cívica, y Agustín de Uribe, su capitán.

Se crearon Juntas Criminales Extraordinarias con jueces ex profeso nombrados por José Bonaparte para que estos se encargaran de los juicios de espionaje, sedición, rebelión, conspiración y colaboración con la guerrilla. Las personas juzgadas eran juzgados con la pena de muerte. Personajes como José María Cuellar sufrieron juicio de purificación a la finalización de la ocupación.

Mientras tanto, los españoles crearon guerrillas con el fin de hostilizar al enemigo e impedir sus correrías, arrestar malhechores y desertores, obligar a los juristas de los pueblos a formar los aislamientos e informar a los generales de los ejércitos inmediatos. En ellas se podían alistar partidas de hasta 300 hombres y 150 caballos.

La crueldad de los enfrentamientos comenzó en el mes de abril de 1812, cuando el brigadier Antonio Portas atacó un convoy francés de 1000 infantes, 145 carruajes y 37 caballos en las vegas de Guarromán. Se contaron 200 bajas, incluyendo un general y cuatro acompañantes de un coche, varios heridos y algunos prisioneros.

El 16 de septiembre de ese mismo año los franceses introdujeron una gran cantidad de leña en el Castillo de Jaén. La fortaleza fue vista en llamas durante horas desde Bailén. Durante ese día los franceses fueron atacados entre los municipios de la capital y el vecino pueblo de Villargordo, intentando conducir 260 cabezas de ganado lanar y vacuno que tuvieron que abandonar perdiendo algunos hombres. Un día más tarde, el 17 de septiembre, los franceses abandonaron definitivamente la ciudad.

viernes, 22 de mayo de 2020

Las capillas de nuestra iglesia mayor


Santo Domingo de Guzmán: 


La decoración de la capilla de Santo Domingo de Guzmán fue costeada por el canónigo penitenciario don Gabriel Ruiz Corchón en 1751. Este capitular, de origen soriano, solicitó enterrarse en ella justo a su hermana. En el lateral izquierdo se ubica en el retablo. Se trata de una de las primeras piezas de estética rococó y sigue modelos utilizados por Duque Cornejo. En el centro acoge un lienzo cuadrilobulado en el que se representa al titular de la capilla, Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores (Dominicos). El penitenciario soriano le tuvo una gran devoción, seguramente motivada por el origen castellano de ambos. En el ático encontramos un pequeño lienzo de la Anunciación. Los muros de la capilla se decoran con pinturas, entre las que destacan las Lágrimas de San Pedro y el retrato de San Juan de Dios. En el testero se sitúa la magnífica talla del Cristo de la Buena Muerte, realizada por Jacinto Higueras (1927). Esta imagen procesiona el Miércoles Santo y fue restaurada en 2008 en el Instituto andaluz de Patrimonio Histórico.

Capilla de San Sebastián:

En 1749, el entonces mayordomo de la Fábrica, don Vicente de Entrena, emprendió la decoración de esta capilla dedicada a San Juan Nepomuceno, costeando también su reja que sería realizada por el accitano Francisco Javier Bravo. En 1770 volvemos a tener noticias de una intervención del amueblamiento en esta capilla, a instancias de un devoto del santo patrón de la confesión, San Juan Nepomuceno. En ese momento se levantó el retablo que hoy vemos, dispuesto en el lateral izquierdo, y en el que se materializa un Barroco final que anuncia elementos del Neoclasicismo. En él destaca la talla del santo titular, obra de José de Medina. En el ático aparece una correcta pintura que representa a la Virgen con el Niño. El testero lo preside el portentoso lienzo del Martirio de San Sebastián, encargado a Sebastián Martínez en 1662. En 1751 fue trasladado a esta capilla con motivo del cambio de titular de la suya, que pasaba a dedicarse al apóstol Santiago (colateral a la capilla mayor). La decoración de la capilla se completa con un buen conjunto de pinturas. Entre ellas destacan dos situadas en el muro de la derecha: San Francisco recibiendo los estigmas y el Bautismo de San Francisco. Este último, que parece proceder del antiguo convento de San Francisco el Real, se atribuye a Antonio María Monroy y ha sido por Néstor Prieto a iniciativa de la Asociación de Amigos de la Catedral. En esta capilla se custodia de forma permanente el Santísimo Sacramento.

