viernes, 29 de marzo de 2019

Marroquíes Bajos: Origen de una ciudad milenaria

La confirmación de la existencia de ocupación prehistórica en lo que hoy consituye el casco urbano de Jaén se remonta a mediados de los años cincuenta y principios de los sesenta, cuando, de forma fortuita, se descubrieron y excavaron tres sepulturas colectivas en cueva artificial situadas en la calle Cristo Rey que supuestamente formaban parte de un grupo mucho más numeroso.La concentración de una cantidad indeterminada de tumbas excavadas en la roca sirvió para determinar al conjunto como Necrópolis calcolítica de Marroquíes Altos
La relación de estas sepulturas con un asentamiento estuvo durante mucho tiempo sumida en la especulación hasta muy recientemente, cuando las obras de urbanización de una amplia área de la ciudad produjeron los primeros hallazgos arqueológicos a finales de noviembre de 1994 en Marroquíes Bajos.
Se trata de una amplia franja que se extiende de oeste a este desde el Complejo Deportivo Municipal de Las Fuentezuelas a las barriadas del Polígono del Valle y de sur a norte desde los terrenos que ocupaba la antigua estación de RENFE hasta las primeras naves del polígono industrial de Los Olivares. Como sucediera con las cuevas artificiales de Marroquíes Altos, la urbanización de la zona donde se situaba la antigua estación de ferrocarril acabaría provocando la destrucción de una gran parte del poblado prehistórico.
Para intentar paliarla, en junio de 1995 se inició la redacción del expediente de catalogación específica de la Zona Arqueológica de Marroquíes Bajos. La intención de la administración cultural fue diseñar y poner en práctica un protocolo que permitiera recuperar información de los depósitos arqueológicos del subsuelo.
Sin embargo, la concurrencia de distintos factores, como la financiación de las excavaciones por cuenta de las empresas y la descoordinación y diferente preparación de los equipos han conducido a marcadas diferencias en la extensión de las áreas excavadas en los solares, a la aplicación de criterios controvertidos de conservación de los inmuebles descubiertos que han implicado, por ejemplo, la desaparición de grandes tramos de murallas calcolíticas, y la conservación de aljibes romanos o medievales, y a la aplicación de sistemas de registro dispares que condicionan la calidad de la documentación elaborada en las excavaciones. 
A esto se une que la mayoría del material arqueológico no ha sido objeto de estudio sistemático. El resultado ha sido la destrucción casi sistemática de las evidencias de una serie de asentamientos humanos que se desarrollaron a lo largo de casi tres milenios (incluyendo uno de los más extensos hasta ahora reconocidos de época calcolítica) y, por el contrario, las dificultades para poder ofrecer una síntesis de un proceso histórico tan complejo y dilatado.



