viernes, 23 de noviembre de 2018

Paraje de Otíñar I: Desde sus orígenes



A trece kilómetros de Jaén por la Carretera del Quiebrajano, en plena serranía, se ubican las ruinas de lo que en otro tiempo fue castillo y poblado de Otíñar, transformado posteriormente, en el siglo XIX, en el llamado Señorío de Santa Cristina, y en la actualidad integrado por particulares. Se trata de una de las áreas del término municipal giennense más interesantes, tanto por el medio rural en el que se enclava como por su ocupación en el pasado. 

Se ha constatado la existencia de ocupación humana en Otíñar al menos desde el Neolítico, por los restos hallados en la conocida Cueva de los Corzos. Además, se localizaron restos del Calcolítico y varios dólmenes en los llamados Cañones de Otíñar, ubicados a un radio de 8 kilómetros del enclave, y cerca también del monumento dedicado a Carlos III, del que se hablará posteriormente. Tampoco se puede obviar las cuevas halladas con hasta nueve abrigos con pinturas y grabados rupestres. 
 
En la Hoya del Caño o Cañada de Estoril se descubrieron signos geométricos y más de treinta grabados de forma circular concéntrica. En la llamada Cueva de la Cantera se hallaron restos de pinturas rupestres donde es posible distinguir la representación de una figura pectiniforme incompleta, imágenes reticuladas que parecen arcos y una figura circular que también asemeja un arco. Igualmente, en la zona de Cerro Calar, se localizaron restos de cerámica ibérica, lo que podría indicar una ocupación humana como lugar defensivo. E incluso, ha sido posible constatar la existencia de varias villae romanas en las inmediaciones, lo que indica que el área fue ocupada con continuidad. 

En tiempos de luchas entre reyes castellanos y el Reino de Granada, Otíñar se convirtió en un punto estratégico. Su difícil accesibilidad y sus óptimas condiciones de visibilidad, que le permitían controlar el camino que a través de la sierra se dirigía a la frontera de Granada, hicieron de él un lugar fundamental para mantener la comunicación, a través del torreón existente en Torrebermeja con el alcázar de Jaén. Se podría decir incluso que el origen del término Otíñar estaría directamente relacionado con la función de torre de señales que tuvo su fortaleza durante estos años.

Tras la toma de Jaén y hasta la caída del Reino de Granada, Otiñar se convirtió en un enclave fundamental para garantizar la seguridad de la ciudad. De hecho, el Concejo giennense decidió en 1464 establecer un alcaide y garantizar la presencia permanente de al menos tres hombres que defendieran el recinto. La campaña para la conquista de Granada propició la búsqueda de otros caminos más accesibles y practicables, provocando así la decadencia de la pequeña fortaleza.

Pronto, en las inmediaciones de la fortaleza, aparecieron distintas propiedades muy atractivas. La mayor parte pertenecían al patrimonio eclesiástico. Otras acabaron en manos el Concejo giennense, que subastaba su aprovechamiento para el pasto y carboneo. Tras la caída del Reino Nazarí en 1492, la fortaleza terminó abandonándose y la población residente se marchó a otros lugares. Sólo quedó una población dispersa en cortijos y majadas.

A partir del siglo XVI, tras la muerte de Isabel la Católica, se proyecta la repoblación de diferentes zonas en el sur de la península abandonadas durante el tiempo en que fueron la frontera con el Reino Granadino. Fue el propio Concejo de la ciudad el que en numerosas ocasiones solicitó a los monarcas la repoblación de áreas pertenecientes a su término y jurisdicción. Finalmente, la reina Doña Juana acordaba el establecimiento de nuevas poblaciones, entre ellas Otíñar. En la orden también se indicaba que podría concederse huertas y tierras ya existentes y tierras del Campo de los Almogáraves para que fueran cultivadas.

Sin embargo, el proyecto no se llevaría a cabo hasta 1539 debido a la apertura de distintos pleitos iniciados por el propio Cabildo Municipal debido a que en 1508 el Concejo prefirió atender a intereses generales. En 1526 el Concejo retoma el proyecto, surgiendo disputas entre los detractores y partidarios de la idea. Los primeros alegaban la necesidad de contar con abundantes pastos y recursos como leña y carbón. Los segundos reseñaban que en las zonas a colonizar no se extraía leña y que la práctica ganadera en aquellos espacios resultaba ser peligrosa por la abundancia de lobos. De nuevo el proyecto fue suspendido, no haciéndose realidad hasta la década de los años treinta, sin la inclusión del paraje. Incluso la alcaldía instaurada en Otíñar desapareció, dependiendo simbólicamente de la alcaidía del castillo de Jaén, siendo suprimida la parroquia rural, quedando agregada a la de El Salvador, con sede entonces en el Castillo de Santa Catalina. 

No obstante, el Concejo giennense intentó obtener una mayor rentabilidad de las tierras de Otíñar, por lo que decidió arrendar un cortijo allí existente. En 1570 se efectuó el amojonamiento del cortijo y dehesa de Otíñar a favor del Concejo de Jaén, que la incorporó a sus bienes de Propios.

A lo largo del siglo XVII, la situación de Otíñar es la de paulatino abandono. En 1675 se procede a un nuevo amojonamiento de la finca por parte del Ayuntamiento. A finales de dicho siglo, los criadores de yeguas tratan de beneficiarse con el uso de las dehesas de la Parrilla y Otíñar. Sin embargo, la aldea cae en el olvido, debido a las dificultades para acceder a ella a través de un camino que con frecuencia quedaba cortado e impracticable.

