Durante muchos años, la capital del Santo Reino estuvo plagada de numerosos edificios eclesiásticos hasta que poco a poco muchos de estos fueron desapareciendo. El Convento de la Santísima Trinidad y Redención de Cautivos es un claro ejemplo de aquellos conventos desaparecidos y olvidados por la inmensa mayoría de los residentes.
Este
edificio estaba localizado en el actual número trece de la calle Santísima
Trinidad. El convento, de gran amplitud, constaba de dos patios porticados y
una iglesia, de cuya capilla mayor tenía el patronato de la Familia Contreras.
A su iglesia, de una sola planta, se accedía por dos puertas y en su interior
se componía de varias capillas. En una de ellas, próxima al coro, se veneraron
los restos de Don Pedro de la Hoya, uno de los frailes más consagrados de la
congregación y que murió en olor de santidad.
Fue
el primer convento abierto en la ciudad tras la conquista de Fernando III de
1246, con la encomienda de redimir cautivo. Sin embargo, por culpa de la
archiconocida desamortización de Mendizábal, tuvo que cerrar sus puertas. Las
dependencias se transformaron en casas de vecinos, de las que aun quedan
vestigios. Su amplia huerta, conocida como Corralón de los Alcauciles, sirvió,
durante muchos años, de aprovisionamiento de frutas y verduras para los
habitantes del barrio. En la actualidad, en una de las casas se conservan
varias rejas del convento. Además, se sigue conservando en la Iglesia de San
Andrés un cuadro con la representación del Cristo del Lagar.
Durante
muchos años, el convento custodió a las hermandades de San Blas y la de los
Esclavos del Santísimo Sacramento y Cena del Señor, esta última recuperada en
1998 con el título de Hermandad Sacramental de Jesús Salvador en su Santa Cena
y María Santísima de la Caridad y Consolación. Otra de las imágenes que la
congregación trinitaria trajo a la capital del Santo Reino fue la de Jesús de
Medinaceli, que en la actualidad se puede venerar en la parroquia de la
Magdalena, junto con la de San Blas.
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