Don Jacinto Cañada, primer Barón de
Otiñar, nació en Jaén en el año 1781 y murió el 12 de enero de 1845. Tuvo
cuatro hermanos, Manuel, Rosa, Rafaela y Josefa. Era soltero y destacaba como
miembro de la Santa Capilla de San Andrés. Favoreció con dádivas y fundaciones
a la parroquia de San Juan, donde la familia tenía derecho de sepultura en el
altar de San Jacinto. Residía en la calle Maestra Alta, 51, actualmente calle
Almendros Aguilar. Habilidoso, consiguió adquirir tanto la sierra de Otiñar
como La Vereda y Puerto Blanco. Incluso parece que mantenía cordiales
relaciones con los bandidos de Sierra Morena, especialmente con la partida de
Las Botijas, a los que ayudaba a blanquear dinero.
Realizó por primera vez testamento
en 1834 en el que designaba como heredera de sus posesiones a su hermana, doña
Rosalía Cañada Rojo, indicando encarecidamente que respecto a la aldea de
Otiñar “la fomente en cuanto sea posible,
ya que con tantos afanes, trabajos y fatigas logré construirla y levantarla, y
que proteja a aquellos infelices colonos que con el sudor de su frente están
contribuyendo a su mayor prosperidad y grandeza”. En él no se resiste a
proclamar su condición de fundador de la villa de Otiñar.
En 1841 la heredera de Otiñar
pasaba a ser su sobrina, doña Ana Garrido Cañada. En el año 1844 pasó a favor
de otra de sus sobrinas, doña María Juana Nieto Cañada, primogénita de doña
Rafaela Cañada Rojo y don Antonio Nieto Cañada. A pesar de todo, aún redactaría
un tercer testamento dejando a María Juana Armenteros y Soria, con quien había
contraído matrimonio in articulo mortis,
el usufructo de la mitad de los productos líquidos de la posesión de Otiñar.
Falleció de infarto el 11 de enero de 1845, unos días después de hacer
testamento.
Dejó un cuantioso capital. En el
entorno de Otiñar era dueño de las fincas denominadas Boca del Barranco de los
Neveros, Cotanillo de la Zorra, Cerrillo del Toril, Cardenilla, La Cimbra, El
Entredicho, Vereda del Collado, Cueva de las Ventanas, Las Erillas, Cueva de
los Yegricios, Hoya del Espino, La Zurradera, Navaltrillo, Cueva del Colorado,
Peñón de las Cuevas, La Peinada, La Hidalga, La Caterilla, Rastros de La Zorra,
Rastro de los Reventones, La Valerosa, Meneses, Curamanchor, Peñón de la Cueva,
La Molinera y El Acibuchar.
Basándose en los privilegios
tradicionales que los reyes concedían a quienes creaban nuevas poblaciones a
sus expensas, se decía que el 2 de agosto de 1833, Fernando VII “se sirvió aprobar la nueva población de
Otiñar, concediendo a don Jacinto Cañada y Rojo el título de Barón y las
gracias y privilegios otorgados a los fundadores de nuevas poblaciones”.
Don Jacinto lo utilizó en diversas
ocasiones, pero al parecer el título careció de sanción legal, y no fue bien
admitido entre la nobleza giennense. Aun así, los poseedores de Otiñar lo
utilizaron esporádicamente para realzar su apellido. De hecho, en varias
partidas sacramentales del último tercio del XIX sí se hace constar de la
baronía de Otiñar.
Una vez fallecido Don Jacinto
Cañada, Doña María Juana Nieto Cañada heredó la aldea de Santa Cristina y el título
de Baronesa de Otiñar, de acuerdo con la voluntad de su tío. Ese mismo año,
enviudó del médico don Francisco Callejón, con el que no había tenido
descendencia. Pronto contrajo matrimonio en segundas nupcias con don Juan
Antonio Martínez Bailén. Se casaron en San Juan ante la oposición de la madre
de ella. Desde entonces habitaron una casa en la calle Espiga. Tuvieron una
hija, María del Carmen Martínez Nieto. Tras el parto, doña Juana murió, por lo
que la recién nacida se convirtió en Baronesa de Otiñar.
El viudo, don Juan Antonio, se casó
entonces con su cuñada, doña Dulcenombre Nieto Cañada. La nueva dueña de
Otiñar, María del Carmen Martínez, murió con veinticinco años, siendo su tía
doña María del Dulcenombre Nieto Cañada la heredera del título y posesión en
Santa Cristina. De su matrimonio con el doctor Martínez Bailén, nacieron tres
hijos llamados Juan Antonio, Rafael y María del Dulcenombre. El segundo de
ellos, don Rafael Martínez Nieto, que contrajo matrimonio con doña María
Serrano Pérez, ocuparía con el tiempo diversos cargos políticos.
Don Rafael, junto a su hermano Juan
Antonio, heredaron proindiviso Otiñar, mientras que la hija, doña Dulcenombre,
que contrajo matrimonio con don Luis Berges Arévalo, heredó las fincas de La
Vereda y Puerto Blanco, integrantes, hasta entonces, del conjunto de la gran
posesión de Otiñar.
Don Rafael Martínez Nieto convirtió
la aldea en una explotación agrícola con gran diversidad de producciones,
iniciando al mismo tiempo, una tímida industrialización. También mejoró
sensiblemente su reducido conjunto urbano, dotándolo de escuela y parroquia
propia. Para beneficiar la producción, junto al Puente de La Alcantarilla
edificó una gran fábrica de aceite y jabones, denominada Hacienda Santa
Cristina.
Del matrimonio entre don Rafael
Martínez Nieto y doña María Serrano hubo una hija única, doña María Martínez
Serrano, que en 7 de abril de 1923 se casó con un teniente de la Guardia Civil,
don José Rodríguez Cueto. Al fallecer su padre el 3 de abril de 1924, heredó
las posesiones de Otiñar. A partir de entonces, Rodríguez Cueto incentivó todos
los ramos de la finca, que vivió un momento de esplendor y prosperidad
económicos. Tras su muerte en la década de los años ochenta, la vida de Otiñar
se eclipsaría definitivamente.
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