viernes, 3 de abril de 2020

Hamman al-Walad


El origen de la ocupación del espacio donde hoy se encuentra la ciudad de Jaén se remonta a la prehistoria, aunque sería en época ibero romana cuando se configuró como un recinto amurallado conocido como Aurgi. Este asentamiento sufrió numerosas transformaciones a lo largo de los siglos siguientes, sobre todo a partir del siglo IV de nuestra era, cuando se abandona partes de la misma.

Los árabes, que conquistan la península entre los años 711 y 714, iniciaron muy pronto la conformación de una nueva ciudad, Yayyan, Jaén, a la que no tardaron en convertir en capital de un gran distrito equivalente en cierto modo a una provincia, tanto por sus valores estratégicos como por la fertilidad de sus tierras.

Esta última se debía en gran medida a la abundancia de agua ya que desde el Cerro de Santa Catalina manaban numerosas fuentes naturales. Esta abundancia es sin duda uno de los factores que explica la continuada ocupación de este espacio a través de los milenios.

Hasta el siglo X la ciudad musulmana ocupó el mismo solar fortificado que la antigua Aurgi romana, pero organizada en tres amplios recintos. La Madina o espacio residencial, emplazada sobre los actuales barrios de la Magdalena, San Juan, San Miguel y San Andrés, la residencia fortificada de las autoridades políticas, situada en la ladera del Cerro de Santa Catalina, aunque el centro de gobierno estaba en la Madina, en la actual manzana de Santo Domingo, y finalmente en la cumbre fue construido un gran recinto como refugio de la población y último espacio defensivo.

La conflictiva situación política y social desarrollada en Al-Ándalus entre los siglos XI y XIII hizo que la población del entorno buscara refugio al amparo de sus murallas, lo que se tradujo en el surgimiento de arrabales a extramuros, y en cierto modo inutilizaría la muralla existente.

En 1169 los almohades se apoderan de Jaén. Los almohades eran un movimiento político religioso surgido entre los beneveres de las montañas del atlas, actual Marruecos, y que en la década anterior habían construido un gran imperio, abarcando los actuales Marruecos, Argelia y Túnez, y habían comenzado la ocupación de la península ibérica.

Aquí construirían una nueva muralla que por el sur llegó hasta el actual barranco de los escuderos, triplicando el tamaño de la ciudad. En ese extremo levantaron una gran mezquita, sustituida hoy por la Catedral, de la que partiría un eje hacia la ciudad antigua.

El centro del antiguo espacio urbano fue profundamente transformado. Ampliaron la principal terraza romana y levantaron un nuevo centro político reedificando los antiguos palacios omeyas en la actual manzana de Santo Domingo que conectaron con los baños del Palacio de Villadompardo, que probablemente fuera edificado por los ziíes, cuyo reino de más de mil años llegaron abarcar Granada, Jaén y Málaga.

Palacios y baños, que fueron abastecidos por el agua de la fuente de la Magdalena, llevaban el mismo mediante una gran conducción subterránea. Esta conducción que recorría las actuales calles Santo Domingo y parte de la calle Martínez Molina, llegando al menos hasta la actual Iglesia de San Juan, abasteció también a gran parte de la ciudad, permitiendo de esta manera la edificación de numerosas casas de baños en sus distintos barrios.

Existieron oficialmente hasta seis baños, pero es posible que hubiese algunos más. Aunque no se ha localizado ninguna mezquita cerca del baño del Palacio de Villadompardo, es posible que existiese, ya que como edificios que en parte estaban al servicio de una purificación ritual religiosa, algunos se levantaban en las cercanías de las mezquitas, emplazándose por tanto en zonas de gran afluencia, es decir, a las puertas de entrada a la ciudad, en plazuelas y en mercados, estos últimos organizados con pequeños comercios que rodeaban al baño.

Por otro lado, en bastantes casos, los baños eran propiedad de las mezquitas y las rentas obtenidas por su explotación servían para mantener estas. El baño del palacio de Villadompardo fue identificado como baño del niño y solía estar muy frecuentado por funcionarios de la administración estatal.

Un gran patio servía de antesala de los baños. Este podría acoger a vendedores de perfumes, aceites y tónicos para el baño. En algunos casos también se utilizaban otros servidores que se prestaban a secar sobre cuerdas las toallas y paños húmedos, aunque esta actividad también podía llevarse a cabo en las terrazas. También desde este espacio podía accederse a las letrinas.