Capilla de San Jerónimo:

La primitiva decoración de esta capilla fue patrocinada por el canónigo lectoral don Jerónimo Baltán que, en 1747, dejaba como heredero y albacea al canónigo don Ambrosio Francisco de Gámez para que atendiera esta empresa. La capilla se dotó de un retablo barroco dispuesto en el lateral izquierdo y presidido por un lienzo del santo titular, San Jerónimo. Asímismo, Baltán entregó cuatro pinturas y dos floreros para la decoración de este espacio. La buena acogida que los gustos neoclásicos tuvieron entre determinados prelados y miembros del cabildo, provocó que algunos de los retablos barrocos se sustituyeran por otros del estilo imperante, como ocurrió en esta capilla. El retablo neoclásico, diseñado por Manuel Martín Rodríguez en 1793, acoge dos pinturas barrocas. El lienzo de San Jerónimo se ha vinculado tradicionalmente con la producción de Antolinez; en realidad, pudo ser el que presidiera el primitivo retablo barroco, de ahí que tuviera que ser ampliado al ubicarlo en su nuevo emplazamiento. El tondo del testero representa el clásico tema de los santos ermitaños Pablo y Antón y se muestra cercano al quehacer del pintor giennense Sebastián Martínez. En el lateral izquierdo se ha colocado el Escudo de la Catedral de Jaén, obra en madera policromada y dorada, atribuida a Sebastián de Solís (ca. 1604) y que pudo coronar el retablo mayor. La pieza fue restaurada en 2010 por Néstor Prieto, con el patrocinio de la Asociación de Amigos de la Catedral de Jaén y el Cabildo Catedralicio. 

Capilla de la Virgen de los Dolores:

Esta capilla despliega uno de los programas barrocos de mayor espectacularidad. Su promotor fue el racionero don Juan Romero Utrera, que entregó parte de los medios necesarios para llevar a cabo su amueblamiento. Para llevar a buen puerto esta empresa dispuso que el arcediano de la catedral y el canónigo don Ambrosio de Gámez fueran sus albaceas. En 1748 se daba por concluida su decoración, para lo cual Gámez tuvo que aportar dinero al ser insuficiente el legado por el racionero Utrera. Don Ambrosio de Gámez encargó para el testero un magnífico retablo barroco que actúa como marco para el lienzo que representa a la Transfixión de la Virgen María, obra del pintor sevillano Domingo Martínez. A los pies del retablo, sobre la mesa de altar de mármol rojo de Cabra, se dispuso la talla del Cristo Yacente, datada a finales del siglo XVI, aunque repintada posteriormente. En los laterales, junto a los lienzos atribuidos a Pancorbo, sobresalen los cuatro Evangelistas, obras también reutilizadas, pues se realizaron en el siglo XVII por Sebastián Martínez. En la actualidad se ha llevado a cabo su restauración gracias al patrocinio de la Fundación Caja Rural, ejecutándola Néstor Prieto.

Capilla de la Virgen de las Angustias:

El obispo Fray Jerónimo Rodríguez de Valderas dedicó esta capilla en 1670 a San Pedro Pascual, obispo de Jaén y fraile de la Orden de la Merced, martirizado en Granada en 1300. Aunque proyectó su magnífico retablo para ella, finalmente la obra no se realizó y se colocó un lienzo del santo con un pequeño retablo y dosel. En 1758, en plena efervescencia decorativa, el racionero don Fernando del Río ordenó construir un retablo barroco que acogiera al lienzo de San Fernando de Valdés Leal, que sería trasladado a esta capilla desde la tuya primitiva, que pasaba a dedicarse a San Benito. Finalmente se mantuvo la devoción a San Pedro Pascual en este lugar, llevando a San Fernando a otra capilla y encargando un lienzo del obispo mártir para esta. Con el triunfo del Neoclasicismo y por iniciativa del chantre Luis Javier de Garma, el retablo se sustituyó por la obra que vemos en la actualidad y el lienzo de San Pedro Pascual pasó a una capilla de la nave del evangelio (1827). En esta se colocó a la Virgen del Mayor Dolor o de la Correa y sus dos ángeles plañideros. En 1845, con los procesos desamortizadores, llegó a la catedral de la Virgen de las Angustias, obra de los granadinos José y Diego de Mora, procedente del antiguo convento de San José de carmelitas descalzos. Esta talla sustituyó a la donada por el chantre Garma, que pasaría a otra capilla. Cada Miércoles Santo procesiona con la Hermandad de la Buena Muerte. Esta institución sufragó la restauración del conjunto de tallas entre 2015 y 2016, siendo realizada por Néstor Prieto. En el ático del retablo todavía se conserva un lienzo que representa a San Pedro Pascual, el primitivo titular.

