viernes, 30 de abril de 2021

Jaén y deporte, deporte y Jaén: Club Atletismo Jaén

Club Atletismo Jaén, equipo referente de esta disciplina en la capital del Santo Reino, nació en el año 1979 bajo la denominación Club Deportivo Zeus, aunque desde 1977 el equipo ya competía bajo el nombre de Club Zeus. En 1990, bajo el patrocinio de la Caja Provincial de Ahorros de Jaén, el club cambió su nombre, denominándose en la actualidad Club Atletismo Jaén Unicaja porque el banco malagueño compró la caja de ahorros jiennense en pleno siglo XXI.

A lo largo de su historia, el conjunto polideportivo ha conseguido diferentes hitos deportivos, a destacar, dos veces campeones de Andalucía absoluta de campo a través, tres veces campeones de Andalucía absoluta en pista o varias veces campeones y subcampeones de Andalucía junior de campo a través y en pista.

Entre los diferentes atletas que se han ido formando entre las diferentes disciplinas impartidas por Club Atletismo Jaén destacan Juan de Dios Jurado, Félix Vico, Francisco Javier Lara, Carmen Sáenz o Natalia Romero, entre otros.

viernes, 23 de abril de 2021

De leyenda: Jaén, tierra del Ronquío

Ronquío, en la capital del Santo Reino, se utiliza cuando una persona contaba algo increíble o pedía algo muy costoso y que no quería dar y la otra persona le soltaba una especie de gruñido o ronquido cuando menospreciaba al primero.


Cuenta la leyenda que, a principios del siglo XV, la ciudad vivía en un periodo no muy tranquilo. La frontera con los moros de Granada era insegura debido, también, a su cercanía frente a la capital del Santo Reino, al hallarse esta en Cambil.

Los cristianos ordenaron establecer turnos de vigilancia, tanto de día como de noche, cuya misión era la de vigilar los pasos o caminos y encender una buena hoguera que fuera vista desde el alcázar de Jaén para que los que estuvieran en el interior de la ciudad les diera tiempo a preparar la defensa o a acoger las gentes de extramuros.

De noche, los moros, aprovechando la oscuridad, se aproximaban hasta el farallón de San Cristobal para sorprender a la guardia cristiana y, de este modo, evitar el aviso a la ciudad. Así, por la mañana, podían atacar los muros de la ciudad sin apenas resistencia.

En una de esas noches, la pequeña milicia urbana que le tocaba cubrir esos caminos, estaba muy cansada tras un día de mucho trabajo en el campo. Nadie se durmió en los tres primeros turnos. Ya en el quinto relevo, en una noche sin la luz de luna, empezaron a coger el sueño. Nada parecía moverse, salvo el canto de los grillos y el ruido del agua del arroyo cercano. Uno de los guardias comenzó a roncar levemente.

Una partida de moros, que habían estado vigilando desde esa misma tarde el puesto de vigilancia de los cristianos, se aproximaron hacia estos sigilosamente. Si caían sobre ellos y los eliminaban, la sorpresa estaba asegurada y los podían asesinar sin problemas. Cuando los moros iban a degollar a los cristianos, cayó un rayo cerca del punto de vigilancia, y uno de los cristianos expiró un ronquido de tal tamaño que parecía un redoble de tambor.

El resto de cristianos despertaron y los moros quedaron al descubierto. Algunos de estos últimos acabaron muertos, otros huyeron. Los cristianos encendieron una hoguera y descubrieron que no había más enemigos cerca. Los planes de los adversarios habían sido frustrados. A la mañana siguiente, una expedición exploró los alrededores y descubrieron que los moros abandonaron sus posiciones en Cambil.

El hecho del ronquido corrió como la pólvora entre los vecinos de la ciudad y, desde entonces, cualquier hecho, palabra o frase que a un jienense le parezca un menosprecio, siempre será respondido con un ronquido.

viernes, 16 de abril de 2021

En el olvido: Convento de San Agustín

En la Plaza de los Jardinillos, en el espacio actual comprendido por el edificio de Correos y telégrafos y buena parte de la calle Doctor Eduardo Arroyo, se mantuvo en pie durante siglos el desaparecido Convento de San Agustín. Esta casa religiosa fue fundada el 9 de agosto de 1585 los P. P. Agustinos de un modo muy poco legal, apoyándose en el deseo de la ciudad por contar con una universidad. Su fundación se gestó en silencio en connivencia con el Ayuntamiento, al que los agustinos prometían abrir clases de Gramática, Artes y Teología Escolástica y Positiva.


Su iglesia poseía dos monumentales portadas. Una de ellas, la principal, se encontraba abierta a la plaza del mismo nombre y se coronaba con una airosa espadaña de tres huecos. Junto a esta fábrica se erigió el gran edificio del convento, cuyas dependencias se distribuían en torno a un patio porticado con columnas de orden dórico y galerías claustrales, en cuyo centro se dispuso una fuente para refrescar el ambiente.

