viernes, 24 de junio de 2022

En el olvido: Las Carnicerías

En la Plaza de San Francisco, esquina con la calle Campanas, se encontraba el edificio de Las Carnicerías. Esta fábrica pública estaba ligada desde época medieval al municipio por el tráfico y comercialización de productos que en el interior se realizaban. Las administraciones públicas se encargaban de su control higiénico sanitario e intervención fiscal y regulaba las ordenanzas sobre la venta y distribución de carnes.

Para facilitar la intervención municipal se hizo necesario dotar a la ciudad de un edificio público destinado a esos fines. Ya en el siglo XV don Miguel Lucas de Iranzo ordenó la construcción de unas carnicerías a la salida de la Puerta de Santa María sobre otro edificio más antiguo que allí existió. Más tarde este mismo enclave fue a parar a manos del Cabildo Catedral, que lo vendió al Ayuntamiento en junio de 1545. Fue entonces cuando el Cabildo Municipal decidió mejorarlas encargando a Francisco del Castillo la construcción de un nuevo inmueble.

El edificio gozaba de cierta monumentalidad que evidenciaba el poder municipal y cumplía con la funcionalidad de venta pública de carnes. Este estaba organizado en torno a un patio cuadrangular que daba origen a cuatro naves cubiertas en sus costados, donde se situaban los tajones de la carne. Cada una se abría al patio a través de tres arcos apoyados en columnas alzadas sobre basamentos prismáticos, columnas que decoraban sus capiteles con relieves de las cabezas de animales cuyas carnes se comerciaban en el edificio.

Las naves y el patio estaban empedradas y disponían de canadillos y sumideros que facilitaban la diaria limpieza. La entrada se hacía por una portada monumental. Años más tarde, en el extremo cercano a la calle de los Álamos, se le adosó al edificio otro local dedicado al tráfico de granos. En la segunda mitad del siglo XVIII, se hicieron algunas mejoras a las Carnicerías. En ella se levantó ante su fachada un sobrio soportal con halconcillos flanqueados por escudos de la ciudad y del Rey.

En el siglo XIX se arrendó la galería superior para abrir allí el Café de Navarro. Bajo los soportales, las habitaciones anexas fueron casa de socorro, cuartelillo para el retén de bomberos, gabinete de desinfección… hasta que en 1928 las Carnicerías se demolieron. Parte del solar sirvió para ampliar la plaza, y sobre el resto se levantó el antiguo edificio de Correos y Telégrafos.

viernes, 17 de junio de 2022

Barrios de Jaén: San Juan

La barriada de San Juan es una de las zonas de Jaén más olvidada de nuestra ciudad, siendo las casas deshabitadas, la infravivienda y sus enormes carencias las notas predominantes. Su geografía, rodeada de calles empinadas, buscaba en época medieval la seguridad que ofrecía el Castillo de Santa Catalina.


El corazón del barrio ha sido, es y será la Plaza de San Juan, un trazado irregular con importantes desniveles que obligaron a suavizarla y a implantarle muros y cantones. En uno de sus rincones se encontraba La Pescadería, una lonja comercial donde el municipio controlaba la venta de pescado fresco y en salazón. La zona central, sin embargo, se utilizaba como mercado de frutas y verduras y, durante el gobierno del condestable Miguel Lucas de Iranzo, se celebraron corridas de toros y los concejos abiertos.

La iglesia parroquial de San Juan y San Pedro, símbolo del barrio, es una de las parroquias más antiguas de la capital levantada sobre los restos de unas viviendas musulmanas. En el siglo XVIII sufrió grandes desperfectos que afectaron a su fachada, dejando la fábrica en ruinas en los primeros años del siglo XX. Tras la guerra civil española se demolió erróneamente el interior de la misma, dejando en pie tan sólo los muros perimetrales.

Su actual denominación es la de Parroquia de San Juan y San Pedro tras la destrucción de una iglesia dedicada a este último santo metros más abajo. En la iglesia tuvo lugar la implantación de la Venerable Universidad de Curas Párrocos entre los siglos XIII y XX. Junto a la fábrica se encontraba la Torre del Concejo, sede del reloj oficial de la ciudad porque en la plaza se celebraban los cabildos municipales. La torre es rematada con una balconada de medio punto abierta en sus cuatro frentes donde cuelga la campana del reloj donada por la propia iglesia.

En la parte alta de la torre se encuentran unas inscripciones que dicen “AÑA: ECCE CRVCEM DOMINI FVGITE PARTE ADVERSE VICIT DE TRIBV IVDA RADIX DAVID”, (He aquí la cruz del Señor. Huid enemigos. Venció el León de la Tribu de Judá y de la raíz de David) y “EN EL AÑO DEL SEÑOR MDLIII: SIENDO PRIOR D. FERNANDO D GORMAZ Y MAYORDOMO D. FERNANDO CAMUDIO DE GORMAZ”.

