viernes, 21 de agosto de 2020

Castillo de Santa Catalina: Nuestra Gran Fortaleza


“Castillo de Santa Catalina, elemento de identidad de la Capital del Santo Reino.” Esta es una de las formas con la que se puede definir uno de los enclaves históricos más importantes de la urbe jiennense. Esta fortaleza, que data del siglo XIII, tiene sus primeros antecedentes en el siglo X, cuando se decide construir un alcázar en la parte alta del monte de Santa Catalina llegando a su máxima extensión entre los siglos XI y XII.

En 1246, Fernando III El Santo, después de llegar a un pacto con Muhámmad ibn Yúsuf ibn Nasr, se apodera la ciudad y decide construir la fortaleza que, en parte, perdura hasta nuestros días. Fernando III se encuentra con un alcázar que ocupaba de extensión desde la Torre de la Vela hasta los actuales merenderos del cerro de Santa Catalina. De ahí decide dividir la fortaleza en tres partes; Alcázar Nuevo, diseñado en el actual Centro de Interpretación Turística, Alcázar Viejo, en el actual Parador de Turismo, y la Fortaleza Abrehuí, en el espacio comprendido entre la zona de la piscina del Parador de Turismo y los merenderos del Cerro.

De la fortaleza cristiana se comenta que su construcción pudo perdurar en el tiempo hasta el reinado de Fernando IV, aunque sí es cierto que no es hasta mediados del siglo XV, con las últimas exigencias del Condestable de Castilla Don Miguel Lucas de Iranzo, cuando se concluyen las construcciones necesarias para la subsistencia en la fortaleza.

Desde 1492 hasta 1810, en el Castillo de Santa Catalina se vive una época de calma y paz que provoca su decadencia durante este periodo. No fue hasta la invasión francesa del siglo XIX cuando el Castillo recupera el esplendor perdido de época medieval. Durante dos años, los franceses refuerzan los adarves y construyen nuevas dependencias tales como las residencias de los capitanes y los soldados, un cuartel general, una prisión, cocinas, polvorines…

En 1812, cuando los españoles invitamos a los franceses a abandonar nuestra ciudad, estos últimos deciden incendiar y explotar todas las dependencias que ellos mismos construyeron, dejando a la fortaleza prácticamente en ruinas. Desde entonces y hasta el mediados del siglo XX el castillo estuvo prácticamente abandonado. Tan solo durante la Guerra Civil española, cuando los republicanos colocan en la parte alta del cerro las tuberías del órgano de la Catedral para hacer creer a los franquistas que tenían artillería militar, y durante los primeros años de la dictadura franquista, cuando ocuparon la cárcel francesa hasta 1942, la fortaleza volvió a recobrar vida hasta que en la segunda mitad del siglo XX se decide construir el Parador de Turismo y el Centro de Interpretación que aún perdura en la actualidad.

Hoy por hoy los únicos restos existentes se encuentran en el Centro de Interpretación Turística, del que sobreviven seis torres medievales y una antigua prisión del siglo XIX.

Se conoce como Torre del Homenaje aquel torreón que se utilizaba para celebrar ceremonias protocolarias tales como la entrega de las llaves del castillo al alcaide, representante real en la fortaleza, o el juramento de lealtad de los siervos a sus superiores. En este espacio no sólo vivía el alcaide y su familia sino también parte de la guarnición de la fortaleza. La torre se divide en tres partes. La planta baja se comenta que pudo ser un aljibe de agua, aunque existe otra teoría que explica que este espacio pudo ser un almacén para guardar víveres. En el techo de esta planta baja existe una trampilla que hace suponer que en época medieval se accedía a esta posible despensa a través de una cuerda.

La Torre de las Damas, segundo y último torreón residencial del castillo, debe su nombre a que los arquitectos diseñaron este espacio imaginándose a unas mujeres en peligro. En ella, entre otras personalidades de nuestra historia, se comenta que pudo residir temporalmente Teresa de Torres, esposa de Don Miguel Lucas de Iranzo, cuando tenía problemas matrimoniales con su pareja.

El castillo cuenta con dos torres albarranas prácticamente gemelas en la actualidad. Este hecho se debe a un gravísimo error producido en la segunda mitad del siglo XX durante la reconstrucción de la fortaleza, ya que se pensó en esa época que la torre albarrana cercana a la torre de la vela estaba techada al igual que la torre albarrana donde se diseñó la capilla de la patrona de Jaén, Santa Catalina. Originariamente, en el siglo XIII, las torres albarranas se construyen al descubierto hasta que en el siglo XV Don Miguel Lucas de Iranzo decide tapiar una de las dos torres para convertir ese espacio en capilla y que su hermana pudiera casarse en la fortaleza. Desde entonces, es Capilla de Santa Catalina y tan solo los 25 de noviembre de cada año, este oratorio abre sus puertas. Estas dos torres cumplían la función de torres defensivas, y recibe este nombre porque estos torreones fueron construidos en el exterior de la fortaleza, unidos entre sí por un pequeño pasillo, para poder defenderse desde el exterior ante cualquier intruso que intentara trepar por las paredes para acceder al recinto.

