San
Ildefonso, desde sus inicios en el siglo XIII, siempre fue una de las barriadas
más populares de la capital del Santo Reino. En 1248, dos años después de la
conquista cristiana, Fray Domingo ordenó la construcción de la capilla de San
Ildefonso bajo el control de la Santa Iglesia Catedral. La advocación elegida
se debió a que la Iglesia Diocesana de Jaén estaba muy unida al Arzobispado de
Toledo, cuya veneración hacia el santo en dicha ciudad es muy importante.
Su enclave obligó a transformar el espacio en una parroquia capaz de atender las necesidades espirituales de la zona, consiguiendo también independizarse de la jurisdicción catedralicia. Su gran impulso surgió gracias a la aparición de la patrona de la ciudad, la Virgen de la Capilla, en el siglo XV sobre el cementerio adyacente a la capilla. Un siglo más tarde, en plena construcción de su fábrica, se construye la portada norte en la que interviene Francisco del Castillo y la torre-campanario noroeste datada de los años 1580-1664.
Hasta
los primeros años del siglo XVII no se añade al templo una capilla para
albergar en su camarín a la patrona de la ciudad. En 1751, Ventura Rodríguez
traza una fachada neoclásica que Francisco Calvo complementa con una torre para
cerrar el costado sur. En el interior se traza un presbiterio y un coro a
semejanza de una catedral.
En
definitiva, la parroquia fue diseñada en planta de salón dividido en tres naves
por pilares compuestos de columnas que forman los arcos apuntados divisorios de
los tramos abovedados, con nervaduras que dibujan estrellas rellenando sus
espacios vaídos.
El
bombadeo aéreo ocurrido en 1937 provocó grandes daños en el inmueble, lo que llevó
a realizarse una severa remodelación en el templo pasada la guerra civil, suprimiéndose
el coro y la tribuna del órgano y abriéndose de nueva planta las capillas de la
Vera-Cruz y Nuestra Señora de la Soledad. En 1980 se levanta la casa
parroquial, se abren las Rejas de la Capilla, se recuperan las criptas, del que
se comenta que Andrés de Vandelvira se encuentra enterrado bajo los pies de la
parroquia, y se alza junto al costado meridional la Casa-Museo Virgen de la
Capilla.
Entre
los elementos más característicos de la fábrica destacan la Portada del
Descenso, la Portada Norte, la Portada Principal, la Torre Noroeste, la Torre
Sur, la Capilla de Nuestra Señora, el Retablo del Descenso, el Retablo de San
Benito, el Retablo de San Antón, el Retablo de Ánimas, los Retablos Menores y
el Tabernáculo.
El
centro neurálgico de la barriada siempre será su plaza, un espacio que en la
actualidad se mantiene tal cuál fue diseñado en el siglo XVI. La doble calle de
los Adarves sustituyen los desaparecidos lienzos de muralla que se levantaron
desde el siglo XIII. Los Adarves Bajos, conocida popularmente como El Recinto,
bordeaba la Huerta Baja del arrabal. Allí se encontraba el Hotel de Montejo,
una vivienda que acogía a mendigos y transeúntes en los siglos XIX y XX. Los
Adarves Altos, sin embargo, cumplía con la función de enlace entre el exterior
de la ciudad y el corazón del barrio.
La calle Ancha, primero conocida como Maestra del Arrabal y finalmente como de Muñoz Garnica, fue la vía elegida para levantar allí el Convento de la Concepción de las M.M. Dominicas allá por el siglo XVI. Se mantuvo en pie hasta la centuria pasada. En la misma calle existió también el colegio Oficial de Farmacéuticos, el periódico El Pueblo Católico, la Casa de Socorro, la Zona de Reclutamiento y Movilización número 94, el Consejo Provincial de Agricultura y Ganadería, el Gobierno Militar, la Casa de Correos y el Colegio de Cristo Rey.
El
campillejo de San Antonio, hoy Plaza de los Jardinillos, siempre se ha
encontrado dentro de la jurisdicción de San Ildefonso. Lo presidía la iglesia
de la Obra Pía de San Antonio de Padua que se encargaba de recoger a pobres
ancianos y desvalidos. Desde 1886 se convirtió en la residencia oficial de las
Siervas de María.
De
la calle Teodoro Calvache se dice que su nombre se debe al nacimiento de este
personaje en su primer tramo. Durante muchos años fue tránsito de cortejos fúnebres
que se dirigían al Cementerio de San Eufrasio y también por ella transcurría el
pasacalles que realizaba la Banda de Música Municipal cuando se celebraban
corridas de toros en el Coso de la Alameda.