En julio de 1808 los franceses aprovecharon los muros del convento para atrincherarse. Este hecho provocó que se originaran serios desperfectos en el edificio por lo que los P. P, Agustinos tuvieron que abandonarlo. Hubo un acuerdo entre el Ayuntamiento y la orden religiosa por lo que se les cedió el viejo inmueble de los jesuitas, en la calle Compañía, y a cambio el convento de San Agustín pasó al Ministerio de la Guerra que lo convirtió en cuartel.

Años más tarde, como la guarnición era escasa e intermitente, el local se fue arruinando por zonas, y a principios del siglo XX era inhabitable, por lo que se decidió demolerlo y construir en su solar un cuartel para la Guardia Civil. En 1923 se comenzó a derribar los restos que aún se mantenían en pie del antiguo convento y no se hizo el nuevo cuartel.

En 1939, con la intención de dar trabajo a los menesteros, se construyó la Piscina Municipal. En 1970 la apertura de la calle Doctor Eduardo Arroyo y la construcción de la sede de Correos borró todo resto de lo que en su día fue hogar de los discípulos del señor.

viernes, 9 de abril de 2021

El antiguo Hospital de San Antonio de Padua

El antiguo hospital de San Antonio de Padua se encontraba situado en el edificio anexo a la parroquia del mismo nombre, en la calle Madre Soledad Torres Acosta. Si bien siempre se ha comentado que Alonso del Santo fundó dicho refugio en 1528, lo cierto fue que el capitán Hernández Pérez Oturiel y su esposa, doña Aldonza de Funes se encargaron de impulsar aquella beneficencia setenta años antes.

La intención de este matrimonio era la de escuchar misa en la iglesia que construirían anexa al hospital tanto para ellos como para los vecinos del barrio. Un 18 de enero de 1458, por parte del obispo don Alonso Sánchez de Acuña, se funda oficialmente el hospital y su parroquia. Salvo el edificio religioso, el resto del recinto fue reconstruido para albergar en su interior a la Orden de las Siervas de María.

De la parroquia, existe documentación que testifica que la fábrica actual no data del siglo XV. La anterior a la actual pudo ser modesta. La presente, sin embargo, data de principios del siglo XVIII, mandada a construir por Fray Rodrigo Marín y Rubio y por su sucesor, don Manuel Isidro de Orozco. Los encargados, sin embargo, de su construcción, fueron los arquitectos Francisco Martínez y Francisco López de Rojas.

La ermita, labrada en piedra, ofrece una fachada norte, situada en la calle Federico Mendizábal, hoy en día cegada. Su diseño, basado en un orden apilastrado toscano y almohadillado con bolsores en su dintel con la clave decorada por hoja de acanto y un alquitrabe con triglifos y metoda de diverso repertorio ornamental, presenta muchas similitudes a la de cualquier fachada de palacio que han existido en la capital del Santo Reino. Por encima del entablamento, flanqueada por las volutas de un frontón partido, se encuentra una hornacina dedicada al santo titular.

La otra portada, un poco más austera, se encuentra situada en la Plaza de los Jardinillos. Se comenta que dicha fachada es muy parecida a la que en su día fue la portada de la también desaparecida Ermita de San Félix el Cantalicio.

El interior, de una sola nave rectángular, se cubre con bóveda de cañón con lunetos de yeserías y con adornos barrocos de guirnaldas que festonean los lunetos y los pinjantes que cuelgan en los muros bajo la cornisa.

Su cabecera miraba al este, pero al abrirse una nueva puerta en la calle Madre Soledad Torres Acosta, este fue cambiado de orientación, provocando reformas en el testero que abría el camarín del santo enmarcado por el retablo. También provocó que desapareciera una importante caja de piedra apoyada en una moldura doble de talón y toro en 1970.

Por último, en el interior de la parroquia existieron pinturas y esculturas que hoy en día han desaparecido. Entre ellas, destacaron pinturas realizadas por los artistas Francisco de Pancorbo, José Caraza, Manuel Delgado o Juan de Medina, o esculturas diseñadas por Mateo Medina o Josef Espantaleón, entre otros.

viernes, 2 de abril de 2021

La visita de Felipe IV a Jaén

Desde que Fernando III tomó posesión de Jaén las visitas reales a la capital del Santo Reino solían ser frecuentes, ya fueran estas solemnes, de paso o de tránsito. Así lo realizó Carlos I y Felipe II en los años 1526 y 1570 respectivamente. Felipe IV visitó nuestra ciudad con apenas diecinueve años y mientras privaba el Conde de Olivares en el año 1624.