La Torre de la Vela recibe este nombre porque durante la noche, los vigilantes que se quedaban al cuidado de la fortaleza pasaban la noche en vela para cumplir con su trabajo. Su nombre original es Torre de la Vigía o de la Vela, y en época islámica su terraza estaba a la altura de la actual entrada a la torre. Desde ese punto contactaban con el resto de fortalezas o atalayas para enviar mensajes a Granada sobre la situación que se vivía en la capital y en los pueblos limítrofes en plena guerra con los cristianos. Para ello utilizaban cristales o pasto seco en función a la parte del día en el que tenían que ejercer de emisores.

Es ya con el reinado de Fernando III el Santo cuando se construyen dos plantas superiores para alzar dicha torre, sobretodo para mejorar la óptica, ya que desde este punto se puede ver prácticamente toda la provincia y un 90% de lo que es actualmente la capital del Santo Reino. El otro 10% restante no puede ser visto por culpa de una cruz de piedra colocada en ese punto a mediados del siglo pasado. Cuenta la leyenda que en pleno siglo XIII, cuando recién había sido conquistada Jaén, un capitán militar de Fernando III el Santo decide clavar sobre el pico de la colina una espada en señal de victoria. Dicho objeto hizo parecer a lo lejos que era una cruz cristiana, lo que originó que el monarca ordenara a la orden clarisa de la ciudad que colocara y se encargara del mantenimiento de una cruz de madera para que se simbolizara que la ciudad era cristiana.

La última torre de la fortaleza, la Torre de las Troneras, fue la primitiva torre del castillo. Fue el espacio idóneo para construir los aseos públicos de la fortaleza, y recibe este nombre porque en ese espacio es donde más movimiento de aire se genera en la parte alta del cerro, y se comenta que, en época medieval, los cristianos pensaban que el ruido que hacía el viento era idéntico al que realizaba los truenos en época de tormenta.

De todos estos elementos también hay que mencionar otros restos históricos con los que aún cuenta el centro de interpretación. Uno de ellos es la prisión francesa del siglo XIX. Era una cárcel de unas tres celdas diminutas en la que los franceses llegaron a encerrar hasta 80 personas al mismo tiempo. Estos presos, que se clasificaban en dos categorías, por un lado, los terratenientes españoles que eran encarcelados para que los franceses se aseguraran el pago de impuestos que ellos mismos habían establecido y por otro los guerrilleros españoles que luchaban entre ellos, fueron utilizados como esclavos para que estos construyeran las dependencias francesas que los invasores creyeron oportunos. Cuando los franceses comprobaron que no quedaba espacio en la cárcel para encerrar a más personas, empezaron a condenar a muerte a todo aquel que estorbaba en ese espacio, asesinando a personajes de renombre en la Iglesia de San Lorenzo y en la Catedral de Jaén y a los que no eran conocidos los ejecutaban en pleno Castillo de Santa Catalina.

En plena fortaleza se pueden observar restos arqueológicos de las tres etapas principales que ha vivido el castillo a lo largo de su historia. De época islámica se ha hallado recientemente piezas de lo que pudo ser un palacio islámico del siglo XII, del que se puede deducir que no tuvo ni una centuria de vida y que pudo ser destruido cuando Fernando III conquista la ciudad. De época cristiana aún existen restos de un antiguo molino de sangre que pudo ser creado junto a unos antiguos almacenes de grano en lo que hoy sería la antigua prisión francesa construida hace dos siglos. También existen restos de unas famosas troneras, o reformulación de unos antiguos almenares, que los franceses modificaron para poner en la parte alta de las almenas la artillería pesada con la que contaba militarmente, y por último, aún se puede ver restos arqueológicos de unos antiguos aljibes y su sistema de canalización que se construyeron en época islámica y, hasta época francesa, y tras continuas modificaciones, perduraron durante siglos porque no existía otro modo que esperar a las lluvias naturales para poder abastecerse de agua en el recinto.

No hay que olvidar que todos estos puntos museísticos están conectados a través de un antiguo camino de una sola dirección, o camino de ronda, por el que los cristianos realizaban sus rondas de vigilancia durante los 250 años en la que los cristianos jiennenses estuvieron en guerra con los árabes. Durante la noche, las torres se cerraban por dentro y no se abría hasta la mañana siguiente por seguridad y, entre la Torre de las Damas y la Torre del Homenaje, se colocaban unas tablas de madera para que los guardias continuaran con su ronda de vigilancia.

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