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En
la segunda mitad del siglo XIX, tanto la capital del Santo Reino como el resto
de la provincia vivía inmersa en una gran sequía. Por este motivo pronto
comenzó a hacerse notar la hambruna entre las clases más modestas, ya que su
sustento dependía de los jornales que los hombres realizaban en las tareas
agrarias y los campos no daban cosecha alguna.
Un
vecino del primitivo barrio de San Juan, jornalero y casado de una bella dama y
padre de cinco hijos albergaba también en su hogar a su padre anciano ya
decrépito. El cabeza de familia, desesperado por no encontrar trabajo y
apremiándole la miseria, decidió ingresar en el hospicio de hombres que se
encontraba cerca del barrio a su pobre padre. Pensaba el hombre que así el anciano
tendría mejores cuidados y así se paliaba un poco la hambruna que arrasaba en
su casa.
A
primera hora de la mañana, el hombre visitó a su padre en su habitación para
comunicarle la decisión que había tomado. El pobre anciano dio su conformidad,
despidiéndose de sus nietecillos y su nuera minutos después. El hijo inmediatamente
tomó a su padre a cuestas camino al hospicio, ya que el hombre no podía
caminar. A la altura del Peñón de Uribe, el hijo depositó al padre en dicha
piedra para descansar. El anciano en ese momento se echó a llorar, conmoviendo
a su hijo y provocando que este le preguntase por el motivo de sus lágrimas,
contestándole este.
“Es
que me acuerdo cuando yo era joven e hice lo mismo con mi padre, él también
estaba baldado y lo llevaba a cuestas, y lo senté en este mismo sitio para
descansar antes de ingresarlo en el hospicio”.
El
hijo, impresionado por esas palabras, volvió a cargar al anciano a sus espaldas
y le comentó que volvían a casa y que confiaba en Dios para que, por su
generoso gesto, no le faltase de comer.
Durante
doscientos años, esta leyenda se ha ido transmitiendo entre las mujeres jornaleras
y los vecinos del barrio de generación en generación. Si bien es cierto que la
base de la leyenda no ha sufrido modificaciones, existen otras versiones que
comentaban que el motivo por el que el hijo llevara a su padre al hospicio no
era la hambruna que atravesaba la casa, sino que el hombre contrajo matrimonio
con una dama que no quería encargarse de su indefenso suegro.
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