Tras
la conquista de Granada, los moriscos se rebelaron contra el reino cristiano
por la capacidad de fusionarse la raza mora con los españoles aunque los Reyes
Católicos permitiera a éstos un estado de privilegio insultante para los
conquistadores. Ya Carlos I tuvo que dar en 1526 una pragmática contra los
moriscos aunque nunca se llegara a ejecutar.
Los
españoles temían a los moriscos porque estos se mensajeaban con los turcos y
con los gobernantes de Berbería para provocar una nueva guerra en la península
ibérica como vía para reconquistar lo que ellos pensaban que era su patria.
En
1560, los moros vieron cómo se les impedía tener esclavos negros y también se
les restringió el derecho de asilo con iglesias y señorío. Felipe II, rey de
España, ordena que en plazo de tres años deberían aprender y hablar castellano
tanto en público como en privado, sus vestimentas deberían ser al estilo de los
cristianos, no podían usar nombres árabes, se les prohibió el uso de baños
artificiales y no podían tampoco realizar otras costumbres diferentes a las de
la iglesia católica. La ira de los moriscos fue irreproducible.
Al
no ser escuchados, los moros iniciaron ciertos levantamientos que no
prosperaron porque las autoridades españolas estaban bien enteradas de todos
sus movimientos. En 1568, sin embargo, comenzó la guerra. La capital del Santo
Reino vivió pendiente, desde el inicio de la misma hasta 1571, de lo que
ocurría en la ciudad de la Alhambra. Hasta cuatro compañías de combatientes
viajaron a Granada para luchar contra los moros, todos estos costeados por
nobles influyentes de la corte española.
Si
bien en Jaén no existió lucha alguna, si es cierto que desde la misma se
controlaba todo lo que estuviera relacionado con la guerra y también sirvió
como destino definitivo de aquellos moriscos que deportaron de la ciudad nazarí
para mantenerlos bajo vigilancia y así impedir nuevas revueltas.
En 1609, como represalia a los levantamientos, Felipe III decretó la expulsión definitiva de los moriscos españoles, siendo las consecuencias leves para la población jiennense al quedar apenas por aquella época muy pocos moriscos en la capital del Santo Reino.
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