Capilla de Santa Teresa:

Desde su institución, esta capilla ha estado dedicada a la Santa reformadora del Carmelo, la abulense Teresa de Jesús, lo que demuestra la devoción que el cabildo le ha expresado a lo largo de los siglos. En 1712, el canónigo don José de Cancelada regaló la talla de su titular y, en 1757, el racionero don Juan de Linares costeó el retablo trazado por Pedro Duque Cornejo. Las tareas de amueblamiento fueron dirigidas, una vez más, por el canónigo Ambrosio de Gámez. La obra sería realizada por los maestros Francisco Calvo y José de Medina. De las manos de este último nacieron las magníficas tallas de San Juan Bautista y San Roque, que acompañan a la Santa, así como la Inmaculada y el busto de Cristo que rematan el conjunto. Los relieves y las pinturas murales representan escenas de la vida de Teresa de Jesús, cuyo retrato, siguiendo el modelo de Fray Juan de la Minería, cuelga del lateral derecho de la capilla. En el izquierdo encontramos un lienzo que representa a San Pedro Poveda, sacerdote fundador de la Institución Teresiana en 1911, que fue canónigo penitenciario de esta Santa Iglesia Catedral entre 1913 y 1921. Es obra de la teresiana María García, “Magar”. Sobre la cajonera se conserva un relicario de este santo giennense.

Capilla de San Benito:

En 1673 se dedicaba esta capilla a San Fernando y un año después se instalaba en ella el lienzo del rey santo realizado por Valdés Leal. En 1714, a instancias del deán don Íñigo Manuel Fernández de Córdoba, se colocó junto a la citada pintura la talla de la Inmaculada Concepción, la denominada Concepción Vieja, presente en la primitiva catedral, obra que se atribuye a Sebastián de Solís (lateral izquierdo). La devoción a San Benito se instaura en 1757 por iniciativa del entonces obispo, el benedictino Fray Benito Marín (1750-1769), lo que supuso el traslado del lienzo de San Fernando y del resto de pinturas que adornaban la capilla. No así de la imagen de la Concepción, que permanecería en el lateral de la misma conformando un singular retablo en cuya base aparece la Vera Imago de Cristo, según la tradición del rey Abgar de Edesa, y que goza de gran veneración entre los giennenses. El magnífico retablo barroco, que preside la capilla, fue trazado por Pedro Duque Cornejo y ejecutado por los maestros Francisco Calvo y José de Medina. La apoteosis del Santo centra el conjunto y queda rodeada de relieves que representan sus hechos y milagros, mientras que su hermana Santa Escolástica es representada en altorrelieve. De la producción de Medina destaca no sólo la imagen titular, sino también la escena de la Lactación de San Bernardo, en el lateral derecho. Los lienzos con la vida de San Benito también fueron legados por el prelado promotor. A nuestros pies se sitúa la magnífica lauda sepulcral del obispo fray Benito Marín de mármol rojo con incrustaciones de mármoles negros y blancos.

Capilla de Santiago Apóstol:

