Desde
que Fernando III tomó posesión de Jaén las visitas reales a la capital del
Santo Reino solían ser frecuentes, ya fueran estas solemnes, de paso o de
tránsito. Así lo realizó Carlos I y Felipe II en los años 1526 y 1570
respectivamente. Felipe IV visitó nuestra ciudad con apenas diecinueve años y
mientras privaba el Conde de Olivares en el año 1624.
La
finalidad que buscaba el monarca era la de poner las costas del sur de España
en estado de defensa ante las amenazas incesantes de holandeses y berberiscos.
Otros historiadores sostienen que el motivo real era el de obtener subsidios
para sostener las guerras y para mantener el elevado nivel de vida del que se
disfrutaba en la corte.
El
11 de abril de 1624 Felipe IV llegaba a la capital del Santo Reino después de
recorrer media Andalucía. Junto al monarca, también pernoctaron en nuestra
ciudad personajes tales como don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, don
Enrique Enríquez, conde de San Sebastián, o don Francisco Quevedo de Villegas,
señor de la Torre de Juan Abad, entre otros.
Jaén,
por aquella época, aún no había visto terminar su grandiosa catedral, contaba
con veinticinco mil habitantes, se mantenían intactas sus hermosas murallas y
el castillo, del que se seguían distinguiendo sus tres alcázares, gozaba
todavía de su guarnición que velaba día y noche por su mantenimiento.
Doce
parroquias, nueve o diez conventos de frailes y ocho de monjas, un priorato de
Calatrava, numerosas ermitas y beaterios, dieciséis hospitales u hospitalicos,
más de cien cofradías y hermandades y un sinfín de capellanías, de fundaciones
y obras pías formaban parte del urbanismo de la época.
La
primera reunión que se celebró para preparar la visita de su majestad tuvo
lugar el 10 de febrero de ese mismo año en las desaparecidas casas del
Ayuntamiento, situadas en la parte central de la Plaza de Santa María. A esta
asistieron los caballeros veinticuatros de la ciudad don Juan de Berrio y Mendoza,
don Juan Palomino Hurtado de Mendoza, don Cristóbal de Biedma Narváez, don
Jorge de Contreras y Torres, don Luis de Torres y Portugal, don Pedro de Messía
y Ponce de León, don García Fagardo de Castrillo, don Alonso López de Mendoza y
don Diego Núñez de Alarcón y los jurados Lucas Serrano de Quesada, Francisco de
Alarcón y el personero Cristóbal Rodríguez de la Fuente del Saúco.
Al
día siguiente se celebró una nueva reunión a la que asistieron, además de los
citados anteriormente, don Gaspar de Biedma, don Luis de Piédrola Valenzuela,
don Sebastián Messía de la Cerda, don Gaspar de Biedma Narváez, don Pedro
Messía Ponce de León, don Jerónimo de Salazar, don Alonso de Gámiz Saavedra,
don Juan de Baena Calle, don Juan de Quesada Monroy y los jurados Miguel del
Bajo, Sebastián de Oviedo, Pedro Ruiz de Alcázar, Francisco de Mercado,
Cristóbal Perete, Gregorio Doncel, Fernando de Ludeña, Alonso Camarero Delgado,
Fernando de Vilches, Gaspar de Pancorbo, Gonzalo Hanegas, Francisco de Alarcón
y Bartolomé de Alcázar Palacios.
En
estas reuniones, y en las sucesivas que se celebraron, se acordó el arreglo de
caminos, el embellecimiento de jardines y fuentes, la sustitución de
adoquinado, reparación de edificios y monumentos y preparación de un amplio
dispositivo de seguridad para que Felipe IV no sufriera ningún percance lamentable.
Cuando
su majestad entró en Jaén fue recibido por una salva de pólvora realizada desde
el Castillo de Santa Catalina. Quedó tan impresionado Felipe IV que éste
confirmó años más tarde los grandes privilegios con los que gozaba la ciudad.
Durante su estancia en la capital fue alojado en el Palacio Arzobispal.
Ese
11 de abril de 1624 nuestros antepasados pudieron disfrutar de una comitiva
formada por trompeteros a caballo anunciando el cortejo, jinetes con todo tipo
de accesorios típicos de la época, coches de altas ruedas, literas transportadas
por mulas o carruajes cargados de equipaje, mozos de mulas, lacayos, cocheros,
escoltas…
Felipe
IV ocupaba un lugar preferente en una carroza con seis mulas, dos cocheros y
acompañado del marqués de El Carpio. Las luminarias preparadas para la ocasión
y las campanas de todas las torres y espadañas hicieron que el monarca se
encontrara impresionado por tal recibimiento.
El
Cardenal-obispo le ofreció en su palacio una cena suntuosa servida en vajilla
de plata. A la mañana siguiente, la corte madrugó para que Fernando IV
escuchara misa en la inacabada catedral, donde besó la reliquia del santo
rostro. Después, montado en su carroza, recorrería la antigua calle Maestra
Baja para recrearse en las aguas abundosas del manantial de la Magdalena.
Antes
de despedirse de nuestra ciudad, se comenta que también visitó el estanque
islámico de la parroquia de la Magdalena y almorzó temprano para poner rumbo a
la vecina ciudad renacentista de Baeza.
Al
ser un viaje real relámpago, el Ayuntamiento se ahorró parte del dinero
presupuestado, por lo que pudo devolver los préstamos tomados de una forma más
fácil y rápida de lo previsto.