viernes, 23 de abril de 2021

De leyenda: Jaén, tierra del Ronquío

Ronquío, en la capital del Santo Reino, se utiliza cuando una persona contaba algo increíble o pedía algo muy costoso y que no quería dar y la otra persona le soltaba una especie de gruñido o ronquido cuando menospreciaba al primero.


Cuenta la leyenda que, a principios del siglo XV, la ciudad vivía en un periodo no muy tranquilo. La frontera con los moros de Granada era insegura debido, también, a su cercanía frente a la capital del Santo Reino, al hallarse esta en Cambil.

Los cristianos ordenaron establecer turnos de vigilancia, tanto de día como de noche, cuya misión era la de vigilar los pasos o caminos y encender una buena hoguera que fuera vista desde el alcázar de Jaén para que los que estuvieran en el interior de la ciudad les diera tiempo a preparar la defensa o a acoger las gentes de extramuros.

De noche, los moros, aprovechando la oscuridad, se aproximaban hasta el farallón de San Cristobal para sorprender a la guardia cristiana y, de este modo, evitar el aviso a la ciudad. Así, por la mañana, podían atacar los muros de la ciudad sin apenas resistencia.

En una de esas noches, la pequeña milicia urbana que le tocaba cubrir esos caminos, estaba muy cansada tras un día de mucho trabajo en el campo. Nadie se durmió en los tres primeros turnos. Ya en el quinto relevo, en una noche sin la luz de luna, empezaron a coger el sueño. Nada parecía moverse, salvo el canto de los grillos y el ruido del agua del arroyo cercano. Uno de los guardias comenzó a roncar levemente.

Una partida de moros, que habían estado vigilando desde esa misma tarde el puesto de vigilancia de los cristianos, se aproximaron hacia estos sigilosamente. Si caían sobre ellos y los eliminaban, la sorpresa estaba asegurada y los podían asesinar sin problemas. Cuando los moros iban a degollar a los cristianos, cayó un rayo cerca del punto de vigilancia, y uno de los cristianos expiró un ronquido de tal tamaño que parecía un redoble de tambor.

El resto de cristianos despertaron y los moros quedaron al descubierto. Algunos de estos últimos acabaron muertos, otros huyeron. Los cristianos encendieron una hoguera y descubrieron que no había más enemigos cerca. Los planes de los adversarios habían sido frustrados. A la mañana siguiente, una expedición exploró los alrededores y descubrieron que los moros abandonaron sus posiciones en Cambil.

El hecho del ronquido corrió como la pólvora entre los vecinos de la ciudad y, desde entonces, cualquier hecho, palabra o frase que a un jienense le parezca un menosprecio, siempre será respondido con un ronquido.

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