La barriada de San Bartolomé siempre ha sido un lugar donde más cambios se han experimentado, tanto en su demarcación urbana como en su configuración viaria pasando por su trama socio-profesional y su ambientación. Su centro neurálgico es la Plaza de San Bartolomé, y alrededor a esta se encuentran la calle Accesoria de San Agustín, de los Coches, de Isabel Méndez, una parte de Martínez Molina, la de doña Magdalena del Prado, de las Palmas y la calle y callejones de San Vicente.
Gracias
a la supresión de Santiago y San Lorenzo, el callejero del barrio se vio
ampliado notablemente. Su punto de inflexión fue en 1875, con la apertura de la
calle Colón y la ruptura de la vieja muralla, marcando así el inicio de su
nueva configuración geográfica.
Se
podría decir que la Plaza de San Bartolomé es la única de la ciudad que se
encuentra, a su vez, dividida en tres partes. La zona mayor fue delimitada por
cantones y por muros de contención. El segundo enclave pertenece a la lonja de
la iglesia, mientras que una tercera terraza, conocida como Plazuela del
Marqués del Camino, siempre fue considerada como un espacio independiente. A
mediados del siglo XX se trazaron jardines, se plantaron naranjos y se
colocaron dos fuentes, además de una estatua de un niño acompañado de su perro.
La
iglesia parroquial de San Bartolomé, corazón del barrio, data de época
medieval. Frente a ella existió una fuente diseñada por el entallador Cristóbal
Téllez. Tras ser trasladada al centro de la plaza en el siglo XIX, fue
sustituida la centuria pasada por una fuente-candelabro de hierro fundido.
La
Casa del Miedo tuvo su origen en 1862, cuyo primer residente fue Felipe Mingo.
Más tarde pasó a ser propiedad del Conde del Águila. Cerca de esta se
encontraba la casa del Marqués del Cadimo. A finales del siglo XIX fue
arrendada por Isaac Mateos para establecer allí el Colegio de San José,
posterior Colegio de San Agustín, regentado por la familia Nogales.
La
calle Accesoria de San Agustín fue un trazado partido en dos por un campillejo
que, a su vez, comunicaba la zona alta del barrio con la desaparecida Plazuela
de San Antonio. Su nombre se debe a que, en su parte baja, lindaba con el
antiguo Convento de San Agustín. La calle de los Coches debe su nombre a que en
ese punto abrían las cocheras de algunas casas nobiliarias de la calle Martínez
Molina. En 1916 fue bautizada como calle de Virgilio Anguita. Desde 1975 goza
de más amplitud.
En el callejón de los Ángeles se edificaron las viviendas de los Condes del Águila, de los Salido y de los Coello de Portugal. En esta última hubo una hornacina donde se veneraba un Ecce-homo pintado en una tabla y que recibía el nombre del Señor de Coello. Debido a su estrechez, esta vía tuvo que ser transformada en la calle que es hoy en día tras una reforma urbanística del año 1960.
La
calle de doña Magdalena del Prado siempre fue una de las trazadas más
utilizadas para acceder al barrio. En ella estuvo la Casa de los Tijnajones por
las vasijas enormes que rodeaban su planta baja y que también estuvo dedicada
al molino aceitero de la Viga. En su entrada se encontraba el Torreón de San
Agustín, derribado a finales del siglo XIX. Era una torre ochavada con dos
grandes salas que se utilizaron como calabozo de la jurisdicción militar.
En la calle de las Palmas tuvo lugar la creación de varias escuelas públicas y casas de prostitución en el siglo XIX, mientras que la calle de San Vicente siempre será recordada con el nombre de la Cuesta del Pregonero, porque esta vía lindaba con la Real Cárcel y la casa de este. Por esa zona aún existe una hornacina dedicada al Santo Cristo de la Luz del siglo XVIII cuya función era la de iluminar ese tenebroso rincón de la ciudad.
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