Año 1155,
Alfonso VII El Batallador vino a sitiar Jaén tras haber tomado Andújar. Loco
por conquistar la entonces Cora de Yayyan, ordenó a sus capitanes que vigilaran
y cerraran el paso de los caminos que llevaban a la ciudad. En esa ocupación se
encontraba don Fernán Ventúrez, responsable del camino de Granada.
Una
mañana, éste comenzó a investigar las defensas enemigas, adentrándose en las
huertas que riega el arroyo de Valparaíso, burlando la vigilancia de unos soldados
árabes que, sentados, controlaban los movimientos de las tropas cristianas.
De
repente, una joven mora que se encontraba en compañía de otras tres muchachas,
se topó de frente con el flamante capitán quien, sorprendido por la belleza de
la joven, quedó enamorado de esta. La chica también se quedó prendada del muchacho,
hasta el punto que ésta permaneció inmóvil. Don Fernán le regala una rosa
blanca a la joven, invitándola a marcharse junto a los suyos. Ella,
avergonzada, tapa con una gasa su cara y se marcha con las demás adolescentes.
Al
día siguiente, el Capitán regresa al mismo punto para provocar otro encuentro.
En esta ocasión fue él quien la sorprendió, ofreciéndole una nueva rosa blanca,
besando la muchacha sus pétalos. Durante tres días los jóvenes concertaron
citas a solas, aumentando el sentimiento común entre ambos.
Pero
no todo iba a ser color de rosas, nunca mejor escrito, puesto que la joven mora
fue delatada por una de sus acompañantes. Apenas había rebasado la puerta de
Granada, un piquete de soldados siguió a la joven hasta el árbol del amor, y
sorprendiendo a los enamorados, los guardias los capturaron y los apresaron en
el palacio real donde el Capitán fue conducido a las mazmorras del palacio, hoy
Archivo Histórico, mientras ella fue encerrada en una habitación de la
residencia árabe.
La
joven estuvo durante días pidiendo información sobre su amado, y ante la
negativa que recibía, lamentaba una y otra vez, entre sollozos, lo desgraciada
que era. Una mañana dejaron de oírse esos lamentos. En el centro del jardín del
palacio se construyó una fosa, presumiblemente donde se iba a enterrar el
cuerpo sin vida de la joven dama.
Desde
ese día, muchas personas han confesado haber visto la figura de una joven mora
de ojos verdes, con gasa de delicados bordados y pedrería sobre su rostro,
pasear por el claustro del convento, o buscar por las mazmorras que pudo
existir en el lugar a su amado.
Recientemente,
un estudiante que visitaba esa galería, comentó que nunca más accedería a la
misma. Otra tarde, unos albañiles que se quedaron solos salieron despavoridos
del recinto, confirmando que jamás volverían a su punto de trabajo. E incluso
un pintor prefirió perder el empleo a seguir con sus obligaciones.
En
una ocasión se tomó una fotografía al fondo del corredor de la galería alta,
apreciándose una figura transparente de una entidad a modo de mujer vestida con
gasas o túnica oscuras. La fotografía, misteriosamente, desapareció.
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