En definitiva, Marroquíes se sitúa en una zona comprendida entre el borde más septentrional de las Sierras del Prebético, la Campiña Occidental Alta y próximo a la vega del río Guadalbullón. Esta diversidad de ambientes proporcionaría una amplia variedad de recursos naturales aprovechables por las distintas comunidades humanas que a lo largo del tiempo la han ocupado, así como amplias posibilidades para establecer sistemas de explotación agropecuaria en cada uno de aquellos.
En concreto se halla de una extensa zona que desciende suavemente hacia el norte constituyendo prácticamente una plataforma ligeramente elevada sobre el entorno inmediato. En su origen se trataría de un área alomada en la que se abrirían importantes y numerosas áreas deprimidas (barrancos, vaguadas…) generadas por la red hidrológica de arroyos permanentes que encauzarían las aguas procedentes de la vertiente norte de las montañas.
Por tanto, este relieve del pasado condicionó durante el dilatado proceso de ocupación humana, estableciéndose las zonas de asentamiento en las áreas más elevadas. Del mismo modo, los sistemas de delimitación de los asentamientos a lo lardo del III milenio a.C. integraron de forma paleotopográfica como parte del sistema defensivo, de modo que la construcción y fortificación de piedra y adobe, prácticamente de forma invariable, establecen sus límites coincidiendo con las áreas abarrancadas implementándose de esta forma la capacidad defensiva y disuasoria de las construcciones.
En Marroquíes, se han documentado fases iniciales de ocupación que vienen adscribiéndose al Neolítico Medio y Final. Se trata de pequeños asentamientos que se suman a los constatados en diferentes puntos de las estribaciones del Prebético más próximas a la ciudad como El Neveral, Fuente de la Peña, Fuente de la Zarza y Loma del Caballo.
No obstante, el asentamiento de mayor extensión a escala temporal y espacial se ha fechado en torno a la segunda mitad del III milenio y la primera mitad del II milenio antes de nuestra era. La mayor parte de las secuencias estratigráficas revelan una intensa ocupación continuada con similares procesos de sedimentación, superposición estructural y seriación estratigráfica, con un desarrollo cronológico de al menos unos 900 años (aproximadamente entre 2500-1600 a.C.).
En diferentes áreas del yacimiento ha podido determinarse que la primera ocupación se establece a través de las estructuras semisubterráneas con una gran variedad morfométrica y funcional de hábitat, almacenaje, hornos, enterramientos, etc. Con estratigrafías complejas especialmente en las primeras, determinadas por distintos niveles y suelos de ocupación, en cuyo interior se articulan estructuras menores como hogares, bancos y hoyos de poste que permiten definirlas como viviendas, aun cuando no se haya realizado ningún análisis microespacial destinado a la determinación de las áreas de actividad y los procesos de trabajo que tuvieron lugar en ellas.