Primitivamente esta capilla estuvo dedicada a San Sebastián. Se trata de una de las más importantes por su ubicación en la cabecera, junto a la capilla mayor, y por ser el paso para la Sala Capitular. La portada renacentista del capítulo se abre en el lateral derecho y está presidida por la antigua talla de San Pedro de Osma. La devoción a Santiago llegaría a esta capilla en 1751, a instancias del canónigo don Diego Valero, que costeó un retablo barroco presidido por una escultura de Santiago Matamoros. A cambio, el capitular pidió enterrarse en ella. Fue entonces cuando se trasladó el lienzo de San Sebastián a la capilla de San Juan Nepomuceno. A finales del siglo XVIII, en el marco del programa de sustitución de retablos barrocos que abanderó el entonces deán don José Martínez de Mazas, se desmontó la pieza costeada por Valero y se levantó el nuevo retablo neoclásico. La obra fue diseñada por Manuel López, siguiendo un modelo que arranca en el de la capilla de San Eufrasio y que se repite en la de San Fernando. Los lienzos realizados para él representan a Santiago Matamoros, que se ha sacado del retablo y se ha dispuesto en el lateral izquierdo de la capilla, y la Aparición de la Virgen del Pilar a Santiago. Ambos fueron realizados por Francisco Agustín. En la calle central se ha ubicado el conjunto escultórico que representa a Cristo descendido de la cruz, obra de Víctor de los Ríos (1957). Es uno de los titulares de la Hermandad de la Buena Muerte y procesiona el Miércoles Santo. En el cuerpo inferior del retablo aparecen San Gregorio Naciaceno y Santo Tomás de Villanueva. En los tondos un Ecce Homo y una Dolorosa, ambos de gran calidad. Las esculturas de los apóstoles Tomás y Andrés flanquean la pintura del ático.

Capilla Mayor o del Santo Rostro:

Es la capilla de mayor amplitud y valor simbólico de la Catedral, pues en ella se custodian el Santo Rostro y la Virgen de la Antigua. El Santo Rostro es una de las principales reliquias de la cristiandad y razón de ser de esta Catedral: llegó a Jaén en la segunda mitad del siglo XIV, durante el gobierno del obispo don Nicolás de Biedma. Cada viernes se expone en El Sagrario de la Catedral para ser venerado por los fieles. El día de la Asunción de la Virgen y el Viernes Santo se bendice con él a la ciudad y a sus campos desde los balcones del templo, siguiendo una tradición secular. La Virgen de la Antigua está datada a finales del siglo XIV, rememora a la entregada por Fernando III al reconquistar la ciudad en 1246 y que fue destruida en una de las razias musulmanas, concretamente en la de 1367. Es la patrona del cabildo catedralicio y se procesiona cada 15 de agosto por las naves del templo. Sobre el sagrario que contiene el Santo Rostro se halla el Crucificado de bronce que Francisco Pecul realizó para el altar mayor en 1794. Tanto el Santo Rostro como la Virgen de la Antigua se ubican en la calle central del retablo realizado por Sebastián de Solís a principios del siglo XVII para la capilla mayor de la catedral vieja. Con el derribo de esta en 1635, la obra sería desmontada y reubicada en la nueva capilla mayor. En 1821 sufrió una profunda intervención que la dotó del aspecto neoclásico que vemos en la actualidad. Los lienzos laterales de la capilla, enclavados primitivamente en el retablo, fueron realizados por Sebastián Martínez. La Anunciación reproduce la copia de la Annunziata de Florencia ejecutada por A. Allori y enviada por el duque de Toscana a Felipe II. La Visitación parece también copiar un original desaparecido, pues existen varios lienzos de similares características. También son obras copiadas por Sebastián Martínez las pinturas del segundo cuerpo del retablo. El Descendimiento sobre un original de Volterra y la Flagelación sobre otro de Navarrete el Mudo. La labor de Martínez en este conjunto se completaría con la pintura de la tapa de la urna que custodia al Santo Rostro y que representa al venerado lienzo sostenido por dos ángeles. Las pinturas del primer grupo, Cristo camino del Calvario y Cristo despojado de sus vestiduras, se incorporaron en la reforma decimonónica. Las labores de talla pertenecen a Sebastián de Solís. En el primer cuerpo encontramos las esculturas de San Bernardo, San Pedro, San Pablo y San Antón (de izquierda a derecha); en el segundo cuerpo, el relieve de la Asunción de la Virgen; mientras que en el ático aparecen el Calvario, Dios Padre y las Alegorías de la Fe, Esperanza, Caridad y la Religión -primitivamente la Justicia-.

