“Castillo de Santa Catalina, elemento de identidad de la
Capital del Santo Reino.” Esta es una de las formas con la que se puede
definir uno de los enclaves históricos más importantes de la urbe jiennense.
Esta fortaleza, que data del siglo XIII, tiene sus primeros antecedentes en el
siglo X, cuando se decide construir un alcázar en la parte alta del monte de
Santa Catalina llegando a su máxima extensión entre los siglos XI y XII.
En 1246, Fernando III El Santo, después de llegar
a un pacto con Muhámmad ibn Yúsuf ibn Nasr, se apodera la ciudad y decide
construir la fortaleza que, en parte, perdura hasta nuestros días. Fernando III
se encuentra con un alcázar que ocupaba de extensión desde la Torre de la Vela
hasta los actuales merenderos del cerro de Santa Catalina. De ahí decide
dividir la fortaleza en tres partes; Alcázar Nuevo, diseñado en el actual
Centro de Interpretación Turística, Alcázar Viejo, en el actual Parador de
Turismo, y la Fortaleza Abrehuí, en el espacio comprendido entre la zona de la
piscina del Parador de Turismo y los merenderos del Cerro.
De la fortaleza cristiana se comenta que su
construcción pudo perdurar en el tiempo hasta el reinado de Fernando IV, aunque
sí es cierto que no es hasta mediados del siglo XV, con las últimas exigencias
del Condestable de Castilla Don Miguel Lucas de Iranzo, cuando se concluyen las
construcciones necesarias para la subsistencia en la fortaleza.
Desde 1492 hasta 1810, en el Castillo de Santa
Catalina se vive una época de calma y paz que provoca su decadencia durante
este periodo. No fue hasta la invasión francesa del siglo XIX cuando el
Castillo recupera el esplendor perdido de época medieval. Durante dos años, los
franceses refuerzan los adarves y construyen nuevas dependencias tales como las
residencias de los capitanes y los soldados, un cuartel general, una prisión,
cocinas, polvorines…
En 1812, cuando los españoles invitamos a los
franceses a abandonar nuestra ciudad, estos últimos deciden incendiar y
explotar todas las dependencias que ellos mismos construyeron, dejando a la
fortaleza prácticamente en ruinas. Desde entonces y hasta el mediados del siglo
XX el castillo estuvo prácticamente abandonado. Tan solo durante la Guerra
Civil española, cuando los republicanos colocan en la parte alta del cerro las
tuberías del órgano de la Catedral para hacer creer a los franquistas que
tenían artillería militar, y durante los primeros años de la dictadura
franquista, cuando ocuparon la cárcel francesa hasta 1942, la fortaleza volvió
a recobrar vida hasta que en la segunda mitad del siglo XX se decide construir
el Parador de Turismo y el Centro de Interpretación que aún perdura en la
actualidad.
Hoy por hoy los únicos restos existentes se
encuentran en el Centro de Interpretación Turística, del que sobreviven seis
torres medievales y una antigua prisión del siglo XIX.
Se conoce como Torre del Homenaje aquel torreón
que se utilizaba para celebrar ceremonias protocolarias tales como la entrega
de las llaves del castillo al alcaide, representante real en la fortaleza, o el
juramento de lealtad de los siervos a sus superiores. En este espacio no sólo
vivía el alcaide y su familia sino también parte de la guarnición de la
fortaleza. La torre se divide en tres partes. La planta baja se comenta que
pudo ser un aljibe de agua, aunque existe otra teoría que explica que este
espacio pudo ser un almacén para guardar víveres. En el techo de esta planta
baja existe una trampilla que hace suponer que en época medieval se accedía a
esta posible despensa a través de una cuerda.
La Torre de las Damas, segundo y último torreón
residencial del castillo, debe su nombre a que los arquitectos diseñaron este
espacio imaginándose a unas mujeres en peligro. En ella, entre otras
personalidades de nuestra historia, se comenta que pudo residir temporalmente
Teresa de Torres, esposa de Don Miguel Lucas de Iranzo, cuando tenía problemas
matrimoniales con su pareja.