Sin embargo, algunos contextos sugieren actividades de despiece de herbívoros. En determinadas zonas, a estos complejos se superponen cabañas de cinco a ocho metros de diámetro delimitadas por zanjas y con alineaciones perimetrales de hoyos de poste tanto al interior como al exterior, mostrando también una alta variabilidad de tipos, en especial de los sistemas de entibamiento de paredes y cubiertas, registrándose sistemas de dobles zanjas, zanjas con alineaciones en su interior como al exterior, mostrando también una alta variabilidad de tipos, en especial de los sistemas de entibamiento de paredes y cubiertas, registrándose sistemas de dobles zanjas, zanjas con alineaciones en su interior de lajas verticales y hoyos de poste; zanjas y zócalos de adobe, etc.
La mayor parte de estas estructuras presentan hogares centrales, algunos con diámetros superiores a un metro. Su perduración en las estratigrafías implica el uso y construcción contemporánea de algunas de ellas con las primeras cabañas construidas con zócalos de piedra y adobe, compuestos por varias hiladas que alcanzan diámetros de entre cinco y diez metros, manteniendo por lo general los hogares centrales y frecuentemente, con tirantes exteriores que refuerzan y unen los espacios entre cabañas.
La superposición estructural en estos momentos es muy acusada, como se comprueba en la sucesión de hogares en las mismas zonas. Este aspecto evidencia la facilidad con que se destruían y se reestructuraban estas cabañas. La convivencia de complejos estructurales con hoyos de poste y surcos de cimentación y otros con zócalos de piedra y adobe, a pesar de las escasas dataciones hasta ahora disponibles, sitúan estas estructuras entre el 2450 y el 2125 a.C.
Con posteridad, se constata un nuevo cambio gradual en los sistemas constructivos. Junto a los zócalos de piedra y adobe, comienzan a desarrollarse grandes muros que definen estructuras de tendencia oval y rectilínea localizadas siempre en las áreas de mayor superposición estratigráfica. Las primeras se caracterizan por grandes zócalos que encierran áreas de distinta actividad y pueden ser resultado de la evolución de las “cabañas de tirantes”.
Al mismo tiempo, comienzan a constatarse trazados más rectilíneos, exponentes de un urbanismo más regular que parte de muros rectos que llegan a constituir esquinas en ángulo de 90º y delimitan espacios longitudinales a modo de calles o pasillos. Estas nuevas formas han sido relacionadas con cambios en la estructura de la propiedad de la tierra, aunque consideramos más oportuno hablar de nuevas formas de familia.
Ambos tipos de complejos estructurales, con zócalos de piedra y adobe, aparentemente más potentes, se fechan entre el 2125 y el 1975 a.C. El primer tipo de estructuras complejas, cuya articulación desmiente la hipótesis  de la inexistencia de áreas cercadas en estas fases, podrían relacionarse con el cierre de acceso y la creación de zonas especialmente protegidas, tal y como se aprecia en asentamientos  del III milenio de la Alta Andalucía, sobre todo si tenemos en cuenta la vecindad de algunas de esta estructuras con las puertas documentadas en la muralla exterior de Marroquíes Bajos, pero en los casos de trazado rectilíneo son también la expresión de un nuevo sistema urbanístico regular propio del II milenio a.C. que caracteriza a las sociedades de la Edad del Bronce del sur de la Península Ibérica.
En lo que se refiere a los sistemas de delimitación y defensa, los fosos constituían las estructuras de fortificación más antiguas, con antecedentes documentados en otros yacimientos del Alto Guadalquivir desde al menos el IV milenio, y están presentes desde los primeros momentos de la ocupación. Mantienen grandes dimensiones con secciones en V y U y revelan trazados complejos adaptados a las zonas de mayor pendiente y desnivel.
En ocasiones ocupan áreas abarrancadas en las que se modifican las vertientes naturales para aumentar las posibilidades defensivas   junto a empalizadas y refuerzos de adobe, con lóbulos a modo de bastiones y discontinuidades en su trazado para crear accesos en superficie. En algunos casos, parte de los trazados son concéntricos, pero no siempre coetáneos, existiendo tramos colmatados sobre los que se sitúan estructuras de hábitat, así como puertas de acceso escalonado desde el interior del foso ocultas al exterior.
La construcción de tales puertas se realizaba con mampostería dispuesta en cajones que revisten las margas geológicas, dando una forma lobulada. Al interior, adosados a ambos parámetros, existen hoyos para grandes postes en la unión de los cajones. También están constatados grandes portones, coincidiendo con las interrupciones del foso, protegidos con bastiones.
Ninguno de los fosos documentados pervive en los últimos momentos de ocupación. Probablemente, ante la mayor complejidad de las murallas los fosos dejaron de tener sentido. Por su parte, las murallas de piedra y adobe constituyen grandes sistemas de delimitación y defensa formados por lienzos rectilíneos y paralelos fabricados con zócalos de mampostería con hasta 150 metros de alzado, sobre los que se construyen parámetros de adobe. En estos lienzos se articulan torres huecas semicirculares que son permanentemente reforzadas llegando a alcanzar los diez metros de diámetro.
A las líneas principales se anteponen diversas paralelas, modificadas continuamente en función de la proximidad del barranco que delimita el poblado en su zona occidental, lo que exigió la erección de complejas plataformas de contención y, en función también de las necesidades de defensa, obligó a circular en zigzag entre las distintas líneas.
En cuanto a los enterramientos humanos, hasta ahora solo se publican algunas de las inhumaciones en silo descubiertas y respecto a las cuevas artificiales los únicos datos divulgados siguen siendo de las localizadas en los años cincuenta y sesenta del siglo XX. A partir de esta información pueden diferenciarse ambos fenómenos en cuanto a su situación en el yacimiento, con las inhumaciones en silo situadas en el interior del hábitat, aunque se tienen dificultades a la hora de valorar su extensión en cada momento de desarrollo del poblado, mientras que las segundas parecen ser más tardías y se distribuían por el perímetro, especialmente hacia el actual casco urbano de Jaén, la zona más elevada y lejana a la confluencia de los arroyos (la mencionada necrópolis de Marroquíes Altos).
El establecimiento de una cronología para ambos tipos de tumbas presenta claros problemas, ya que el ajuar conocido de las cuevas artificiales puede situarse entre el III y II milenios y la mayor parte de las sepulturas se silo, con acceso vertical, carecen de ajuar.
Sin embargo, algunos enterramientos en silo o en cabaña subterránea circular simple son de una fecha avanzada por su asociación a otras estructuras, por lo que puede mantenerse como generalidad que las tumbas siliformes se utilizaron durante todo el III milenio a.C. y que de ellas derivaron las grandes cuevas artificiales del sur de la Península Ibérica, presentes sobre todo con relación a los grandes poblados y ocultas frente a la exhibición de los dólmenes. Por otro lado, las disposiciones complejas de las estructuras simples y su articulación con otras en las que se han encontrados restos humanos parcialmente desarticulados sugieren tratamientos complejos de los cadáveres.
En Marroquíes también se han documentado también enterramientos de animales, especialmente cánidos, que aparecen acompañados de restos de bóvidos, suidos y cérvidos que pueden relacionarse con ceremonias de fundación y con la importancia económica de la ganadería, aunque no se dispone aun estudios sistemáticos sobre los restos faunísticos recuperados en las intervenciones arqueológicas.
En torno a mediados del II milenio, la ocupación se reduce de manera drástica, al menos hasta finales del I milenio a.C. Las causas del abandono del asentamiento prehistórico de Marroquíes no han sido explicadas, aunque indirectamente se relacionan con el desmantelamiento que a fines del III milenio a.C. se produce del modelo político centralizado propuesto por algunos investigadores para las campiñas Occidentales del Alto Guadalquivir y su desarrollo ulterior.
Parece haberse producido un traslado poblacional hasta diversos enclaves como la ladera del Castillo de Santa Catalina, donde se documentan ocupaciones del II milenio y de inicios del I milenio a.C., y más tarde al asentamiento del Bronce Final del Puente Tablas que, más adelante, se convertirá en un oppidum ibérico, un importante asentamiento que ha venido siendo objeto de intervenciones arqueológicas sistemáticas durante las dos últimas décadas.



