viernes, 22 de febrero de 2019

En el olvido: Palacio de los Uribe



Escribir sobre la denominada casa-palacio de los Uribe de Jaén es escribir con tristeza, como consecuencia de su reciente desaparición al ser demolida hasta los cimientos, a cuenta de levantar en su solar un edificio destinado a la enseñanza oficial, según pretensión de la correspondiente Delegación de Educación de la Junta de Andalucía, destino que hasta la fecha no se ha llevado a cabo.

Tan incomprensible decisión nos privó de poder poseer en esta ciudad de una de las pocas edificaciones domésticas de finales del siglo XVII que milagrosamente aún se conserva. Un edificio en el que el manantial de la Magdalena jugaba su papel a través de los siglos.

El llamado palacio de los Uribe no fue construido por miembros de tal apellido, sino por los de otro también ilustre linaje en nuestra provincia como fuera el de la familia de los Messia, concretamente por Don Fernando Messía de la Cerda.

La que fue una de las viviendas más representativas de nuestra ciudad debió pasar a manos de la familia Uribe en el siglo XVIII, y su apellido dio incluso nuevo nombre a la antigua calle Santo Domingo Bajo, ya que era frecuente denominar a la calle con el nombre de algún vecino ilustre.

Situada su fachada principal en la Plaza de Maria Luisa de Marillac, en la que le acompaña el Palacio de Villadompardo hasta no hace muchos años, cuando se acordó su derribo, destacaba entre la oscura maraña de casas en que se había convertido el barrio de La Magdalena, antigua collación del mismo nombre.


El palacio levantado sobre el solar del antiguo palacio de los Reyes Moros tenía una gracia concedida a partir de la segunda mitad del siglo XVIII por el clero de la época. Como lindaba con la Iglesia de Santa Catalina, actual Convento de Santo Domingo, la casa tenía un balcón o ventana que daba directamente al altar mayor, para que los señores de la casa pudieran participar en la Santa Misa sin salir de casa.

Por último, en las excavaciones arqueológicas encontraron vestigios romanos, íbero, medievales, del siglo XVI, así como restos de una antigua fábrica de anís. También han dejado a la luz un antiguo túnel que posiblemente fuese una mina de agua que fuera hacia el canal del Raudal de la Magdalena, dando exclusividad en materia acuática sobre otras casas-palaciegas.

viernes, 15 de febrero de 2019

En el olvido: Palacio Villalvos-Nicuesa

Esta casa-palacio, conocida también con los nombres de palacio del Vizconde de Los Villares o palacio del Conde-Duque, probablemente fue levantada por Don Luis de Villalvos Nicuesa a mediados del siglo XVII. El inmueble se localiza en la zona sur de la capital del Santo Reino, en una manzana delimitada por las calles Las Peñas, Francisco Coello, García Requena y Carrera de Jesús, presentando fachada a esta última.

Actualmente la calle Carrera de Jesús recorre desde el lado sur de la Catedral hasta la Glorieta de doña Lola Torres, donde enlaza con las vías de circunvalación de la ciudad. El edificio, en definitiva, se sitúa hacia la mitad de esta, en la acera sur, frente a la muralla.

Originariamente, y más concretamente desde la época islámica, este espacio fue dedicado a labores agrícolas. El uso de esta actividad en estas tierras siguió durante la reconquista cristiana hasta que en el siglo XV se comienza a urbanizar el entorno lentamente.

Sin embargo, no es hasta mediados del siglo XVII cuando los Villalvos Nicuesa se encargan del lugar transformando las posibles dos casas que ocupaban este terreno en un gran palacio. A principios del siglo XVIII, la casa pasó a nombre del Vizconde de Los Villares Don Francisco de Ceballos Villegas.
Un siglo más tarde, el edificio volvió a sufrir varios cambios en lo que a dueños se refiere, pasando de los marqueses de Torrealta a los marqueses de Acapulco. Sin embargo, no es hasta finales de esta centuria cuando el palacio sería propiedad, por primera vez en su historia, de un miembro de la burguesía española, concretamente de Don Bernabé Soriano de la Torre.

Ya en el siglo XX el edificio sufre innumerables ocupaciones, pasando de ser oficina de telégrafos, imprenta del Eco de Jaén u oficina principal de la Caja de Ahorros de Córdoba, a un bar-discoteca, conocido como “Conde-Duque”.

Finalmente, aquellos propietarios que montaron dicha discoteca, Don Leopoldo Rama y Don Santiago Molina, vendieron el inmueble a la Caja Provincial de Ahorros de Jaén, que planeaba ubicar en ella la sede de su Obra Socio Cultural.