Capilla de San Fernando:

Tras situarse en varias capillas, finalmente la devoción a San Fernando quedaría fijada en esta de la cabecera, anteriormente dedicada al Niño Jesús. Don José Martínez de Mazas tomó la decisión en 1790. Su objetivo era ennoblecer este espacio y conceder al Rey Santo un lugar privilegiado en el templo. Para ello encargó un retablo neoclásico al arquitecto y tallista Manuel López. En este retablo se colocó el lienzo del titular, realizado por Valdés Leal entre 1673 y 1674, siguiendo la iconografía tradicional con la ciudad de Jaén al fondo. La obra había sido encargada por el cabildo con motivo de la canonización del monarca y a instancias de la Corona. Los capitulares pidieron al entonces maestro mayor, Eufrasio López de Rojas, que dibujara una vista de Jaén para que el pintor sevillano la representara en el lienzo. Entre las columnas del retablo aparecen dos tondos con lienzos de los santos Pedro y Pablo. Coronando el conjunto se sitúa una pintura de historia que representa la Consagración de la Mezquita Mayor de Jaén convertida en iglesia dedicada a la Asunción de la Virgen, ante San Fernando y Don Gutierre, obispo de Córdoba, obra de Francisco Agustín, ejecutada en los años noventa del siglo XVIII. En el lado derechos se puede ver un lienzo de Cristo Crucificado, copia de gran calidad del original de Guido Reni conservando en la iglesia de San Lorenzo in Lucina de Roma y restaurado en 2012 por Néstor Prieto con el patrocinio de la Fundación Caja Rural. En el muro izquierdo encontramos una puerta que da acceso a una pequeña sacristía que acoge a la escalera de caracol, uno de los pocos vestigios que aún se conservan de la catedral gótica.

Capilla de San Eufrasio:

Primitivamente esta capilla estuvo bajo la advocación de la Virgen del Pópulo y de Santa María Magdalena, pero por iniciativa del obispo don Agustín Rubín de Ceballos se dedicó a San Eufrasio. El retablo fue diseñado por Manuel López, bajo la supervisión de la Academia de San Fernando, inaugurando la amplia serie de retablos neoclásicos de la catedral y fuente de inspiración directa para los de San Fernando y Santiago. Pese a que está realizado en madera, su policromía imita mármoles polícromos, muy del gusto de la Academia. La pieza se estructura en tres calles, separadas por columnas corintias. En la central, se representa en relieve la Apoteosis de San Eufrasio, uno de los siete varones apostólicos, primer obispo de Jaén y patrón de la diócesis. En las calles laterales aparecen santos vinculados a la devoción del obispo Rubín de Ceballos: a la izquierda, San Agustín, su patrón, y a la derecha, San Julián de Cuenca, ciudad en la que había sido canónigo. En el nicho del ático, la figura de San Antolín, patrón de Palencia, lugar de procedencia del prelado promotor. Flanquean el ático dos conjuntos alegóricos, que representan el Triunfo de la Fe sobre la Idolatría (izquierda) y el de la Religión sobre la Herejía (derecha). Toda la realización escultórica se debe al escultor Juan Adán. Sobre la mesa de altar se encuentra la urna con las reliquias de San Pío, papa y mártir, donadas en 1793 por el obispo don Agustín Rubín de Ceballos. En el lateral derecho de la capilla se custodian las ánforas que contienen los Santos Óleos (Santo Crisma, Óleo de los Catecúmenos y Óleo de los Enfermos), bendecidos por el obispo durante la Misa Crismal de cada Martes Santo. También podemos ver un lienzo del siglo XVIII que recrea el retablo de la patrona de Jaén, la Virgen de la Capilla, en la iglesia de San Ildefonso.

Capilla de la Inmaculada:

En 1785, la antigua capilla de San Francisco recibía una nueva titular, la Inmaculada Concepción. Su promotor era el canónigo don Francisco Manuel Angulo que encargó el retablo a Bernardo de Ocaña, determinando que fuera dorado para guardar “la simetría” con el de Santa Teresa (capilla frontera). El retablo muestra un rico programa iconográfico de carácter concepcionista. En el bando se representa: Ester ante Asuero, la Visión de la Jerusalén Celeste y Judith con la cabeza de Holofernes, separados por símbolos loretanos, que se repiten en otros ámbitos del retablo acompañados de inscripciones. Destaca el lienzo central de la Inmaculada, que copia el modelo de Ribera. En las calles laterales, Santa Ana y San Joaquín, los padres de la Virgen y muy presentes en las primeras representaciones de la iconografía inmaculista. El lienzo del ático presenta a Esther ante Asuero, otra de las prefiguraciones concepcionistas. Para culminar este programa iconográfico aparecen las imágenes de los reyes y profetas del Antiguo Testamento. En el lateral derecho de la capilla se ha ubicado a la escultura de San Amador, mártir y patrono de Martos, y en su pedestal se halla Santa Marta. El conjunto fue realizado por José Romero Benítez. En el muro izquierdo podemos ver un lienzo barroco de San José con el Niño.