En Marroquíes, las intervenciones arqueológicas han constatado pequeños núcleos dispersos fechados en un momento tardío de época ibérica, en torno al siglo III a.C. Después de la segunda Guerra Púnica, tras la conquista por Lucio Escipión (207 a.C.), la pérdida de autonomía de los oppida, al entrar a formar parte de una unidad política mayor, sería uno de los motivos por los que Puente Tablas desaparezca en favor de un importante y nuevo emplazamiento en la actual ciudad de Jaén, donde se conformará la Aurgi Romana.
De esta etapa se conocen importantes testimonios que indican el desarrollo de la ciudad al pie del Cerro de Santa Catalina, en el actual barrio de La Magdalena. En esos momentos la Zona Arqueológica de Marroquíes Bajos constituiría un lugar de expansión de la antigua Aurgi, constatándose numerosas construcciones en época romana: acequias, hijuelas, pozos, cimentaciones de norias, almazaras y estanques que indican un uso eminentemente agrario.
El paisaje previo a la ocupación de época romana estaría constituido por zonas palustres estacionales, anegadas por aguas incontroladas, generadas como consecuencia del progresivo colapso del sistema hidráulico prehistórico. Las causas que permiten esta nueva ocupación de la zona se relacionan con el interés en corregir las deficiencias de este territorio para la creación de una extensa superficie de cultivo.
Para ello, se explica que la disminución de los aportes hídricos de la red de arroyos permanentes, especialmente del arroyo de La Magdalena, en un proceso que se inicia desde al menos los siglos II-I a.C. y la disminución del caudal permitiría la derivación hacia multitud de canales de regadío recuperando superficies para la puesta en cultivo de nuevos campos y huertas. Todo este proceso de preparación de terreno y puesta en cultivo de campos se considera que está finalizado hacia el cambio de era.

viernes, 22 de marzo de 2019

Personajes ilustres de nuestra tierra: Pedro Ordoñez de Ceballos


Don Pedro Ordoñez de Ceballos nació en Jaén entre 1545 y 1547. De padres cristianos, este viajero por el mundo cursó sus primeros estudios en la parroquial de San Andrés de la capital con el maestro Juan Díciar. A los nueve años, se mudó a Sevilla para seguir estudiando con los jesuitas y con el maese Rodrigo donde vivió la adolescencia hasta que se vio forzado a abandonar la ciudad supuestamente “por un problema de faldas”. 