Para ello financió en 2008 los estudios arqueológicos pertinentes, e inició dos años más tarde los trabajos de restauración, con la demolición de numerosas estructuras en mal estado. Trabajos que se han quedado por ahora paralizados, en parte por la crisis económica, en parte por la absorción de esta caja por la entidad malagueña Unicaja, su actual propietaria.

viernes, 8 de febrero de 2019

Oppidum Íbero de Puente Tablas


La Plaza de Armas de Puente Tablas es uno de los sitios arqueológicos de la Alta Andalucía mejor conocidos en la literatura científica europea, no sólo en lo que se refiere a la arqueología ibérica sino en términos generales. A 7 kilómetros de la ciudad, se trata de una amplia ocupación humana que va desde la Edad de Bronce hasta la época Islámica, siendo esta última época el periodo más importante de su historia, concretamente el siglo IV a.C. En definitiva, este espacio arqueológico se basa en potentes fortificaciones con más de 300 metros conservados y una potencia de más de 5 metros de altura.

Una vez se accede al yacimiento, primeramente, se puede visitar el Centro de Interpretación ubicado junto al parking. A continuación, se accederá al conjunto arqueológico por la conocida Puerta del Sol, una puerta monumental, de principios del siglo IV a.C. y orientada hacia el este. Durante los equinoccios de otoño y primavera la luz del amanecer atraviesa la puerta e ilumina con los primeros rayos la figura de la diosa que se localizó junto a la puerta. Un ritual ancestral relacionado con la fecundidad de la naturaleza, la vida y la muerte, la riqueza y quizás el amor.

Junto a la puerta se localizó un santuario construido en varias terrazas donde destacan varias fuerzas que formaban parte de un oráculo dedicado a una divinidad femenina. En el centro del poblado se puede visitar una manzana de casas completamente excavada. Se trata de varias viviendas en las cuales se conservan el patio y varias habitaciones e incluso el inicio de una segunda planta a la que se accedería por escaleras, almacenes comunales, etc.

El urbanismo de la ciudad se configura en una retícula cuadrangular entre calles paralelas que discurren a todo lo largo de la meseta del oppidum. En uno de los extremos encontramos el palacio del príncipe íbero, con grandes habitaciones de recepción, patios porticados, grandes cuadras, almacenes, hornos, e incluso una bodega y almazara.

El asentamiento del Cerro de la Plaza de Armas de Puente Tablas es un clásico oppidum íbero. Sin embargo, la imagen que ofrece el lugar es producto del proceso seguido por las obras de construcción realizadas por la comunidad que lo ocupó durante un largo período de tiempo. La historia de este proceso se inició a finales del siglo IX a.C. cuando una comunidad decidió instalarse en la vaguada existente entre dos colinas calcáreas localizadas en línea perpendicular al río Guadalbullón, afluente del río Guadalquivir.

Se ha podido saber que existieron al menos dos tipos de cabañas, construidas con barro y materia vegetal sobre zócalo de tierra, unas pequeñas, semiexcavadas en la tierra y construídas con materiales perecederos, y otras de mayor tamaño y con zócalo de piedra y que acumulaba muchas más funciones de tipo doméstico.

En el siglo VII a.C. el proceso hacia la nucleación poblacional se aceleró enormemente en Puente Tablas, puesto que el doble sistema de cabañas fue sustituido por la casa de paredes rectilíneas y con compartimentación interior. De hecho, la fecha de la construcción del parámetro más antiguo de la fortificación debió de producirse en la primera mitad del siglo VII a.C., ya que en su base todavía son dominantes los materiales a mano y en la fase inmediatamente posterior se documentan la cerámica a mano pintada tipo “Real” y las primeras producciones a torno de fabricación seguramente externa.

En el siglo VI a.C. se continuó con la misma técnica constructiva si bien ya no se levantó pared en talud, porque la sedimentación que se había producido al enterrar gran parte de la fortificación de un siglo antes había procurado una auténtica cimentación. En Puente Tablas no se construyó ni una sola estructura extramuros.

El poblado tendría entonces cuatro zonas diferentes. En un extremo de la meseta se dispuso una zona de funcionalidad colectiva. La segunda zona se dispuso en la parte central de la meseta y en ella se ha documentado un trazado de calles paralelas, que delimitarían en su centro una manzana de casas separadas por un muro medianero paralelo a las calles. La tercera zona se extendió en el otro extremo de la meseta separada del núcleo de manzanas por un área amplia que no muestra restos de ocupación de esa fase. En realidad, la zona corresponde a una de las dos colinas en torno a las cuales se produjo la aglomeración aldeana. La última zona del urbanismo se dispuso a intramuros de la fortificación en los dos laterales más largos de la meseta.

Durante los siglos V y IV a.C. se produce en Puente Tablas una auténtica revolución urbanística, cuyo actual estado de conservación se convierte en referencia extraordinaria de la Historia de los Íberos. La reorganización producida a partir de mediados del siglo V a.C. mostraba los cambios necesarios que debían proyectarse para adecuarse a la nueva situación de nucleación absoluta.

