A
finales del siglo XV nuestra ciudad vivió una de las épocas más apasionantes de
su historia, todo ello porque la capital del Santo Reino servía de frontera con
el reino de Granada. Nuestros antepasados vivieron la visita, hasta en cuatro
ocasiones, de sus majestades Isabel de Castilla y Fernando de Aragón,
popularmente conocidos como los Reyes Católicos. Tres de sus estancias se
produjeron antes de la reconquista y una última después de la misma.
Uno
de sus viajes se produjo desde el 10 de septiembre hasta mediados de octubre de
1485 para conquistar Cambil y Alhabar, como así sucedió. La tercera visita tuvo
lugar entre el 22 de mayo y el 20 de octubre de 1489 para tomar Baza. En esta visita,
la reina Isabel vivió sola junto con sus hijos y su corte en el desaparecido
Palacio del Obispo, situada en la calle Campanas esquina con la calle Cerón.
Tan
importante era su estancia en dicho palacio que se construyó un arco volado que
comunicaba el inmueble con la primitiva Catedral de Jaén para que la monarca
pudiera asistir a las misas que se celebraban en el templo. Esta época pudo
marcar un antes y un después en el futuro del reino, puesto que algunos
historiadores aseguran que fue aquí, en Jaén capital, donde Isabel de Castilla
le dio el sí a Cristóbal Colón para que éste pudiera hacer su ansiado viaje a
las Indias.
La
cuarta y última estancia se encuentra documentada y de ella se comenta que duró
apenas unos ocho días, ya que regresaron a Jaén el 2 de agosto y la abandonaron
el día 10 para dirigirse a Granada.
Siempre
se ha comentado que la capital del Santo Reino era la ciudad perfecta para que
los Reyes Católicos pudieran dirigir desde aquí una Reconquista de Granada con
el que poner fin a la época árabe en la península iberíca, pero quizás tanta
visita pudo estar relacionado con una intensa amistad que Isabel la Católica
mantuvo con la gobernadora de Jaén, y a su vez viuda de don Miguel Lucas de
Iranzo, Teresa de Torres.
Tal era el cariño que la monarca le tenía a la noble que, una vez Teresa de Torres abandonó la ciudad para enclaustrarse en un convento sevillano en la categoría de monja rasa, decidió sacarla de dicho recinto cristiano para convertirla en Abadesa Mayor del Monasterio de Isabel la Real situado en el barrio del Albaicín de la capital nazarí, donde Teresa de Torres vivió sus últimos años de vida.
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