Ronquío,
en la capital del Santo Reino, se utiliza cuando una persona contaba algo increíble
o pedía algo muy costoso y que no quería dar y la otra persona le soltaba una especie
de gruñido o ronquido cuando menospreciaba al primero.
Cuenta
la leyenda que, a principios del siglo XV, la ciudad vivía en un periodo no muy
tranquilo. La frontera con los moros de Granada era insegura debido, también, a
su cercanía frente a la capital del Santo Reino, al hallarse esta en Cambil.
Los
cristianos ordenaron establecer turnos de vigilancia, tanto de día como de noche,
cuya misión era la de vigilar los pasos o caminos y encender una buena hoguera
que fuera vista desde el alcázar de Jaén para que los que estuvieran en el
interior de la ciudad les diera tiempo a preparar la defensa o a acoger las
gentes de extramuros.
De
noche, los moros, aprovechando la oscuridad, se aproximaban hasta el farallón
de San Cristobal para sorprender a la guardia cristiana y, de este modo, evitar
el aviso a la ciudad. Así, por la mañana, podían atacar los muros de la ciudad
sin apenas resistencia.
En
una de esas noches, la pequeña milicia urbana que le tocaba cubrir esos caminos,
estaba muy cansada tras un día de mucho trabajo en el campo. Nadie se durmió en
los tres primeros turnos. Ya en el quinto relevo, en una noche sin la luz de
luna, empezaron a coger el sueño. Nada parecía moverse, salvo el canto de los grillos
y el ruido del agua del arroyo cercano. Uno de los guardias comenzó a roncar
levemente.
Una
partida de moros, que habían estado vigilando desde esa misma tarde el puesto
de vigilancia de los cristianos, se aproximaron hacia estos sigilosamente. Si caían
sobre ellos y los eliminaban, la sorpresa estaba asegurada y los podían
asesinar sin problemas. Cuando los moros iban a degollar a los cristianos, cayó
un rayo cerca del punto de vigilancia, y uno de los cristianos expiró un
ronquido de tal tamaño que parecía un redoble de tambor.
El
resto de cristianos despertaron y los moros quedaron al descubierto. Algunos de
estos últimos acabaron muertos, otros huyeron. Los cristianos encendieron una
hoguera y descubrieron que no había más enemigos cerca. Los planes de los
adversarios habían sido frustrados. A la mañana siguiente, una expedición
exploró los alrededores y descubrieron que los moros abandonaron sus posiciones
en Cambil.
El hecho del ronquido corrió como la pólvora entre los vecinos de la ciudad y, desde entonces, cualquier hecho, palabra o frase que a un jienense le parezca un menosprecio, siempre será respondido con un ronquido.
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