La mayor parte de las casas construidas en el intramuros en pleno siglo VI a.C. fueron abandonadas para dejar la fortificación libre desde su interior y poder así aplicar nuevas estrategias poliorcéticas. Los nuevos espacios del siglo IV a.C., con sus zócalos de piedra y restos de paredes de tapial, definían espacios cuadrados y rectangulares correspondientes a habitaciones y casas que a su vez conformaban una manzana.

Por lo demás las casas de Puente Tablas siguieron las pautas que caracterizaron la casa íbera en todo su ámbito cultural, desde el sur de Francia hasta el Bajo Guadalquivir: Planta cuadrada o rectangular con compartimentación interna, zócalo de piedra, pared de tapial o adobe y cubierta plana de materiales vegetales y de barro por la ausencia de la teja, que vendrán algún tiempo después como un emblema de los romanos.

viernes, 1 de febrero de 2019

Mercado de San Francisco



Resultado de imagen de mercado de san francisco jaenA raíz de la Desamortización de Mendizábal y la posterior Exclaustración de Madoz durante el siglo XIX, el Ayuntamiento de Jaén acometió una amplia reforma urbanística en torno a lo que hoy es la Plaza de San Francisco, con la construcción del Palacio de la Diputación y el Mercado de Abastos a espaldas de este. La idea de edificar el mercado surge en el año 1855, a propuesta del concejal Manuel María Velasco durante el denominado Bienio Progresista. Esta idea se aparcó y fue retomada doce años después, el 28 de febrero de 1867, creándose una comisión para informar sobre su posible ejecución.
 
Para su construcción se acordó instruir el oportuno expediente urbanístico para llevar a cabo esta idea y se solicitó al Gobernador Civil que diese las órdenes oportunas al Arquitecto Provincial para que hiciese el proyecto y los planos. Quien ocupaba dicho cargo por entonces era José María Cuenca Hostalot, que estaba construyendo en esos años el Palacio de la Diputación Provincial, y quién proyectó el mercado en un estilo similar.

El alcalde de la ciudad de la época, Francisco Guerrero, anunció la apertura del mercado el 8 de junio de 1870, año y medio después del comienzo de sus obras, desapareciendo los puestos de la Plaza de San Francisco, estos ocupados hoy por un edificio de viviendas con soportales y comercios emblemáticos.

El edificio primitivo era sencillo, con su puerta principal orientada a la Plaza del Pósito. Los puestos estaban organizados alrededor del muro perimetral del convento, ordenados regularmente en torno a una fuente central. El recinto era de planta rectangular, dispuesto perpendicularmente a la calle de los Álamos, pero asimétrico respecto a la fachada trasera del Palacio de la Diputación. En la planta baja se situaban los puestos bajo porches aéreos sostenidos por delgadas columnas de fundición organizados en hiladas.

Resultado de imagen de mercado de san francisco jaenCon suelo empedrado, al recinto se accedía por cuatro puertas de estilo regionalista, con aparejo de ladrillo, de grandes proporciones. La principal era la que se abría en la fachada del edificio que daba a la calle Joaquín Tenorio. Otra de ellas que permitía el acceso al mercado era la que daba a la calle de las Atarazanas, llamada popularmente como “callejón de las uvas”. Al Oeste se abría una tercera puerta al callejón denominado de las flores, junto a la calle Espartería, mientras que la puerta principal, llamada de Santa Ana, era la que daba acceso al mercado desde la calle de los Álamos. Esta se encuentra realizada en ladrillo y el resto de la construcción, enfoscada. Su mantenimiento estuvo condicionado por la construcción de un grupo de viviendas, ya que primó el beneficio económico pasando esta parte a manos privadas. Tanto la portada como la distribución del edificio son los únicos restos del antiguo mercado que hoy se conservan.

Tenía una entrada para carga y descarga de mercancías, en la zona norte dotada de una rampa. La fachada principal se estructuraba en tres plantas. La baja estaba formada por unos soportales organizada por una arquería de la que se desconoce su uso y que soportaba el fuerte desnivel que existía entre la calle de los Álamos y la hoy calle Joaquín Tenorio.

Resultado de imagen de mercado de san francisco jaenA la primera planta se accedía por una amplia escalinata. Sobre los soportales quedaría una amplia zona delimitada por una baranda, a la que se abrían puestos de venta exteriores, rectangulares en el centro y cuadrados en los extremos, y que llevaban respiraderos rectangulares y curvos, respectivamente. Dichos puestos se distribuían a ambos lados de un arco monumental de acceso al recinto, arco rebajado y con dovelas almohadilladas al estilo clásico.

La última planta estaba formada por diez grupos de ventanas pareadas de medio punto. Los materiales utilizados eran sillería en las esquinas, pilares, bóvedas y arcos eran de ladrillo, el muro de mampostería, y la cubierta era de teja. Tras muchos años de servicio, el primitivo edificio construido en la segunda mitad del siglo XIX se remodeló durante la posguerra para hacer de ella un mercado modelo.