La callejuela de San Benito debe su nombre al desaparecido Priorato de San Benito, una institución que se mantuvo en pie hasta los tiempos de la desamortización de Mendizábal. En ella se celebraba la ceremonia de investidura de los caballeros de la Orden. El conjunto pasó a formar parte de casas de vecindad. En la parte trasera se encontraba El Corralaz, un corral de comedias que acabó calcinado por causas desconocidas, provocando la muerte de varias personas a comienzos del siglo XVII. Hoy su entorno fue renombrado como calle de Juanito El Practicante en recuerdo de don Juan Torres Olivera, sanitario que trabajó mucho por los vecinos de San Juan y La Magdalena.

La calle de la Iglesia, hoy en día de San Juan, es la vía donde se encuentra la fachada y la puerta lateral del templo, y donde en su cabecera se instaló la Sala del Concejo. Por otro lado, si se puede determinar qué calle ha servido de nexo de unión entre San Juan y La Magdalena, esa es la calle Llana de San Juan, continuación de la actualmente renombrada de Almendros Aguilar.

La otra vía que sirve de límite perimetral es la actual Muñoz Garnica, entre el barranco de la Coronada y la callejuela de San Benito. Al inicio de este tramo existió el convento de Nuestra Señora de la Coronada, de los P.P. Carmelitas Calzados, levantado hacia 1620. En ella sigue existiendo una fuente de piedra en la que se puede leer la siguiente inscripción “DIA DES MATHIA/CEUNUMADAT GASPAR/FELIX MANRIQUE/AÑO 1642”.

La calle de las Moscas era una vía bautizada así por las casquerías o puestos de venta de despojos que provocó numerosos enjambres de insectos. La calle de las Peñuelas de San Juan estuvo habitada por lecheros y cabreros y, por otro lado, la calle del Reventón era el lugar perfecto desde donde contemplar las inmejorables vistas de la vega, del río y de la campiña mediante un mirador.

La Ropa Vieja, cantón por excelencia de la ciudad junto con el de Jesús, siempre ha servido de punto de encuentro entre sus vecinos. Allí se instalaban los tenderetes de los ropavejeros o mercaderes de ropas usadas, vía que acababa en un callejón sin salida renombrada como calle de Elvín, donde actualmente se encuentran unos jardines privados similares a los Carmenes granadinos.

En el lado extremo se encuentra la calle de la Santísima Trinidad, en honor al convento religioso de la Santísima Trinidad y Redención de Cultivos, primer recinto religioso abierto tras la reconquista cristiana. El espacio estaba formado por dos patios porticados y una iglesia, de cuya capilla mayor tenía el patronato los miembros de la familia Contreras. Tras la desamortización de Mendizábal el convento fue destruido para construir en ella viviendas familiares y sus dependencias fueron repartidas por diferentes parroquias de la ciudad.

La calle de los Sorias, o Soria de San Juan, debe su nombre a una casa ocupada por la familia de los Soria. Junto a ella se encuentra la calle del Vicario por la residencia del vicario o coadjutor de la parroquia del barrio. Otro de los trazados ilustres es la calle de la Concepción Vieja por un convento de dominicas existente en esta bajo la advocación de la Concepción de Nuestra Señora.

viernes, 10 de junio de 2022

De leyenda: Dos santos en la Loma del Rollo

Hace muchos años vino un arriero hacia la ciudad montado en su borriquilla para visitar a su hermano que vivía en una casa próxima a la ermita de Santo Elifonso, en lo que hoy se conoce como barrio de Belén y San Roque, ya que su hermano le había prometido un buen trabajo.


Cerca de la capital del Santo Reino, el arriero se adentró en un camino Real que, cruzando las Lagunillas y las Eras de Belén, llegaba hasta la Puerta Barrera. Cuando estaba a la altura del Cerrillo de la Misericordia, se percató que delante de él, y en la misma dirección, caminaban dos peregrinos. El animal se puso a rebuznar y a sentirse inquieto, apartándose hacia la derecha del trazado.

El arriero, que procuró seguir el instinto de la burra, hizo el mismo gesto. A la altura de la actual calle Eras de Belén, la burra volvió a pararse, negándose a andar. En ese instante, se le acercó dos peregrinos y uno de ellos le regaló agua bendita para que la derramara en la primera puerta cerrada de la ciudad que se encontrara pidiéndole al Dios salud para cuántos estuvieran detrás de ella.

El viajero recogió el frasco y montó de nuevo en su burra. Cuando llegó a la Puerta Barrera, ésta se encontraba cerrada. El hombre descabalgó y la golpeó para que le abriesen.

Desde lo alto de la muralla, un soldado le comentó que las puertas de la ciudad estaban cerradas porque se había declarado una epidemia de peste y nadie podía entrar. Sin dudarlo, el hombre cogió el agua bendita que le habían regalado y tiró sobre la puerta el líquido, tal y como le indicó el peregrino.