Capilla del Niño Jesús:

Desde la consagración del templo en 1660, existió una capilla dedicada al Dulce Nombre de Jesús, concretamente la colateral a la mayor, en el lado del evangelio (la actual San Fernando). La devoción había sido propagada años antes por el cardenal don Baltasar de Moscoso y Sandoval, que regaló la talla del Niño Jesús, en torno a la cual se instituyó una cofradía formada por los miembros del clero catedralicio. El pequeño retablo que contenía a la imagen del Niño se sustituyó por otro de gran barroquismo que quedaría sin dorar, costeado por el canónigo don Toribio Fernández en 1751. Con la dedicación de la capilla a San Fernando, la imagen del Niño se trasladó a esta capilla, que tenía doble titularidad: el Cristo de la Columna y San Antón. En ella se levantó el retablo neoclásico que vemos, diseñado por Manuel Martín Rodríguez en 1793, realizado en madera policromada imitando mármoles. Sobre la mesa de altar se dispone la urna con la antigua imagen del Niño Jesús (siglo XVII), repintada a finales del siglo XVIII. Sobre él encontramos el lienzo del Nombre de Jesús o la Circuncisión, obra de Antonio Soriano y en los laterales sendas tallas de José de Medina repolicromadas en blanco. En el frontón del retablo aparece el anagrama de Cristo, alusivo a la advocación de la capilla. En el lateral derecho se ha ubicado un lienzo que representa a Manuel Lozano Garrido “Lolo”, beatificado en 2010, obra del pintor Francisco Carrillo. En el lado izquierdo podemos ver una escultura-relicario de San José Oriol, obra de Ramón Amadeu, y que llegó a la catedral de manos del chantre Garma en 1807.

Capilla de San Miguel:

En 1757, el canónigo don Ambrosio Francisco de Gámez proponía al cabildo adornar esta capilla dedicándola a San Miguel. Durante un tiempo había acogido a San Benito. Tanto una como otra devoción habían estado presentes en la catedral vieja. Don Antonio apostó por un programa operativo similar al que años antes había dirigido en la capilla de la Virgen de los Dolores (la situada frente a ésta, en la nave de la epístola). Con este fin, encargó un retablo dorado que actuara como marco del lienzo oval que representa a San Miguel, obra del sevillano Bernardo Llorente Germán (1757). En el basamento del retablo se disponen las tallas de San Ambrosio y San Agustín, dos de los Padres de la Iglesia, vinculados a la devoción del patrono. En el centro, una pintura sobre cristal representa a la Virgen del Alcázar, patrona de Baeza, ciudad en la que vivió y estudió don Ambrosio y en cuya catedral comenzó su canonjía. En el remate del retablo otras pinturas sobre cristal recuerdan a devociones muy presentes en la vida de Gámez; la Santísima Trinidad y los Nombres de Jesús y María. La capilla queda completamente decorada, para lo que se utilizan placas de madera dorada que enmarcan los lienzos de la serie angélica atribuida al cazorleño Francisco Polanco (ca. 1640-1650). El programa iconográfico se completa con un conjunto de pinturas murales que se distribuyen tras el retablo y en los casetones de la bóveda, obra de José Carazo.