La finalidad que buscaba el monarca era la de poner las costas del sur de España en estado de defensa ante las amenazas incesantes de holandeses y berberiscos. Otros historiadores sostienen que el motivo real era el de obtener subsidios para sostener las guerras y para mantener el elevado nivel de vida del que se disfrutaba en la corte.

El 11 de abril de 1624 Felipe IV llegaba a la capital del Santo Reino después de recorrer media Andalucía. Junto al monarca, también pernoctaron en nuestra ciudad personajes tales como don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, don Enrique Enríquez, conde de San Sebastián, o don Francisco Quevedo de Villegas, señor de la Torre de Juan Abad, entre otros.

Jaén, por aquella época, aún no había visto terminar su grandiosa catedral, contaba con veinticinco mil habitantes, se mantenían intactas sus hermosas murallas y el castillo, del que se seguían distinguiendo sus tres alcázares, gozaba todavía de su guarnición que velaba día y noche por su mantenimiento.

Doce parroquias, nueve o diez conventos de frailes y ocho de monjas, un priorato de Calatrava, numerosas ermitas y beaterios, dieciséis hospitales u hospitalicos, más de cien cofradías y hermandades y un sinfín de capellanías, de fundaciones y obras pías formaban parte del urbanismo de la época.

La primera reunión que se celebró para preparar la visita de su majestad tuvo lugar el 10 de febrero de ese mismo año en las desaparecidas casas del Ayuntamiento, situadas en la parte central de la Plaza de Santa María. A esta asistieron los caballeros veinticuatros de la ciudad don Juan de Berrio y Mendoza, don Juan Palomino Hurtado de Mendoza, don Cristóbal de Biedma Narváez, don Jorge de Contreras y Torres, don Luis de Torres y Portugal, don Pedro de Messía y Ponce de León, don García Fagardo de Castrillo, don Alonso López de Mendoza y don Diego Núñez de Alarcón y los jurados Lucas Serrano de Quesada, Francisco de Alarcón y el personero Cristóbal Rodríguez de la Fuente del Saúco.

Al día siguiente se celebró una nueva reunión a la que asistieron, además de los citados anteriormente, don Gaspar de Biedma, don Luis de Piédrola Valenzuela, don Sebastián Messía de la Cerda, don Gaspar de Biedma Narváez, don Pedro Messía Ponce de León, don Jerónimo de Salazar, don Alonso de Gámiz Saavedra, don Juan de Baena Calle, don Juan de Quesada Monroy y los jurados Miguel del Bajo, Sebastián de Oviedo, Pedro Ruiz de Alcázar, Francisco de Mercado, Cristóbal Perete, Gregorio Doncel, Fernando de Ludeña, Alonso Camarero Delgado, Fernando de Vilches, Gaspar de Pancorbo, Gonzalo Hanegas, Francisco de Alarcón y Bartolomé de Alcázar Palacios.

En estas reuniones, y en las sucesivas que se celebraron, se acordó el arreglo de caminos, el embellecimiento de jardines y fuentes, la sustitución de adoquinado, reparación de edificios y monumentos y preparación de un amplio dispositivo de seguridad para que Felipe IV no sufriera ningún percance lamentable.

Cuando su majestad entró en Jaén fue recibido por una salva de pólvora realizada desde el Castillo de Santa Catalina. Quedó tan impresionado Felipe IV que éste confirmó años más tarde los grandes privilegios con los que gozaba la ciudad. Durante su estancia en la capital fue alojado en el Palacio Arzobispal.

Ese 11 de abril de 1624 nuestros antepasados pudieron disfrutar de una comitiva formada por trompeteros a caballo anunciando el cortejo, jinetes con todo tipo de accesorios típicos de la época, coches de altas ruedas, literas transportadas por mulas o carruajes cargados de equipaje, mozos de mulas, lacayos, cocheros, escoltas…

Felipe IV ocupaba un lugar preferente en una carroza con seis mulas, dos cocheros y acompañado del marqués de El Carpio. Las luminarias preparadas para la ocasión y las campanas de todas las torres y espadañas hicieron que el monarca se encontrara impresionado por tal recibimiento.

El Cardenal-obispo le ofreció en su palacio una cena suntuosa servida en vajilla de plata. A la mañana siguiente, la corte madrugó para que Fernando IV escuchara misa en la inacabada catedral, donde besó la reliquia del santo rostro. Después, montado en su carroza, recorrería la antigua calle Maestra Baja para recrearse en las aguas abundosas del manantial de la Magdalena.

Antes de despedirse de nuestra ciudad, se comenta que también visitó el estanque islámico de la parroquia de la Magdalena y almorzó temprano para poner rumbo a la vecina ciudad renacentista de Baeza.

Al ser un viaje real relámpago, el Ayuntamiento se ahorró parte del dinero presupuestado, por lo que pudo devolver los préstamos tomados de una forma más fácil y rápida de lo previsto.