A
principios del siglo XX, unos jornaleros buscaban trabajo en la Plaza de San
Francisco. Allí pasaban todo el día sin mucho éxito. Cuando empezó a caer la
tarde, la plaza comenzó a quedarse solitaria. Uno de ellos se marchó dirección la
calle de los Álamos, con cara de resignación, al no haber conseguido su
objetivo.
En
sentido contrario, por dicha travesía, caminaba una persona misteriosa que paró
al albañil para ofrecerle una suma importante de dinero si a cambio hacía un
trabajo especial en ese momento. El jornalero aceptó y el contratador le vendó
los ojos y lo tuvo dando vueltas por la ciudad hasta parar en un punto
desconocido.
Se
llamó a una puerta de un edificio y ésta se abrió sigilosamente. Entraron al interior
de ese hogar y llevaron al trabajador hacia una dependencia. Le quitaron el
vendaje y allí escuchó las instrucciones necesarias para realizar su trabajo, tapiar
un hueco en la pared.
Este
se puso a trabajar de inmediato pero, de repente, cuando colocó el primer
ladrillo, descubrió que en ese hueco se encontraba el cuerpo sin vida de un
cadáver del que nunca se supo el sexo de esa persona. La necesidad hizo que realizara
ese trabajo, ya que el dinero lo necesitaba urgentemente.
Desde
esa misma noche, y durante un buen tiempo, el albañil no dejó de pensar en el
cadáver que había sido tapiado. Tuvo tal remordimiento este humilde trabajador
que una mañana cualquiera, este fue encontrado junto a su esposa colgados sin
vida en el comedor, con la lengua fuera y los ojos desencajados.
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