A trece kilómetros de Jaén por la
Carretera del Quiebrajano, en plena serranía, se ubican las ruinas de lo que en
otro tiempo fue castillo y poblado de Otíñar, transformado posteriormente, en
el siglo XIX, en el llamado Señorío de Santa Cristina, y en la actualidad
integrado por particulares. Se trata de una de las áreas del término municipal
giennense más interesantes, tanto por el medio rural en el que se enclava como
por su ocupación en el pasado.
Se
ha constatado la existencia de ocupación humana en Otíñar al menos desde el
Neolítico, por los restos hallados en la conocida Cueva de los Corzos. Además,
se localizaron restos del Calcolítico y varios dólmenes en los llamados Cañones
de Otíñar, ubicados a un radio de 8 kilómetros del enclave, y cerca también del
monumento dedicado a Carlos III, del que se hablará posteriormente. Tampoco se
puede obviar las cuevas halladas con hasta nueve abrigos con pinturas y
grabados rupestres.
En
la Hoya del Caño o Cañada de Estoril se descubrieron signos geométricos y más
de treinta grabados de forma circular concéntrica. En la llamada Cueva de la
Cantera se hallaron restos de pinturas rupestres donde es posible distinguir la
representación de una figura pectiniforme incompleta, imágenes reticuladas que
parecen arcos y una figura circular que también asemeja un arco. Igualmente, en
la zona de Cerro Calar, se localizaron restos de cerámica ibérica, lo que
podría indicar una ocupación humana como lugar defensivo. E incluso, ha sido
posible constatar la existencia de varias villae
romanas en las inmediaciones, lo que indica que el área fue ocupada con
continuidad.
En
tiempos de luchas entre reyes castellanos y el Reino de Granada, Otíñar se
convirtió en un punto estratégico. Su difícil accesibilidad y sus óptimas
condiciones de visibilidad, que le permitían controlar el camino que a través
de la sierra se dirigía a la frontera de Granada, hicieron de él un lugar
fundamental para mantener la comunicación, a través del torreón existente en
Torrebermeja con el alcázar de Jaén. Se podría decir incluso que el origen del
término Otíñar estaría directamente
relacionado con la función de torre de señales que tuvo su fortaleza durante
estos años.
Tras la toma de Jaén y hasta la
caída del Reino de Granada, Otiñar se convirtió en un enclave fundamental para
garantizar la seguridad de la ciudad. De hecho, el Concejo giennense decidió en
1464 establecer un alcaide y garantizar la presencia permanente de al menos
tres hombres que defendieran el recinto. La campaña para la conquista de
Granada propició la búsqueda de otros caminos más accesibles y practicables,
provocando así la decadencia de la pequeña fortaleza.
Pronto, en las inmediaciones de la
fortaleza, aparecieron distintas propiedades muy atractivas. La mayor parte
pertenecían al patrimonio eclesiástico. Otras acabaron en manos el Concejo
giennense, que subastaba su aprovechamiento para el pasto y carboneo. Tras la
caída del Reino Nazarí en 1492, la fortaleza terminó abandonándose y la población
residente se marchó a otros lugares. Sólo quedó una población dispersa en
cortijos y majadas.
A partir del siglo XVI, tras la
muerte de Isabel la Católica, se proyecta la repoblación de diferentes zonas en
el sur de la península abandonadas durante el tiempo en que fueron la frontera
con el Reino Granadino. Fue el propio Concejo de la ciudad el que en numerosas
ocasiones solicitó a los monarcas la repoblación de áreas pertenecientes a su
término y jurisdicción. Finalmente, la reina Doña Juana acordaba el
establecimiento de nuevas poblaciones, entre ellas Otíñar. En la orden también
se indicaba que podría concederse huertas y tierras ya existentes y tierras del
Campo de los Almogáraves para que fueran cultivadas.
Sin embargo, el proyecto no se
llevaría a cabo hasta 1539 debido a la apertura de distintos pleitos iniciados
por el propio Cabildo Municipal debido a que en 1508 el Concejo prefirió
atender a intereses generales. En 1526 el Concejo retoma el proyecto, surgiendo
disputas entre los detractores y partidarios de la idea. Los primeros alegaban
la necesidad de contar con abundantes pastos y recursos como leña y carbón. Los
segundos reseñaban que en las zonas a colonizar no se extraía leña y que la
práctica ganadera en aquellos espacios resultaba ser peligrosa por la
abundancia de lobos. De nuevo el proyecto fue suspendido, no haciéndose
realidad hasta la década de los años treinta, sin la inclusión del paraje.
Incluso la alcaldía instaurada en Otíñar desapareció, dependiendo
simbólicamente de la alcaidía del castillo de Jaén, siendo suprimida la
parroquia rural, quedando agregada a la de El Salvador, con sede entonces en el
Castillo de Santa Catalina.
No obstante, el Concejo giennense
intentó obtener una mayor rentabilidad de las tierras de Otíñar, por lo que
decidió arrendar un cortijo allí existente. En 1570 se efectuó el amojonamiento
del cortijo y dehesa de Otíñar a favor del Concejo de Jaén, que la incorporó a
sus bienes de Propios.
A lo largo del siglo XVII, la
situación de Otíñar es la de paulatino abandono. En 1675 se procede a un nuevo
amojonamiento de la finca por parte del Ayuntamiento. A finales de dicho siglo,
los criadores de yeguas tratan de beneficiarse con el uso de las dehesas de la
Parrilla y Otíñar. Sin embargo, la aldea cae en el olvido, debido a las
dificultades para acceder a ella a través de un camino que con frecuencia
quedaba cortado e impracticable.