El arriero volvió al punto donde se encontró a esas personas, pero ante la oscuridad del camino, la burra se hizo una herida grave y tuvieron que pasar la noche allí. Uno de los dos peregrinos apareció de la nada, se acercó al arriero, lamió las heridas del animal y avisó a su dueño de que al día siguiente iba a entrar a la ciudad montado en su animal.

A la mañana siguiente, el hombre descubrió que la Puerta Barrera estaba abierta, entró en la ciudad y allí pudo comprobar que los vecinos de la capital del Santo Reino estaban totalmente sanos. Cuando llega a casa de su hermano, le cuenta a este lo sucedido. Rápidamente se fueron a ver al capellán de la ermita de San Elifonso, quien puso esa información en conocimiento del Obispo. Éste llamó al arriero y le preguntó si conocía el nombre de esos peregrinos, a lo que le contestó que se llamaban Roque y Nicasio.

viernes, 3 de junio de 2022

Barrios de Jaén: San Bartolomé

La barriada de San Bartolomé siempre ha sido un lugar donde más cambios se han experimentado, tanto en su demarcación urbana como en su configuración viaria pasando por su trama socio-profesional y su ambientación. Su centro neurálgico es la Plaza de San Bartolomé, y alrededor a esta se encuentran la calle Accesoria de San Agustín, de los Coches, de Isabel Méndez, una parte de Martínez Molina, la de doña Magdalena del Prado, de las Palmas y la calle y callejones de San Vicente. 

Gracias a la supresión de Santiago y San Lorenzo, el callejero del barrio se vio ampliado notablemente. Su punto de inflexión fue en 1875, con la apertura de la calle Colón y la ruptura de la vieja muralla, marcando así el inicio de su nueva configuración geográfica.

Se podría decir que la Plaza de San Bartolomé es la única de la ciudad que se encuentra, a su vez, dividida en tres partes. La zona mayor fue delimitada por cantones y por muros de contención. El segundo enclave pertenece a la lonja de la iglesia, mientras que una tercera terraza, conocida como Plazuela del Marqués del Camino, siempre fue considerada como un espacio independiente. A mediados del siglo XX se trazaron jardines, se plantaron naranjos y se colocaron dos fuentes, además de una estatua de un niño acompañado de su perro.

La iglesia parroquial de San Bartolomé, corazón del barrio, data de época medieval. Frente a ella existió una fuente diseñada por el entallador Cristóbal Téllez. Tras ser trasladada al centro de la plaza en el siglo XIX, fue sustituida la centuria pasada por una fuente-candelabro de hierro fundido.

La Casa del Miedo tuvo su origen en 1862, cuyo primer residente fue Felipe Mingo. Más tarde pasó a ser propiedad del Conde del Águila. Cerca de esta se encontraba la casa del Marqués del Cadimo. A finales del siglo XIX fue arrendada por Isaac Mateos para establecer allí el Colegio de San José, posterior Colegio de San Agustín, regentado por la familia Nogales.

La calle Accesoria de San Agustín fue un trazado partido en dos por un campillejo que, a su vez, comunicaba la zona alta del barrio con la desaparecida Plazuela de San Antonio. Su nombre se debe a que, en su parte baja, lindaba con el antiguo Convento de San Agustín. La calle de los Coches debe su nombre a que en ese punto abrían las cocheras de algunas casas nobiliarias de la calle Martínez Molina. En 1916 fue bautizada como calle de Virgilio Anguita. Desde 1975 goza de más amplitud.

En el callejón de los Ángeles se edificaron las viviendas de los Condes del Águila, de los Salido y de los Coello de Portugal. En esta última hubo una hornacina donde se veneraba un Ecce-homo pintado en una tabla y que recibía el nombre del Señor de Coello. Debido a su estrechez, esta vía tuvo que ser transformada en la calle que es hoy en día tras una reforma urbanística del año 1960.

La calle de doña Magdalena del Prado siempre fue una de las trazadas más utilizadas para acceder al barrio. En ella estuvo la Casa de los Tijnajones por las vasijas enormes que rodeaban su planta baja y que también estuvo dedicada al molino aceitero de la Viga. En su entrada se encontraba el Torreón de San Agustín, derribado a finales del siglo XIX. Era una torre ochavada con dos grandes salas que se utilizaron como calabozo de la jurisdicción militar.

En la calle de las Palmas tuvo lugar la creación de varias escuelas públicas y casas de prostitución en el siglo XIX, mientras que la calle de San Vicente siempre será recordada con el nombre de la Cuesta del Pregonero, porque esta vía lindaba con la Real Cárcel y la casa de este. Por esa zona aún existe una hornacina dedicada al Santo Cristo de la Luz del siglo XVIII cuya función era la de iluminar ese tenebroso rincón de la ciudad.