La
calle de los Azulejos, en su parte baja, estuvo la Coracha, fortificación
derivada de la muralla principal que finalizaba en una torre que albergaba un
pozo, mientras que la calle del Barranco o del Barranco de la Alcantarilla veía
como, en épocas de lluvia, esta servía de vía de evacuación natural de aguas hacia
la Huerta Baja.
La
calle de las Bernardas desemboca frente a la puerta de entrada del franciscano
convento de la Concepción Descalza, también conocido como Convento de las
Bernardas. La calle de Cañizares, por Pedro de Cañizares, estuvo habitada por
hortelanos y por su ubicación siempre existió una intensa paz. A la calle del
Capitán Aranda Baja le viene el nombre por el capitán Bartolomé de Aranda, que
a los diecisiete años se alistó en el tercio del baezano Alonso de Navarrete, mientras
que la calle del Capitán Oviedo homenajea la figura de Juan Oviedo, capitán de
los Tercios de Felipe II que residió en esta vía.
La
calle Bernabé Soriano tiene su origen en el siglo XV, cuando el Condestable
Miguel Lucas de Iranzo la mandó allanar y despedregar, demoliendo algunas casas
y dejando su trazado recto y libre hasta la Pontanilla, con el único fin de
desarrollar ejercicios ecuestres con el que los caballeros se preparaban para
el arte de la guerra.
En
1548 el arroyo de la calle es embovedado y un año más tarde la calle es adobada
y chapada. A mediados del siglo XIX la Real Sociedad Económica abre en ella su
casa-escuela y con rapidez esta vía se transforma en una calle comercial. En el
siglo XX se empiezan a levantar edificios de traza modernista y en 1957 una
gran reforma la convierte en una calle cosmopolita y privilegiada.
La calle de las Carretas debe su nombre a los talleres que se dedicaban a la construcción y reparación de este medio de transporte desde el siglo XVII. Pero la que más transformaciones ha sufrido ha sido la calle de San Clemente. En esta existió desde el siglo XV una ermita dedicada a San Clemente, que durante muchos años fue iglesia auxiliar de San Ildefonso y desde 1956 es residencia de las Esclavas del Santísimo Sacramento.
El
templo conserva su primitiva estructura. Es una iglesia de cajón, con tres
naves separadas por pilares y arcos formeros y una capilla mayor donde se
venera la imagen de la Virgen de los Remedios. Frente a ella estuvo el Hospital
de Jesús, María y José fundado en 1685 por Luis de Piédrola y Moya para la
curación, sustento y consuelo de mujeres enfermas e incurables.
La
invasión francesa, que lo convirtió en hospital de sangre, lo dejó muy deficiente
y la desamortización de Mendizábal lo cerró definitivamente, convirtiéndose este
en una casa de vecindad. El callejón de los Berberiscos y el de Astorga daban
paso a huertos convertidos posteriormente en jardines.
Campillejo
de las Cruces debe su nombre a un extinguido cementerio que existió en ese
lugar mientras que la calle Chinchilla hace homenaje a don Alonso de
Chinchilla, uno de los caballeros que acompañó a los Reyes Católicos en su
cruzada contra los árabes antes de que estos conquistaran Granada. Sólo una vez
cambió de nombre, por el de calle del Obispo de Troya, en honor a don Melchor
de Soria y Vera, prior de San Ildefonso y obispo auxiliar de Toledo.
El
Ejido de la Puerta Noguera, bautizado en el siglo XIX como Ejido de la
Alcantarilla, cumplía más la función de plaza mayor para sus vecinos que de un
ejido propiamente dicho. Allí los hortelanos, aceituneros y artesanos pasaban largas
horas bajo los álamos negros que rodeaban la explanada.
La
calle Empedrada de San Ildefonso, antes Cruz de Piedra y desde 1973 de Vicente
Montuno, es una calle que divide en dos innumerables vías de la barriada. Esta,
durante los días de lluvia, veía como las aguas de la lluvia bajaban hacia un
ocasional torrente, el Caño que va a lo hondo, luego mal bautizado como Calle
Valondo. Y frente al Callejón del Huevo se encontraba una hornacina con la
imagen del Santo Cristo de la salud, iluminado con farolillos al que nunca le
faltaba flores.
La
calle Espartería fue un arroyo y germen de las avenidas que se edificaron en la
ciudad. Su nombre se debe a los esparteros que ejercían su oficio en esta vía
desde época medieval, aunque luego estos se expandieron por el callejón de las
Atarazanas.