Con la llegada de los Borbones a España, una de las principales premisas de estos fue intentar dar una solución a los problemas que ocasionaban los grandes vacíos existentes en el interior de la península. Durante el reinado de Fernando VI no comenzaron a presentarse diferentes proyectos que sin embargo nunca llegarían a desarrollarse.

No fue hasta en 1767 cuando el rey Carlos III retomara la idea colonizadora. El objetivo era repoblar tierras entre Sierra Morena y el Bajo Guadalquivir, sobre caminos reales o inmediatos a ellos. Aprovechando que se encontraba en las inmediaciones del antiguo camino con Granada, y dada su situación de abandono, vuelve a presentarse la necesidad de incluir a Otiñar en este proyecto. La reforma del camino del acceso a Otiñar debía incluir el salvar el conocido Paso de la Escaruela que corría a lo largo de un precipicio sobre el río Quiebrajano, problema solventado con la construcción de un puerto de unos quinientos pasos. 

Obra fomentada desde la Corona, se decidió dejar constancia de ello con la erección de un monumento, un Vítor de piedra, conmemorando la actuación de Carlos III en dicho lugar. Este monumento se eleva sobre una base de grandes sillares, ornamentados con una moldura. Sobre él se colocaron dos piedras también de gran tamaño y una cartela coronada con las armas reales en la que se recogía la inscripción “Reinando Carlos III / padre de los pueblos / año de 1784”.

En pleno siglo XIX, el rey Fernando VII otorgó a don Jacinto Cañado Rojo el permiso para adquirir en la Sierra de Jaén, las zonas conocidas como La Parrilla y el Castillo de Otíñar, hasta ahora pertenecientes a los Propios del Concejo giennense, para llevar a cabo la construcción de una aldea con cuartenta y cinco viviendas, iglesia y casa consistorial en un plazo de cuatro años. Cinco años después, María Cristina de Borbón era declarada patrona y protectora de la villa. El 24 de julio de dicho año la iglesia era bendecida y se oficiaba la primera misa. Y el 1 de octubre se hacía saber que doña María Cristina admitía la nueva villa bajo su protección, por lo que, en lo sucesivo, la parroquia y población pasaría a denominarse “de Santa Cristina”, debiendo colocarse, en un lugar destacado, las armas reales. Hasta el 2 de agosto de 1833 Fernando VII no aprobó el establecimiento de la villa, concediéndole a su dueño el título de Barón de Otiñar.

La estructuración social a inicios del siglo XX seguía siendo, a pesar del transcurso de los siglos, la de un verdadero señorío. Los señores constituían la cúspide de la pirámide social por su dominio sobre las tierras y porque su vivienda se hallaba en la única plaza existente en la aldea, junto a la iglesia, comunicado directamente con ella a través del presbiterio, donde para manifestar su poder jarárquico disponían de asientos. En el caso de los entierros de los señores, también existían ciertos privilegios.
     
La vida de la aldea seguía rodeada de cierta cierta leyenda que relacionaba a sus habitantes con un extraño origen.

Durante los años en que el señorío recayó en don Rafael Martínez Nieto, la aldea vivió su mejor época, lo que se tradujo en un aumento de la demografía y de innovaciones que pretendían mejorar la situación evitando la emigración que no garantizaría el mantenimiento de la propiedad. Se creó una escuela pública cuyos gastos eran costeados por el Ayuntamiento de Jaén, se introdujo la luz eléctrica y se descubrió una cantera de piedra litográfica que se presentaba como la salvación para el futuro. Desde Jaén comenzó a mirarse a Otiñar como un lugar agreste que presentaba numerosos atractivos para acudir a él, iniciando una novedosa práctica de turismo interior.
 
En los años veinte la aldea llegó a alcanzar los trescientos vecinos. Años después se consiguió agrupar a más de quinientos sesenta personas. La actividad agrícola se caracterizó por la diversificación de los sistemas de producción, complementándose la práctica de ganadería extensiva, el aprovechamiento forestal, el cultivo de cereales, olivos, la explotación láctea o la existencia de huertas.

En aquella época, la aldea de Otiñar se encontraba estructurada en un esquema rectilíneo, a partir de dos calles donde se alineaban viviendas de dos plantas, con un esquema arquitectónico muy simple y no habitual en Jaén, desembocando en una plaza donde se localizaban la casa de los señores y la iglesia. En sectores extremos se disponían de edificios agro-ganaderos e industriales, y más alejado aún, el cementerio rural.

Tras el fallecimiento de don Rafael Martínez Nieto en el año 1924, el señorío fue heredado por su hija doña María del Dulcenombre Martínez Serrano. Su esposo impulsó e introdujo innovaciones en la explotación, manteniendo una gran actividad hasta 1975. Sin embargo, comenzó una imparable decadencia que no fue posible frenar obligando a la población a emigrar generalmente a la capital del Santo Reino. En la actualidad, en cierto modo se ha revivido el interés por cierto enclave. Se ha retomado la iniciativa de crear en el lugar campamentos y zonas para deportes de montaña además de proponer la recuperación de dicho paraje para fomentar el ecoturismo y el turismo rural.
 
En definitiva, un lugar clave en la Edad Media durante las guerras con el Reino de Granada en el que no tuvieron éxito los intentos repobladores llevados a cabo en el siglo XVI, ni en el XVIII. Un señorío anacrónico en los albores de la Edad Contemporánea, y cuyos rasgos plásticos pervivieron hasta bien entrada la segunda mitad del XX. Un núcleo que, debido a sus específicas circunstancias orográficas, se vio relacionado con relatos que rodeaban la vida de la aldea y sus habitantes de un halo misterioso. Una historia muy próxima a nosotros y de la que queda mucho por descubrir.


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