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"Cuentase que en aquellos siglos primeros que siguieron a la
conquista de la cuidad, -en una año que no se cita y en un periodo
histórico que se ignora, - había en la calle Maestra baja, frente a la
hoy calle de Bernardo López, un viejo torreón y bajo él, una casucha
habitada por mala gente; sin oder decir si esta mala gente eran moriscos
o judíos, de los muchos que en Jaén vivieron en paz y con tolerancia de
los cristianos.
Vendían en aquella casa comestibles y había a la entrada del portal
una ámplia tarima de madera, sobre la que todos pisaban al entrar allí;
mas ocurrió que a un vecino de la calle escapósele una gallina, la cual,
huyendo, fue a guarecerse bajo la tarima aquella. Pidió su dueño que
fuera de allí sacada, y se negó a sacarla el que en la casa vivía mas
indignado el primero levantó la tarima y encontró, en la parte de ella
que contra el suelo daba, la pintura del Crucificado que hoy en la
Merced se venera.
A voces que dio el que tuvo tan feliz hallazgo, acudieron muchos
vecino y el Prior del San Lorenzo, que llevó la tabla a su parroquia,
reconociendo, entonces , huellas de haber estado también pitada la tabla
por la parte que era pisada al entrar en la tienda. Recortaron la dicha
tabla lo que correspondía a la Cruz y no falta quien asegura (y esto es
cosas bien discutible, dentro de la propia tradición que relatamos) que
aquel suceso viene la costumbre en Jaén de colocar en muros de casa y
en esquinas de calles, cruces de madera con la imagen del Señor en ellas
pintadas.
Llamáronle muchos años El Señor de la Tarima, y fue grande la
devoción que el pueblo le tuvo, más cuando desapareció la iglesia de San
Lorenzo llevarónlo a la Merced, donde que aquella iglesia estuvo casi
olvidada, después de la desaparición de los conventos, apenas se
la dio culto, mas cuando allí llevaron a Nuestro Padre Jesús, el
Crucifijo fue bien colocado y dispuesto y se celebraban fiestas
religiosas en que el orador sagrado refería la tradición piadosa del
encuentro de la tarima con la pintura del Señor, en aquella casa de mala
gente de la calle Maestra baja.
El Señor de la Tarima tuvo en los pasados siglos la predilección del
pueblo, y cuentan que hubo devotos que legaron memorias para el aceite
de sus lámparas y fincas gravadas con censos para acrecentar su culto;
actos de piedad que Dios pagaba con largueza, obrando continuamente
milagros que servía para aumentar la devoción."
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