viernes, 29 de noviembre de 2019

¿Qué son los melenchones?


Los melenchones son composiciones musicales, originarias de la capital del Santo Reino, formadas por estrofas de hasta cuatro versos entremezclado con otras de semejante esquema a forma de estribillo. La ironía, la crítica o la picardía sobre temas cotidianos contados con medias palabras reinan sobre estas composiciones en el que se buscaba divertir y entretener a grupos de personas durante las reuniones vecinales o familiares, tareas de recogida de la aceituna, matanza de cerdos, romerías o cada 16 de enero con motivo de la celebración de las lumbres de San Antón.
Se dice que estos cantos populares datan de la época del Condestable don Miguel Lucas de Iranzo. Gracias a él se inculcó a la población la exaltación de la figura del santo, introduciendo en esta fiesta cantos populares en forma de villancicos. Esta estuvo activa hasta el siglo XIX por impulso e influencia de grupos ganaderos.
Gracias a las diferentes influencias culturales de las que están enriquecidas los melenchones se puede deducir que las letras de algunas de estas coplillas se reproducen en otros cantos populares de otras regiones andaluzas como en “la reja” de Almería.
A mediados del siglo XX, María de los Dolores Torres y Rodríguez, docente de música natural de nuestra ciudad, recorrió la provincia para recoger información sobre las raíces y costumbres de los cada uno de los municipios de la misma. Gracias a ello, en 1972 se publicó la obra Cancionero Popular de Jaén, el mejor documento existente sobre nuestros orígenes. Por otro lado, la Asociación de Coros y Danzas Lola Torres trabaja intensamente en mantener vivo el legado de nuestra historia a través de la difusión y realización de eventos relacionados con la misma.
 Un ejemplo de coplilla la encontramos en la canción “Amorosos” y que dice lo siguiente:
Dentro de mi pecho tengo
una "M" con dos lazos
que quiere decir Miguel
vente conmigo a mis brazos

Esos dos que van bailando
que parecidos son
si la vista no me engaña
el novio y la novia son.

Eché un limón a rodar
y en tu puerta se paró
hasta los limones saben
que nos queremos los dos.

Todos los morenos son
dulces como el caramelo.
Yo como soy muy golosa
por un moreno me muero.

Estando la pájara pinta
sentadita en su verde limón
con el pico picaba el ala
con la ala picaba una flor,
Ay, mi amor.

De rodillas a los pies de mi amante
dame una mano, dame la otra
dame un besito, será pa tu boca.

Daremos la media vuelta
daremos la vuelta entera
echamos un paso atrás
haremos la reverencia


