Si
bien por todos es sabido que la capital del Santo Reino fue republicana hasta
el 1 de abril de 1939, día en que concluyó la sangrienta Guerra Civil originada
por el intento de golpe de estado de algunos militares republicanos en 1936,
durante la posguerra, el bando franquista, en sus primeros años de oscuridad,
organizó un minucioso proceso de búsqueda y captura de autores, cómplices,
encubridores y colaboradores del régimen anterior, convirtiéndose estos en auténticos
represaliados.
Generalmente,
el perfil de los presos-tipo que encarcelaba los sublevados eran los siguientes:
Varón, de 37 a 38 años, campesino, de humilde condición social y carente de instrucción,
que procede de ambiente rural y con una condena impuesta de reclusión mayor por
adhesión a la rebelión.
Al
no existir edificio público que congregara a tanto preso, una vez finalizada la
guerra, miles de reclusos que se repartieron entre los Depósitos Municipales y
las Prisiones del Partido Judicial fueron trasladados a la recién construida
Prisión Provincial de Jaén, actual Museo Internacional de Arte Íbero, entre
1939 y 1941. Tan sólo aquellos presos que por problemas de espacio en el
edificio no podían ingresar en dicha cárcel, cumplieron condena en los
conventos de Santa Clara y Santa Úrsula.
No
sólo vecinos de Jaén se encontraban encerrados en atroces circunstancias sino también
republicanos de otros municipios jiennenses y de otros puntos de la geografía
andaluza como Granada, Córdoba o Sevilla vivieron aquel calvario.
En
definitiva, 4.000 personas confinadas en un edificio diseñado sólo para 80. En
cada brigada o dormitorio, con una capacidad normal para 15 personas, convivían
entre 89 y 90. En las celdas individuales se alojaban hasta 7 individuos. Cada
patio fue ocupado por entre 800 y 900 personas, y el resto se distribuían por
los pasillos interiores de acceso hasta la misma puerta del segundo rastrillo.
Los
internos se refugiaban como podían entre tenderetes o en tiendas diseñadas con
lona y cuerdas. Por la noche, tras el toque de queda, aquellos que hubieran
tenido la fortuna de conseguir un jergón relleno de crin vegetal, más conocido
como petate, dormían en un suelo en el que apenas existía humedad. Otros menos
afortunados dormían sobre unas esteras o en el mismo suelo.
No
fue hasta el año 1950 cuando la capacidad normal del establecimiento se
estabilizó al lograrse, según el bando franquista, esa limpieza ideológica que
necesitaba España.