viernes, 1 de marzo de 2019

De leyenda: Peñón de Uribe



Resultado de imagen de plaza santa luisa de marillac jaenEn la actual Plaza de Santa Luisa de Marillac se encontraba el conocido Peñón de Uribe, una gran piedra que existía en esta plaza lindando con la calle Baja de Santo Domingo donde los vecinos se sentaban a charlar.

En la segunda mitad del siglo XIX, tanto la capital del Santo Reino como el resto de la provincia vivía inmersa en una gran sequía. Por este motivo pronto comenzó a hacerse notar la hambruna entre las clases más modestas, ya que su sustento dependía de los jornales que los hombres realizaban en las tareas agrarias y los campos no daban cosecha alguna.

Un vecino del primitivo barrio de San Juan, jornalero y casado de una bella dama y padre de cinco hijos albergaba también en su hogar a su padre anciano ya decrépito. El cabeza de familia, desesperado por no encontrar trabajo y apremiándole la miseria, decidió ingresar en el hospicio de hombres que se encontraba cerca del barrio a su pobre padre. Pensaba el hombre que así el anciano tendría mejores cuidados y así se paliaba un poco la hambruna que arrasaba en su casa. 

A primera hora de la mañana, el hombre visitó a su padre en su habitación para comunicarle la decisión que había tomado. El pobre anciano dio su conformidad, despidiéndose de sus nietecillos y su nuera minutos después. El hijo inmediatamente tomó a su padre a cuestas camino al hospicio, ya que el hombre no podía caminar. A la altura del Peñón de Uribe, el hijo depositó al padre en dicha piedra para descansar. El anciano en ese momento se echó a llorar, conmoviendo a su hijo y provocando que este le preguntase por el motivo de sus lágrimas, contestándole este.

“Es que me acuerdo cuando yo era joven e hice lo mismo con mi padre, él también estaba baldado y lo llevaba a cuestas, y lo senté en este mismo sitio para descansar antes de ingresarlo en el hospicio”.
El hijo, impresionado por esas palabras, volvió a cargar al anciano a sus espaldas y le comentó que volvían a casa y que confiaba en Dios para que, por su generoso gesto, no le faltase de comer.

Durante doscientos años, esta leyenda se ha ido transmitiendo entre las mujeres jornaleras y los vecinos del barrio de generación en generación. Si bien es cierto que la base de la leyenda no ha sufrido modificaciones, existen otras versiones que comentaban que el motivo por el que el hijo llevara a su padre al hospicio no era la hambruna que atravesaba la casa, sino que el hombre contrajo matrimonio con una dama que no quería encargarse de su indefenso suegro.

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