Con la llegada de los Borbones a
España, una de las principales premisas de estos fue intentar dar una solución
a los problemas que ocasionaban los grandes vacíos existentes en el interior de
la península. Durante el reinado de Fernando VI no comenzaron a presentarse
diferentes proyectos que sin embargo nunca llegarían a desarrollarse.
No
fue hasta en 1767 cuando el rey Carlos III retomara la idea colonizadora.
El objetivo era repoblar
tierras entre Sierra Morena y el Bajo Guadalquivir, sobre caminos reales o inmediatos a
ellos. Aprovechando que se encontraba en las inmediaciones del antiguo camino
con Granada, y dada su situación de abandono, vuelve a presentarse la necesidad
de incluir a Otiñar en este proyecto. La reforma del camino del acceso a Otiñar
debía incluir el salvar el conocido Paso de la Escaruela que corría a lo largo
de un precipicio sobre el río Quiebrajano, problema solventado con la
construcción de un puerto de unos quinientos pasos.
Obra
fomentada desde la Corona, se decidió dejar constancia de ello con la erección
de un monumento, un Vítor de piedra, conmemorando la actuación de Carlos III en
dicho lugar. Este monumento se eleva sobre una base de grandes sillares,
ornamentados con una moldura. Sobre él se colocaron dos piedras también de gran
tamaño y una cartela coronada con las armas reales en la que se recogía la
inscripción “Reinando Carlos III / padre
de los pueblos / año de 1784”.
En
pleno siglo XIX, el rey Fernando VII otorgó a don Jacinto Cañado Rojo el
permiso para adquirir en la Sierra de Jaén, las zonas conocidas como La
Parrilla y el Castillo de Otíñar, hasta ahora pertenecientes a los Propios del
Concejo giennense, para llevar a cabo la construcción de una aldea con
cuartenta y cinco viviendas, iglesia y casa consistorial en un plazo de cuatro
años. Cinco años después, María Cristina de Borbón era declarada patrona y
protectora de la villa. El 24 de julio de dicho año la iglesia era bendecida y
se oficiaba la primera misa. Y el 1 de octubre se hacía saber que doña María Cristina admitía la
nueva villa bajo su protección, por lo que, en lo sucesivo, la parroquia y
población pasaría a denominarse “de Santa Cristina”, debiendo colocarse, en un
lugar destacado, las armas reales. Hasta el 2 de agosto de 1833 Fernando VII no
aprobó el establecimiento de la villa, concediéndole a su dueño el título de
Barón de Otiñar.
La estructuración social a inicios
del siglo XX seguía siendo, a pesar del transcurso de los siglos, la de un
verdadero señorío. Los señores constituían la cúspide de la pirámide social por
su dominio sobre las tierras y porque su vivienda se hallaba en la única plaza
existente en la aldea, junto a la iglesia, comunicado directamente con ella a
través del presbiterio, donde para manifestar su poder jarárquico disponían de
asientos. En el caso de los entierros de los señores, también existían ciertos
privilegios.
La vida de la aldea seguía rodeada
de cierta cierta leyenda que relacionaba a sus habitantes con un extraño
origen.
Durante los años en que el señorío recayó en don Rafael Martínez Nieto, la aldea vivió su mejor época, lo que se tradujo en un aumento de la demografía y de innovaciones que pretendían mejorar la situación evitando la emigración que no garantizaría el mantenimiento de la propiedad. Se creó una escuela pública cuyos gastos eran costeados por el Ayuntamiento de Jaén, se introdujo la luz eléctrica y se descubrió una cantera de piedra litográfica que se presentaba como la salvación para el futuro. Desde Jaén comenzó a mirarse a Otiñar como un lugar agreste que presentaba numerosos atractivos para acudir a él, iniciando una novedosa práctica de turismo interior.
En los años veinte la aldea llegó a
alcanzar los trescientos vecinos. Años después se consiguió agrupar a más de
quinientos sesenta personas. La actividad agrícola se caracterizó por la
diversificación de los sistemas de producción, complementándose la práctica de
ganadería extensiva, el aprovechamiento forestal, el cultivo de cereales,
olivos, la explotación láctea o la existencia de huertas.
En aquella época, la aldea de
Otiñar se encontraba estructurada en un esquema rectilíneo, a partir de dos
calles donde se alineaban viviendas de dos plantas, con un esquema
arquitectónico muy simple y no habitual en Jaén, desembocando en una plaza
donde se localizaban la casa de los señores y la iglesia. En sectores extremos
se disponían de edificios agro-ganaderos e industriales, y más alejado aún, el
cementerio rural.
Tras el fallecimiento de don Rafael
Martínez Nieto en el año 1924, el señorío fue heredado por su hija doña María
del Dulcenombre Martínez Serrano. Su esposo impulsó e introdujo innovaciones en
la explotación, manteniendo una gran actividad hasta 1975. Sin embargo, comenzó
una imparable decadencia que no fue posible frenar obligando a la población a
emigrar generalmente a la capital del Santo Reino. En la actualidad, en cierto
modo se ha revivido el interés por cierto enclave. Se ha retomado la iniciativa
de crear en el lugar campamentos y zonas para deportes de montaña además de
proponer la recuperación de dicho paraje para fomentar el ecoturismo y el
turismo rural.
En definitiva, un lugar clave en la
Edad Media durante las guerras con el Reino de Granada en el que no tuvieron
éxito los intentos repobladores llevados a cabo en el siglo XVI, ni en el
XVIII. Un señorío anacrónico en los albores de la Edad Contemporánea, y cuyos
rasgos plásticos pervivieron hasta bien entrada la segunda mitad del XX. Un
núcleo que, debido a sus específicas circunstancias orográficas, se vio
relacionado con relatos que rodeaban la vida de la aldea y sus habitantes de un
halo misterioso. Una historia muy próxima a nosotros y de la que queda mucho
por descubrir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.