viernes, 22 de noviembre de 2019

Entre el Chirri y la Pastira



A mediados del siglo XVIII surge la moda de adaptar las vestimentas locales a la elegancia urbana sin desechar el origen natural y artesano en sus elementos. Como no podía ser de otro modo, la capital del Santo Reino no iba a ser menos. El Chirri y la Pastira cumplía con esa función, llegándose a utilizar en celebraciones locales tales como las lumbres por San Antón, las romerías del Cristo del Arroz y de la Divina Pastora y en las fiestas de la Virgen de la Capilla.
El traje masculino se conoce como chirri, por el chirriado de las carretas que llevaban los campesinos al llegar a la ciudad para vender sus mercancías. Elegante y señorial, la vestimenta es de color negro o pardo. Los pantalones son de lana y están abiertos por los lados en forma de campana. Se adorna con un lazo con caireles o monedas, y sus botones son lisos o labrados. En el pantalón se coloca una especie de tapa, conocida como alzapón o portón, que se abrocha en los laterales.
La chaqueta es de lana semi-corta con alamares y coderas en marrón sobrepuestas. La camisa es blanca y puede estar hecha de algodón, de hilo o semihilo, con cuello de tirilla y con una perchera sobrepuesta con grupos de jaretillas de mangas largas. El chaleco va adornado con solapas en forma de esmoquin y de colores muy variados. En la cintura se coloca una faja de lana fina, ya bien sea de color azul o rojo. En la cabeza se coloca también un pañuelo cuadrado atado en la nuca en forma de triángulo y encima de este se sitúa un sombrero calañés con una ala vuelta de copa baja y con dos madroños.
Los zapatos son abotinados de piel negra y en ellos se colocan unos leguis de color negro con ribetes de marrón.
Por otro lado, se le conoce por pastira a la vestimenta feminista típica de nuestra ciudad, haciendo un homenaje a los típicos trajes de lechera históricos. Destaca del traje la mantilla o pañoleta, basado en la leyenda de un grupo de mozos y mozas que salieron una mañana de romería a orillas del río Guadalbullón. En ella se cuenta que un grupo de moros granadinos atacaron a estas personas con el fin de secuestrar a las mujeres, aunque la resistencia de los castellanos provocó que los moros huyeran y que los trajes de las mujeres se tiñeran del blanco puro al rojo sangre.
La almilla es de lana o de seda brillante, con mangas largas bien ajustadas y con forma de pico en la parte delantera, llevando rizado un encaje blanco de bolillos a la altura del escote y las mangas. La falda está hecha de canícula de color azul grisáceo y va acompañada de un cordón del mismo color. Debajo de esta se colocan diferentes refajos de color encarnado o rojo. El delantal, sin embargo, va bordado con adornos florales para darle vistosidad.
El vestido se complementa con medias blancas de hilo o seda y con pantalones de hilo con volante y tiras bordadas acompañadas estas de pasacintas para ajustarlos. Los zapatos son negros con medio tacón y en el corpiño se coloca, o bien para diario, un pañuelo de lana, o bien para días festivos, un pequeño mantón de manila.
La mantilla suele ser de paño o raso rojo acompañado de un ribete negro de terciopelo, idéntico al típico complemento de las campesinas castellanas que usaban para ir a la iglesia. Esta cubre el peinado de la mujer, formado con un moño de alpargata y con dos rodetes a los lados. Por último, también hay que destacar el aderezo que acompaña al traje, complementando el traje con esmeraldas, diamantes o perlas de oro, y con una cinta de terciopelo negro en el cuello y una cruz también de oro.

viernes, 15 de noviembre de 2019

En el olvido: La Cofradia de los Negros de Jaén


Durante la reconquista cristiana, en tiempos donde la península ibérica era recuperada poco a poco por parte de la Corona de Castilla, existió un grupo de personas procedente del tráfico de esclavos de África que habitaba entre la población cristiana bajo la tiranía de sus supuestos “amos”.
Supuestamente, estas personas eran comúnmente bien tratados y queridos hasta tal punto que contaban con permiso de reunión para celebrar sus bailes y aficiones y también contaba con la protección del arzobispo de Sevilla de la época, que impulsó además la creación de una cofradía de penitencia en Viernes Santo en la ciudad hispalense. Esta hermandad, conocida popularmente como “de negros”, se formó bajo el título de “Santísimo Cristo de la Fundación y Nuestra Señora de los Ángeles”.
A partir de entonces, a lo largo del territorio andaluz fueron creadas diversas cofradías semejantes a esta última, en concreto tres hermandades en la provincia de Jaén. Una en Úbeda, otra en Baeza, y una última en la capital del Santo Reino, de la que a continuación nos vamos a ocupar, bajo el título de Nuestra Señora de los Reyes y San Benedicto de Palermo.
La cofradía de Nuestra Señora de los Reyes, como en un principio se dio a conocer, fue fundada en el año 1600 por el ilustre personaje de nuestra tierra Juan Cobo, más conocido como “color moreno”. En ese mismo año, la hermandad comenzó a celebrar sus primeras fiestas litúrgicas en la iglesia de San Juan ante la imagen de una virgen donada por una feligresa. Un año más tarde, la cofradía tuvo que buscar cobijo en la iglesia de San Bartolomé ante la falta de espacio en la iglesia de San Juan, mudándose de nuevo en 1602 a su sede canónica definitiva, la actual Basílica Menor de San Ildefonso.
Manteniéndose económicamente tan solo de las limosnas de sus seguidores y de la ilustre ayuda de don Juan Cobo, en 1612 comenzó su decadencia al desplazarse este último a vivir a la ciudad vecina de Granada, avocando a la cofradía a su disolución. En 1627 don Cristóbal de Porras, que había fundado otras cofradías de negros en diversos conventos franciscanos dentro de la región andaluza, quiso restaurar la cofradía de nuevo, pero contó con la oposición de Juan Cobo, que regresó de Granada y pidió recuperar su antiguo puesto de Prior dentro de la Cofradía.
Por este motivo, la autoridad eclesiástica competente tomó las riendas de la hermandad y decidió que Cristóbal de Porras asumiera el control de la misma, que aprovechó inmediatamente para convocar un cabildo general y acusar a don Juan Cobo de haber dejado perder la cofradía sin rendir cuentas y ensalzó haber conseguido fundar hermandades semejantes en las vecinas ciudades de Úbeda y Baeza.
Desde entonces, la cofradía de Nuestra Señora de los Reyes y San Benedicto de Palermo continuó celebrando sus fiestas hasta su desaparición años más tarde, cuando la afluencia de personas de color a la península era escasa, coincidiendo también con la caída del imperio español.
Unas fiestas que se celebraban varias veces al año, a saber. Una el seis de enero, otra el día del Corpus Christi, y una última los miércoles y jueves santo. En ellas, había procesión y danzas, además de diversos sermones pronunciados por los obispos de la ciudad a lo largo de su corta historia. Incluso la parte musical de la fiesta era muy cuidada, para lo cual solían contratar a los cantores de San Andrés y a dos músicos de guitarra o vihuela.