Por este hecho, Don Pedro Ordoñez de Ceballos recorrió el mundo a lo largo de 35 años, como por ejemplo Latinoamérica, donde fue ordenado sacerdote por fray Luis Zapata de Cárdenas, arzobispo de Santa Fe, en Colombia. En la Conchinchina, Don Pedro bautizó a una reina que se enamoró de él, lo que provocó que de nuevo tuviera que huir por ver peligrar su vida.

A lo largo de su existencia fue de todo: Comerciante, soldado, aventurero, sacerdote… ¡hasta pudo ser rey! Según afirmó él mismo, recorrió más de 30.000 leguas por tierra y mar, llegando a ser conocido como “Elcano con sotana”.

En el año 1600 regresa a Jaén, muy dañado por la vida que había llevado, para redactar un total de seis libros en una casa cercana a la Parroquia de San Pedro, a saber:

Viaje del mundo hecho y compuesto por el licenciado Don Pedro Ordoñez de Ceballos natural de la insigne ciudad de Jaén.
Los Quarenta Triumphos de la santísima Cruz de Christo.
Tratado de las relaciones verdaderas de los reynos de la China.
Historia de la antigua y continuada nobleza de la ciudad de Jaén
Tres entremeses famosos (del Rufián, del Astrólogo médico, del Emperador y demás).
Viaje del mundo.

Coincidiendo con su regreso a España es nombrado canónigo de la Catedral de Astorga, pero decidió no tomar posesión de su cargo para continuar viviendo en la capital del Santo Reino. En 1616 fue nombrado vicario general de los reinos de la Conchinchina, Champaa y Laos, pero no pudo emprender ese viaje a estas zonas por motivos de salud. También fue nombrado Chantre de la iglesia de Huamanga en el Perú, pero tampoco pudo viajar hasta Latinoamérica por el mismo motivo que el anterior.

Finalmente, Don Pedro Ordoñez de Ceballos falleció en el lugar donde lo vio nacer y lo vio vivir los últimos años de su vida. Se dice que pudo estar enterrado en la antigua Parroquia de San Pedro, e incluso exhumado del mismo, pero no existen en la actualidad documentos que lo demuestren.

viernes, 15 de marzo de 2019

En el olvido: Parroquia de San Pedro

En pleno centro de la calle Arroyo de San Pedro esquina con la calle Santa Clara existió durante más de tres siglos una humilde parroquia bajo la advocación de San Pedro. Este humilde templo fue construido por el arquitecto Francisco del Castillo "El mozo" a lo largo del siglo XVI en piedra labrada, diseñando una portada sencilla con una espadaña de doble arco con campanas y pilastras planas de orden dórico que sostenían un sobrio entablamento.

En su interior, la parroquia estaba dividida en tres naves separadas por arcos fajones de medio punto además de un techo artesonado. El templo se completaba con un altar mayor de estilo barroco y varias capillas dedicadas a San Bartolomé, Ánimas, Virgen de las Angustias y Virgen del Carmen, esta última trasladada a la vecina iglesia de San Juan. 


En 1904, debido a las filtraciones de aguas y al deterioro de la techumbre, se decide trasladar el culto a la cercana parroquia de San Juan ya que, a lo largo del siglo XIX, se decidió que esta última fuera iglesia auxiliar de San Pedro, provocando su supresión. 


Definitivamente, en 1914, la parroquia cerró sus puertas y la feligresía fue trasladada a la Parroquia de San Juan, la cual pasaría desde entonces a llamarse Parroquia de San Juan y San Pedro. Finalmente, en 1967, se lleva a cabo la demolición del templo para construir un bloque de pisos.


Como dato curioso, un ilustre de nuestra tierra, Don Pedro Ordoñez de Ceballos, conquistador que participó en varias gestas alrededor del mundo en favor de la corona española, pidió ser enterrado en esta parroquia, aunque no existen documentos que prueben este hecho.


Con la construcción de esta parroquia nació un barrio, el de San Pedro, que contaba en aquella época con unas 8.000 personas censadas. Paradójicamente, con la desaparición del templo, se esfumó un barrio, unas señas de identidad, un rincón de nuestra historia que actualmente es ocupado por otro barrio llamado “San Juan”.