La Torre de la Vela recibe este nombre porque
durante la noche, los vigilantes que se quedaban al cuidado de la fortaleza
pasaban la noche en vela para cumplir con su trabajo. Su nombre original es
Torre de la Vigía o de la Vela, y en época islámica su terraza estaba a la
altura de la actual entrada a la torre. Desde ese punto contactaban con el
resto de fortalezas o atalayas para enviar mensajes a Granada sobre la
situación que se vivía en la capital y en los pueblos limítrofes en plena
guerra con los cristianos. Para ello utilizaban cristales o pasto seco en
función a la parte del día en el que tenían que ejercer de emisores.
Es ya con el reinado de Fernando III el Santo
cuando se construyen dos plantas superiores para alzar dicha torre, sobretodo
para mejorar la óptica, ya que desde este punto se puede ver prácticamente toda
la provincia y un 90% de lo que es actualmente la capital del Santo Reino. El
otro 10% restante no puede ser visto por culpa de una cruz de piedra colocada
en ese punto a mediados del siglo pasado. Cuenta la leyenda que en pleno siglo
XIII, cuando recién había sido conquistada Jaén, un capitán militar de Fernando
III el Santo decide clavar sobre el pico de la colina una espada en señal de
victoria. Dicho objeto hizo parecer a lo lejos que era una cruz cristiana, lo
que originó que el monarca ordenara a la orden clarisa de la ciudad que
colocara y se encargara del mantenimiento de una cruz de madera para que se
simbolizara que la ciudad era cristiana.
La última torre de la fortaleza, la Torre de
las Troneras, fue la primitiva torre del castillo. Fue el espacio idóneo para
construir los aseos públicos de la fortaleza, y recibe este nombre porque en
ese espacio es donde más movimiento de aire se genera en la parte alta del
cerro, y se comenta que, en época medieval, los cristianos pensaban que el
ruido que hacía el viento era idéntico al que realizaba los truenos en época de
tormenta.
De todos estos elementos también hay que
mencionar otros restos históricos con los que aún cuenta el centro de
interpretación. Uno de ellos es la prisión francesa del siglo XIX. Era una
cárcel de unas tres celdas diminutas en la que los franceses llegaron a
encerrar hasta 80 personas al mismo tiempo. Estos presos, que se clasificaban
en dos categorías, por un lado, los terratenientes españoles que eran
encarcelados para que los franceses se aseguraran el pago de impuestos que
ellos mismos habían establecido y por otro los guerrilleros españoles que
luchaban entre ellos, fueron utilizados como esclavos para que estos
construyeran las dependencias francesas que los invasores creyeron oportunos.
Cuando los franceses comprobaron que no quedaba espacio en la cárcel para
encerrar a más personas, empezaron a condenar a muerte a todo aquel que
estorbaba en ese espacio, asesinando a personajes de renombre en la Iglesia de
San Lorenzo y en la Catedral de Jaén y a los que no eran conocidos los
ejecutaban en pleno Castillo de Santa Catalina.
En plena fortaleza se pueden observar restos
arqueológicos de las tres etapas principales que ha vivido el castillo a lo
largo de su historia. De época islámica se ha hallado recientemente piezas de
lo que pudo ser un palacio islámico del siglo XII, del que se puede deducir que
no tuvo ni una centuria de vida y que pudo ser destruido cuando Fernando III conquista
la ciudad. De época cristiana aún existen restos de un antiguo molino de sangre
que pudo ser creado junto a unos antiguos almacenes de grano en lo que hoy
sería la antigua prisión francesa construida hace dos siglos. También existen
restos de unas famosas troneras, o reformulación de unos antiguos almenares,
que los franceses modificaron para poner en la parte alta de las almenas la
artillería pesada con la que contaba militarmente, y por último, aún se puede
ver restos arqueológicos de unos antiguos aljibes y su sistema de canalización
que se construyeron en época islámica y, hasta época francesa, y tras continuas
modificaciones, perduraron durante siglos porque no existía otro modo que
esperar a las lluvias naturales para poder abastecerse de agua en el recinto.
No hay que olvidar que todos estos puntos
museísticos están conectados a través de un antiguo camino de una sola dirección,
o camino de ronda, por el que los cristianos realizaban sus rondas de
vigilancia durante los 250 años en la que los cristianos jiennenses estuvieron
en guerra con los árabes. Durante la noche, las torres se cerraban por dentro y
no se abría hasta la mañana siguiente por seguridad y, entre la Torre de las
Damas y la Torre del Homenaje, se colocaban unas tablas de madera para que los
guardias continuaran con su ronda de vigilancia.
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