Por desgracia para muchos de los vecinos que residen en la capital del Santo Reino la vida de Doña Teresa de Biedma puede que sea un gran desconocimiento, y lo cierto es que motivos no faltan. Es muy difícil encontrar información fiable sobre este personaje, quizás por la censura continua que el mundo ha impuesto a la imagen de la mujer, sobre todo en las centurias que le tocó vivir a nuestra protagonista, los siglos XVI y XVII.
Doña
Teresa de Biedma nació en nuestra ciudad en el año 1546 en una familia bastante
acomodada, ya que su padre era uno de los caballeros veinticuatro de la ciudad
de Jaén, o lo que es lo mismo, uno de los integrantes de aquellos cabildos municipales
que decidían sobre los negocios y demás asuntos que surgieran en la capital del
Santo Reino.
De
su niñez no se tiene noticias al respecto. Tan sólo es conocido que su educación
abarcaba nociones sobre como comportarse tanto religiosamente como siendo mujer.
A
la edad de veintiséis años decidió enclaustrarse en el Convento de Santa Clara
para huir de un matrimonio que muchos daban por imposible. Antes de su
encierro, repartió su hacienda entre los más necesitados y demás obras pías,
guardándose un pequeño sustento con el que ingresar en dicha orden religiosa.
El convento para ella era un espacio de paz y libertad que no iba a encontrar
en cualquier otro rincón de Jaén.
Durante sus más de cuarenta años como hermana religiosa pudo ser, durante siete de estos, sacristana del convento y entre sus funciones destacaba el despertar a la comunidad religiosa a media noche para maitines. Su vida se apagó en 1616 a la temprana edad de 70 años, dejando un legado difícil de borrar entre los muros del convento, o mejor dicho, entre los muros de su hogar.
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