Por
todos es conocido que el Santo Rostro, una de las reliquias más famosas de toda
España junto al Santo Cáliz de Valencia y el Santo Sudario de Oviedo
conformando así la trinidad de las reliquias más importantes del país, representa
la supuesta imagen que se quedó impresa en el paño de la Verónica cuando le
limpió la cara a Jesús subiendo el Calvario.
En
los evangelios reconocidos por las iglesias cristianas como libros inspirados
por Dios nunca se cita el momento en el que una mujer supuestamente le limpia
el rostro a Jesús durante el Via Crucis, aunque en estos sí que aparecen otros
episodios milagrosos como la curación de la hemorroísa al tocar el manto de
Cristo.
En
el llamado Evangelio de Nicodemo, libro no aceptado por la iglesia y escrito en
el siglo V d.C., aparece por primera vez la historia o leyenda de la Verónica y
el Santo Rostro, que dice así:
“Y
Velosiano preguntó por el rostro o la faz del Salvador. Y cuantos allí estaban
dijeron: Una mujer que se llama Verónica es la que tiene en su propia casa la
faz del Salvador. Él ordenó que la condujesen ante su presencia y le preguntó:
¿Tienes la faz del Salvador en tu casa? Pero ella lo negó. Y Velosiano ordenó
que se le diese tormento hasta que entregase la imagen del Señor. Y, cediendo a
la violencia, Verónica dijo: Yo la tengo en un lienzo, y la adoro a diario. Y
diciéndole Velosiano: Muéstramela, ella mostró el rostro del Señor. Viéndola,
Velosiano se prosternó en tierra y, con fe sincera y corazón encendido, la tomó,
la envolvió en un lienzo de oro, la colocó en un pequeño cofre, y lo selló con
su anillo, a la vez que hizo un juramento: Por el Dios vivo y por la salud del
César, que no verá su faz nadie hasta que vea yo la de mi señor Tiberio”.
“Y el emperador
Tiberio dijo a Velosiano: ¿Dónde tienes esa efigie? Y contestó Velosiano: La
tengo en un lienzo de tela de oro, envuelta en un manto. Y el emperador Tiberio
le dijo: Extiéndela ante mí, para que yo me ponga de rodillas, y la adore en
tierra. Y Velosiano desplegó su manto, que envolvía la tela de oro en que iba
la imagen del Señor. Y el emperador Tiberio la vio. Y adoró con ferviente
corazón la imagen del Señor, y su carne curó, y fue como la de un niño pequeño.
Y todos los ciegos, los leprosos, los cojos, los mudos, los sordomudos y
cuantos sufrían distintas enfermedades fueron curados y librados de sus males”.
En
definitiva, la hemorroísa que se curó al tocar la túnica de Jesús es la misma
que tiempo más tarde limpiara su rostro camino del Gólgota, en la conocida
sexta estación del Via Crucis, o lo que es lo mismo, que tanto esta historia
como la leyenda de Verónica y Santo Rostro es idéntica.
En
el anterior texto, en ningún momento se habla de que Verónica limpiara el
rostro de Jesús, sino que únicamente comenta que ella era quien tenía el rostro
del Salvador en un lienzo. Además, pudo ser ella, junto a otras personas,
quienes prepararan el cuerpo de Jesús en el Sepulcro, por lo que tendría cierta
lógica que esta mujer se encargara de custodiar tanto la Sábana Santa como el
Santo Sudario tras la Resurrección de Cristo.
Hasta
de tres telas diferentes nos hablan los textos sagrados. La Sábana Santa, que es
la que supuestamente se cita en el Evangelio de Nicodemo y que en la actualidad
se encuentra en la Catedral de San Juan Bautista de Turín. El Santo Sudario,
que es el trozo de tela que cubrió la cabeza de Jesús tras bajarlo de la cruz y
que está custodiada en Oviedo dentro de la denominada Arca Santa. Y, por
último, el Santo Rostro.
La
leyenda del Santo Rostro está fundamentada en la supuesta carta que el rey
Abgaro V, de la ciudad de Edessa, envió al propio Jesús, ya que el rey tenía la
lepra y, al conocer que el mesías hacía milagros, contactó con este para que le
salvara la vida. El contenido de esta carta es el siguiente:
“Abgaro Ucama,
príncipe de Edessa, a Jesús el Salvador, que se ha manifestado en Jerusalén. Salud.
He oído hablar de las curaciones que has hecho, sin usar hierbas, ni otros
remedios ordinarios. Y es que devuelves la vista a los ciegos, y que haces
andar a los cojos, y que limpias la lepra, y que arrojas los demonios inmundos,
y que curas las enfermedades más crónicas, y que resucitas a los muertos. Y,
oyendo tales cosas, me he persuadido de que tú eres Dios, o Hijo de Dios, y que
estás en la tierra con el fin de realizar esas maravillas. Y por eso te
escribo, para suplicarte que vengas a mí, y que me cures de la enfermedad que
me atormenta. Y he oído decir que los judíos murmuran de ti y que te preparan
celadas. Y yo poseo una ciudad que es pequeña, pero honesta, y bastará para los
dos”.