viernes, 8 de noviembre de 2019

Callejero de Jaén: Los Álamos, Doctor Eduardo Arroyo, San Clemente y Plaza de los Jardinillos


El entorno de la calle Los Álamos y Doctor Eduardo Arroyo era antiguamente un espacio totalmente distinto a la actualidad. La primera calle terminaba en una plazuela que al mismo tiempo terminaba en otra plaza, de mayor dimensión, conocida como Plazoleta de los Montoro.

Esta plaza siempre tuvo un carácter industrial ya que allí se instaló la primera fábrica eléctrica con generadores de vapor. Más adelante, esta nave fue ocupada por la fábrica de cervezas El Lagarto, primera fábrica de bebidas alcohólicas de la ciudad, y posterior fábrica de cervezas El Alcázar. En los años 50, la sede de la misma sufrió un accidente en las calderas que provocó el traslado de la empresa a las actuales instalaciones de La Imora, con el fin de garantizar la seguridad de los ciudadanos.

La calle Los Álamos, a la altura de la intersección con la calle Espartería, se estrechaba, originando a partir de este punto la creación natural de un campillejo, conocido como Las Cruces. En ese espacio se encontraban diversos edificios como la sede de la Delegación de Obras Públicas, en el mismo lugar donde el ilustrísimo médico don Bernabé Soriano diseñó su vivienda particular.

En los años 50, cuando el parque automovilístico creció y la circulación se convirtió en insostenible, se precisó de una reforma integral que provocó la demolición de viviendas y la creación de la actual calle Eduardo Arroyo que conectaría la calle Los Álamos con la Plaza de los Jardinillos y que al mismo tiempo partiera en dos el barrio de San Bartolomé, como así ha sucedido.

La calle San Clemente fue durante muchísimo tiempo una calle de tránsito, casi obligatorio, entre lo que era la ciudad oficial y la zona de extrarradio de la época. Existían dos edificios bien característicos en la vía. Por un lado, se encontraba la Ermita de San Clemente, dependiente de la Basílica Menor de San Ildefonso. Actualmente es sede del Convento de las Esclavas del Santísimo Sacramento.

Justo enfrente se encontraba otro edificio dedicado a la medicina, el inmenso Hospital de José y María. La planta baja del mismo se utilizaba como almacén de grano, conocido popularmente como La Triguera, un espacio donde las semillas se vendían al por mayor. También existieron otros establecimientos muy populares como el estudio fotográfico de Garrido y una imprenta donde se hacían los impresos de propaganda y otros prospectos anunciadores de los cines de Jaén.

A la Plaza de los Jardinillos se la llamó originariamente Plaza de San Antonio, por el convento del mismo nombre. Era una plaza enorme de terrizas sin urbanizar hasta que en plena Guerra Civil la explanada se utilizó para construir un gran refugio antiaéreo y para depositar escombros. A principios de los años 40 se emprende en la capital una serie de obras públicas de urbanización con el fin de paliar el alto paro que existía.

Gracias a esta iniciativa, se limpia y adecenta el espacio construyendo unos jardines, colocando una fuente en la parte central y trasladando a la misma la estatua dedicada a don Bernardo López. En ella se diseña también un paseo agradable que permitía escuchar las tardes de los jueves y domingos de verano las últimas novedades musicales en la piscina municipal, justo en el mismo punto donde se encuentra levantado el actual edificio de Correos.