La
calle Espartería fue bautizada como calle del Doctor Civera, en homenaje a don
Francisco Civera Pérez. La calle Fontanilla, actual calle Mesones esquina con
Roldán y Marín, debe también su nombre a una fuentecilla que se instaló en ese
punto aprovechando que por allí bajaban los remanentes de las fuentes públicas,
sobre todo desde la Plaza del Mercado. A finales del siglo XIX, aprovechando la
llegada del ferrocarril, se trazó una calle ancha en línea recta, conocida como
calle del Proceso.
Cuando
Fernando III conquista la ciudad se encuentra, en pleno siglo XIII, en lo que
hoy se conoce como Plaza de San Francisco, con un bosque frondoso orillado por
una acequia. Allí, el monarca decidió construir un palacio que posteriormente
se convirtió en el Convento de San Francisco y ya, tras la Desamortización de
Mendizábal, en sede de la Diputación Provincial de Jaén. La primera reforma de
la plaza se realizó en el siglo XV, gracias a don Miguel Lucas de Iranzo, que
convirtió el espacio en una amplia palestra donde se celebraban justas
caballerescas, corridas de toros, ajusticiamientos, etcétera.
La
calle de la Fuente de Don Diego hace homenaje a un gran abrevadero de agua asociado
a este personaje, del que existen escritos que certifican su existencia en el
siglo XV. Para realzar la fuente, el Cabildo Catedral decidió mandar construir
un pilón donde se labrara un escudo del Cabildo y otro del Cardenal Merino.
Tanto caudal recibía esta fuente que las aguas sobrantes regaban huertas y
alimentaban las fuentes decorativas de La Alameda. En los años sesenta de la
centuria pasada el monumento vio cómo, poco a poco, sus alrededores se
convirtieron en bloques de pisos.
El Portillo de San Jerónimo fue una puerta que se encontraba junto al Convento de los P.P. Jerónimos. A mediados del XIX, se decidió urbanizar la zona, concediendo una gran parcela a Eustaquio Oñós, diseñándose de esa manera una vía bajo la advocación de San Jerónimo, que desembocaba en una explanada de traza rectangular. En esa explanada se levantó el complejo industrial conocido como La Fundición, en donde se diseñó la mayor parte del mobiliario urbano del Jaén de finales del siglo XIX. Tras su cierre, la nave se convirtió en hospital de coléricos en 1885, alojamiento de tropas, escuelas públicas, clínica veterinaria y parada de sementales. Se demolió en 1969.
La
calle de Las Gracianas debe su nombre a las hijas de doña Graciana Cobo, que residieron
en una vivienda de esa vía hasta sus últimos días. Esquina con la calle
Tablerón existió una hornacina bajo la advocación de la Virgen del Carmen. La
Huerta de los Cuernos debe su nombre al vertedero donde se arrojaban las
cuernas de las reses sacrificadas en el matadero, y esta, junto a la Huerta de
la Moriana, marcaba el límite del barrio hacia el norte.
La
calle Hurtado siempre ha sido una vía señorial donde viviendas nobles de los
siglos XVII y XVIII se alternaban con arquitecturas modernistas de la época. En
la calle de Jorge Morales abrió sus puertas el Colegio de San Eufrasio, activo
hasta 1930, donde aprendieron música y canto varias generaciones de infantes.
La
calle de Juan Izquierdo cumple la función de nexo de unión entre la Puerta de
Noguera y la Fuente de Don Diego. Allí se levantó el colegio de la Institución
Teresiana en 1914, donde María Josefa Segovia Morón se convirtió en el alma del
centro educativo. Frente a la calle de Cañizares se encuentra en pie un retablo
de azulejo que recuerda unos de los milagros que supuestamente allí realizó
Nuestro Padre Jesús Nazareno en 1681.
La
calle de las Lizaderas hace alusión a unas mujeres artesanas que trenzaban y
rizaban hilos de cáñamo para manufacturar sogas y cordeles. En la calle de Mesa
existió la cervecería El Tejadillo, un espacio de ambiente taurino que incluso
llegó a promocionar a un novillero conocido como El Niño del Tejadillo en los
años cuarenta. Al final de la calle, sobre los cimientos del Palacio del
Marqués de Vezmeliana, se levantó la Escuela Normal del Magisterio en 1927, una
institución que por desgracia tuvo que cerrar en los años 50.