Capilla de San Pedro Pascual:

En 1827 llegaba a esta capilla el lienzo de San Pedro Pascual, obra de José Carazo realizada a finales del siglo XVIII. Procedía de la capilla que había estado dedicada a él desde 1670 y que, por iniciativa del Chantre Garma, acogería a la Virgen de la Correa y luego a la de las Angustias. El retablo neoclásico, diseñado por Manuel Martín Rodríguez en 1793, acoge la pintura del santo mercedario y obispo de Jaén martirizado en Granada en 1300. La obra ha sido restaurada por Néstor Prieto gracias al patrocinio de la Asociación de Amigos de la Catedral y del Cabildo de la Catedral (2013). En el lateral derecho de la capilla podemos ver un pequeño retablo neoclásico con la imagen de San Luis Obispo. La pieza llegó a la catedral procedente del antiguo convento de San Francisco el Real, donde presidía la capilla de San Luis o de los Caballeros. Asimismo, conserva esta capilla una talla de gran devoción que representa a la Virgen de la Cabeza, patrona de la diócesis de Jaén. En 2014 se dispuso sobre la mesa del altar una urna-relicario que contiene los restos del que fuera obispo de Jaén entre 1919 y 1936, don Manuel Basulto Jiménez, beatificado el 13 de octubre de 2013. Su retrato, procedente de la serie de epsicopologio diocesano, se encuentra en el muro izquierdo de la capilla y es obra de José Nogué.

Capilla del Cristo del Refugio:

Un retablo neoclásico diseñado por Manuel Martín Rodríguez en 1793, acoge una de las obras más antiguas de la catedral y de gran veneración, el Santísimo Cristo del Refugio. La talla se atribuye al escultor flamenco Gutierre Gierero (ca. 1520), autor también del Santísimo Cristo de las Misericordias y que trabajó en la sillería del coro. A sus pies aparece recostada Santa María Magdalena, obra atribuida a Sebastián de Solís (ca. 1593) que podría haber formado parte del retablo de la capilla del conde del Villar en la catedral vieja. Sobre la mesa del altar se ha situado a la Virgen de la Correa o del Mayor Dolor, como se refiere a ella la documentación capitular. La talla se atribuye a Ramón Amadeu, al igual que los dos ángeles plañideros que actualmente acompañan a la Virgen de las Angustias. La Virgen de la Correa fue regalada por el chantre don Luis Javier de Garma y Moreno, que también costeó su retablo neoclásico, exigido en la antigua capilla de San Pedro Pascual. En 1845 la Virgen de las Angustias se colocó en el retablo de la Virgen de la Correa y se trasladó a esta talla a la sala capitular, llegando finalmente a esta capilla tras varias ubicaciones. En el lateral derecho encontramos un pequeño retablo barroco que acogió una bella pieza flamenca en alabastro que se conserva actualmente en la Exposición Permanente de la Catedral. Frente a él, podemos ver un lienzo que representa a un clérigo ante una imagen de la Inmaculada, que quizás pueda tratarse de un retrato del deán don Íñigo Manuel con la talla de la Concepción Vieja.

Capilla de San José:

El retablo manierista de esta capilla procede de la de Núñez de Vargas en la catedral vieja y es obra de Salvador de Cuéllar, que lo realizó entre 1577 y 1579. La pieza sería desmontada con el derribo del viejo templo y se levantaría de nuevo en este espacio, sufriendo algunas intervenciones que afectarían sobre todo a su policromía y a la de sus relieves. El retablo acoge seis pinturas sobre tabla, realizadas por los hermanos Antonio y Miguel Sánchez (1578), que representan a San José con el Niño, San Juan Bautista y San Cristóbal (calle izquierda), Santa Catalina, San Francisco y San Agustín (calle derecha). La maestría de Cuéllar se deja ver en la labor escultórica del conjunto, especialmente en el Crucificado del cuerpo superior y en los relieves que representan a los Evangelistas y a los Padres de la Iglesia en el banco del retablo. La talla de San José, situada en la calle central, es obra de José de Medina y Anaya, datada hacia 1760 y ha sido restaurada por María Luisa Quirós en el marco del proyecto Andalucía Barroca. En el lateral izquierdo podemos ver un interesante lienzo de la Sagrada Familia y en el derecho el de San Josemaria Escrivá, obra de J. A. Ochoa (2018).

Trascoro:

Autor: José Gallego y Oviedo del Portal, año 1733. Frontal del mármol negro y adosado al mismo. Cartelas sosteniendo pilastras de mármol blanco. Sobre la mesa de jaspe de altar. Lienzo de Nuestra Señora de Belén. Obra de Salvador de Maella 1739-1819.