Jesús
le contestó con otra carta:
Bienaventurado seas,
tú, Abgaro, que crees en mi sin haberme conocido. Porque de mí está escrito:
Los que lo vean no creerán en él, a fin de que los que no lo vean puedan creer,
y ser bienaventurados. En cuanto al ruego que me haces de ir cerca de ti, es
preciso que yo cumpla aquí todas las cosas para las cuales he sido enviado, y
que, después de haberlas cumplido, vuelva a Aquel que me envió. Y, cuando haya
vuelto a Él, te mandaré a uno de mis discípulos, para que te cure de tu
dolencia, y para que comunique a ti y a los tuyos el camino de la
bienaventuranza”.
Se
dice que uno de los setenta discípulos que tenía Jesús, Tadeo, llegó a la
ciudad de Edessa tras la ascensión del mesías al Reino de los Cielos, y que
este curó al rey de su dolencia, allá por el año 29 d.C. Exacto, en el año 29
d.C. murió realmente Jesús a la edad de los treinta y tres años, por lo que Jesús
no nació en el año 0 de la nueva era, sino que verdaderamente nació en el año 4
a.C.
Sin
embargo, cuando en el siglo IV d.C. Eusebio de Cesarea traduce la correspondencia
entre el rey Abgaro y Jesús, se redacta un texto llamado Doctrina de Addai, que
trata la conversión al cristianismo de la ciudad de Edessa. En esta obra, Jesús
no responde con la carta anteriormente descrita, sino que será el emisario del
rey Abgaro quien le lleve el mensaje de Jesús de forma verbal junto a un
retrato con su rostro que pintará él mismo por encargo del monarca. El
mismísimo Santo Rostro de Jaén, también conocido como Mandylion de Edessa.
Esta
reliquia permaneció oculta hasta el año 525 cuando unas lluvias dejaron al
descubierto el nicho donde se encontraba, aunque también pudo aparecer a causa
de un terremoto. En aquella época Santa Elena encuentra la Vera Cruz, y en los
siguientes siglos hubo una verdadera fiebre por las reliquias donde cada ciudad
tenía la suya propia.
Con
la aparición del Mandylion, Edessa fue sitiada por los persas casi veinte años
más tarde, provocando que la reliquia fuera sacada en procesión y que el ejército
sasánida se retirara, por lo que es probable que la ciudad pagara algún tributo
para evitar el ataque, aunque a la población se le vendiera que era un milagro
del Mandylion.
Tras
la muerte de Mahoma un siglo después, Edessa fue conquistada por los árabes. Estos
permitieron a los cristianos seguir con el culto a la tela. En el año 944 las
tropas de Bizancio asediaron Edessa, exigiendo el Imperio Romano el pago de un
rescate y la entrega de distintas reliquias, como el Mandylion, para trasladarlas
a Constantinopla.
En
el año 1204, Constantinopla fue tomada por los Cruzados, iniciándose así el
Imperio Latino en esa zona. Por aquella época, en España se estaba combatiendo
por reconquistar los territorios que los musulmanes dominaban. Desde ese año,
los caballeros templarios se encargaron de custodiar tanto la Sábana Santa como
el Mandylion de Edessa. Incluso ocho años más tarde, el Mandylion pudo estar
presente en la famosa batalla de Navas de Tolosa, cuya victoria supuso el giro
definitivo a favor de los cristianos en la Reconquista. El Santo Rostro sirvió
para que los cristianos soldados creyeran con toda su fe que Dios estaba con
ellos y que este seguía queriendo que hubiera guerra.
Jacques
de Molay, último Gran Maestre de la Orden del Temple, fue quemado vivo en el
año 1314. En esos años, la orden que tenía poder sobre los terrenos de la
actual provincia jiennense era la Orden de Calatrava, herederos directos de la
Orden del Temple y que combatieron junto a ellos en las Navas de Tolosa.
Existe
otra leyenda que dice que, cuando el rey Fernando III el Santo conquista la
capital del Santo Reino en 1246, deja en ella una imagen llamada Virgen de la
Antigua, situada hoy en día en la Capilla Mayor de la Catedral, justo encima de
donde se guarda el Santo Rostro. Fernando III se llevó consigo el Mandylion hasta
que tres años más tarde conquistó Sevilla y lo dejó allí, de donde la traería
el Obispo Nicolás de Biedma a finales del siglo XIV.
Este
hecho demuestra claramente que San Eufrasio no trajo de Roma a Jaén la reliquia
como nos ha querido hacer ver la iglesia durante estos siglos, al igual que no son
ciertas otras tantas historias que el clero jiennense nos ha vendido como
ciertas. Incluso tampoco está claro que a Jaén se la conozca como del Santo Reino
por el hecho de que la reliquia se encuentre la ciudad, ya que puede ser llamada
así por el hecho de que el rey que conquistó Jaén se le conocía como El Santo.
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