En
la calle del Toro, hoy de Federico de Mendizábal, ha llegado a convivir sobre
el mismo espacio desde mesones hasta prostíbulos pasando por residencias de
familias de clase alta y talleres dedicadas a la artesanía. En el número 26 de
la calle de Miguel Romera se levantaron unas escuelas públicas creadas por
Teodoro Calvache. Volviendo a la ermita de San Clemente, junto a esta se
crearon molinos de viga, los populares Molinos de San Clemente. Por este hecho
su calle es conocida popularmente como de los Molinos.
En
la calle Nueva convivieron carniceros, aladreros, boteros y guarnicioneros,
entre otros. En 1957, por culpa del ensanche de la calle Virgen de la Capilla,
se construyeron sus actuales escalinatas, pero también, al destruirse la Posada
del Santo Rostro, se diseñó un pasaje comercial que conecta la vía con la calle
del Rastro.
Si
existe un vial que simbólicamente une el Jaén viejo con el moderno esa es la
calle Pescadería. En ella, en el siglo XVI, se levantó un lavadero de pescado,
hoy desaparecida porque en su posición se levantó en el siglo XX la Clínica
Operatoria del Doctor Palma, obra del arquitecto Luis Berges Martínez.
Una
de las vías que atravesaba algunas de las calles maestras del barrio fue la que
se denominó como Pilarejo del borrego. En la actualidad esta vía está dividida
en dos partes. La primera de ellas fue el tramo conocido como calle Machín, y la
segunda parte fue bautizada como calle del Obispo Aguilar, en homenaje a Fray
Justo Aguilar de Rueda.
La
calle de la Plata pudo llamarse así por algún almacén que traficara con dicho
metal, mientras que en la calle de Pocasangre, desde 1862 de San Fernando,
existe una hornacina con la imagen del Santo Cristo del Arroyo, que según la
tradición esta escultura quedó varada ante este punto un día de tormenta
arrastrada por el agua.
El
Arco de Noguera fue una de las puertas más notables de la ciudad. Por ella
entró Enrique IV en 1469 cuando viajó desde Osuna a nuestra ciudad. La puerta
estuvo en pie hasta el año 1872 cuando fue demolida para facilitar el tránsito
de sus vecinos. Junto con su destrucción se rehabilitó una hornacina donde se
encuentra el Cristo del Perdón.
La
calle, renombrada como Manuel Jontoya, se inicia con el palacio de los Covaleda
Nicuesa. Justo en este punto, para facilitar el tránsito hacia la Catedral, se
abrió un paso por el que se accediera a la callejuela del Portillo.
La
calle del Pósito, hoy de Joaquín Tenorio, es uno de los accesos principales al
Mercado de San Francisco. Muy cerca de ella se encuentra una plaza famosa por
la leyenda conocida como El Pósito. La calle de Ignacio Figueroa, sin embargo,
era durante siglos un arroyo donde se construyó un puentecillo. Gracias a esto,
esta pequeña vía, que conecta lo que queda de la Plaza del Mercado con San
Ildefonso y Bernabé Soriano, es conocida como La Puentezuela.
La salida del barrio hacia la campiña jiennense se hacía por la Puerta Barrera. Junto a esta nacieron los mataderos municipales en 1463. Gracias a este se construyó una calle que conectaba la puerta con el campillejo de San Antonio, conocida popularmente como calle del Rastro. En la actualidad, la vía está dividida en dos, renombradas como calle del Rastro, en un primer tramo, y calle Madre Soledad Torres Acosta, en una segunda parte.
La
calle Salido, pegada a la muralla de la ciudad, unía el campillejo de las
Cruces con el arrabal de San Clemente. En ella vivió Francisco Salido y sus
sucesores. De nuevo junto a la muralla, nació la calle Tiradores, donde se
encontraban los talleres de los tiradores o estiradores de pieles que
manufacturaban para su comercialización.
La calle de Vergara, anteriormente denominada como Tosquilla, debió su primer nombre a las tosquilleras de Jaén, o mejor dicho, a las mujeres ordinarias y soeces que se dedicaban a la venta ambulante para poder sobrevivir. En la calle Reñidero de los Gallos, en 1925, abrió sus puertas el cine Iris Park, posteriormente discoteca y hoy en día sin uso comercial. Por último, una de las calles dignas de mención es la calle Vandelvira, vía en la que se le rinde homenaje al arquitecto renacentista al que tuvo el placer esta zona de tenerlo de residente durante los años que residió en Jaén, aunque su vivienda se destruyera en 1975.
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