Dentro de los baños, la decencia y el buen comportamiento de la clientela y servidores, asi como la limpieza del propio establecimiento estaban aseguradas por el almotacén, que era el encargado de la vigilancia. Este gran personaje tenía múltiples ocupaciones en la ciudad, ya que era el responsable de cometidos tan dispares como la inspección del mercado, la vigilancia de la moralidad pública, la declaración en ruina de los edificios o evitar que los animales fuesen sobrecargados o sobreforzados indebidamente.

En una primera estancia o vestíbulo de ingreso, conocida como al-bayt al-maslaj, el cliente descansaba, esperaba y se desvestía. En los muros de las estancias solían abrirse unas camarillas de escaso fondo llamadas tacas destinadas a depositar las vestimentas de los clientes. Aunque el acceso al baño era gratuito, el encargado del guardarropa, y que respondia a la custodia de las prendas de los bañistas, también vendía la piedra jabonosa con la que se limpiaban el cabello a la vez que alquilaba toallas.

A continuación, se accedía a la sala fría, conocida como al-bayt al-barid. Esta sala, como la anterior, solía ser de planta rectangular, presentando en sus extremos alcobas o alamías, separadas por arcos gemelos, y que servían como pequeñas estancias destinadas al reposo.

La tercera estancia, la más espaciosa del baño, era la sala templada, denominada al-bayt al-wastani, y al tener las mayores dimensiones, tenía un sistema de conducción más complejo, empleándose bóvedas de cañón para las naves laterales mientras que el espacio central lo hacía con cúpulas semiesféricas con pechinas apoyadas en columnas. En ellas masajistas, barberos y mozos de baño atendían a los clientes.

La cuarta estancia corresponde a la sala caliente, la conocida como al-bayt al-sajum. La alta temperatura del suelo obligaba al empleo de zuecos o alcorques de suela mueca. En ella se tomaban los correspondientes baños de vapor y para conseguirlo se vertía agua fría sobre el suelo caliza previamente calentado, generándose el reconfortante vapor que envolvía todo este espacio.

Tras los muros de la sala caliente se encontraba el horno, que daba con el hipocausto, red de conexiones que se encontraba sobre las salas caliente y templada por la que circulaba el humo calentando el suelo. El hipocausto terminaba en las chimeneas y salían hacia el exterior ofreciendo un efecto de convección que hacia circular el aire caliente y, expulsado el humo, ya enfriaba el exterior.

Sobre el horno se apoyaba una gran caldera de cobre donde se calentaba el agua y podía distribuirse todo el edificio, aunque su primera parada solía ser una pileta, con frecuencia colocada a un lado del horno y que se empleaba para la ducha o para regar el suelo y provocar vapor.

El horno y la caldera comunicaba con un patio de servicio hasta donde llegaban las cargas de combustible, ya que para caldear el baño en el horno se quemaba todo aquello que podía arder sin que esta acción ocasionase molestias al vecindario.

El horno era la parte sucia del baño. En ella trabajaba los empleados del baño, que con frecuencia podían ser exclavos. También estos empleados, caminando por las bóvedas de conducción de todo el edificio, abrían y cerraban las luceras utilizando para ello cristales coloreados, graduando así la temperatura interior y la intensidad y la graduación de la luz.

El pavimento de las distintas salas varíaban dependiendo de la función que cada espacio desempeñaba, documentándose en el edificio suelos de mármol, barro cocido y piedra natural. El agua era conducida a las diferentes salas del baño mediante conducciones de barro o plomo alojadas en los muros.

En el interior de los baños, con el objetivo de aislar y conseguir una mayor deflagración y modulación del calor, las paredes y las cubiertas de las salas se lucían con recodo de yeso de color blanco sobre el que se trazaban diversos motivos, empleándose diferentes pigmentos entre los que dominan la almagra, que es un resistente a la humedad.

Pero el baño no solo tenia funciones higiénicas y religiosas, sino que era también un espacio en el que se entablaban poderosas relaciones sociales, por lo que habitualmente en este inmueble se permanecía bastante tiempo. Se trataba, por tanto, de un lugar destinado al lánguido cuidado del cuerpo, al acicalamiento, donde se extreman los detalles, y se ejercían con ese objetivo muy variadas actividades y prácticas.

Al atardecer, cuando la jornada llegaba a su fin, era el turno de las mujeres, que realizaban las mismas actividades que los hombres, solo que esta vez eran atendidas por otras mujeres.

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