La puerta se describía como "dos puertas en una dispuestas de modo que ninguna se descubre de frente", o dicho de otro modo, era una puerta que, debido a su anchura, tenía doble entrada: un pequeño postillo por donde pasaban las personas, y otra entrada más grande por donde circulaban las bestias y los vehículos. Estas puertas eran separadas por una columna para realizar un control más exhaustivo de las personas y mercancías que entraban y salían de la ciudad. Se sabe que la puerta contaba con arcos de ladrillo, estaba flanqueada por dos torres almenadas, y era defendida por un cantón y torreón adelantado.
Especial importancia obtuvo la Puerta de Baeza en el siglo XIV, cuando los judíos fueron objeto de persecuciones, lo que hizo que el pueblo judío aproximaran sus casas a esta puerta. Durante mucho tiempo, la Puerta de Baeza daba acceso al barrio de la judería, siendo la entrada principal a esta.
Entre los muros de la puerta se sitúa una de las leyendas más curiosas y esotéricas que se conservan. Se dice que unos ganaderos que estaban de viaje pidieron pasar la noche en una casa entre la plaza de los Huérfanos y la calle del mismo nombre. Aceptando la dueña por la generosa retribución que le ofrecían los pastores, estos se alojaron en el sótano, como ellos querían.
A media noche la hija de los dueños se despertó y oyó unos extraños susurros que procedían de los sótanos de la casa, y sigilosamente descendió hacia ellos y vio, sin que los hombres se percataran de su presencia, como estos se encontraban alrededor de una vela encendida y pronunciaban unas palabras en un idioma que no comprendía. Tras las palabras y el ritual se abrió mágicamente uno raja en los muros; sin pausa, los pastores entraron por la grieta y al poco salieron cargados de monedas, joyas y otros objetos preciosos.
Apagaron la vela y entonces la brecha del muro se cerró. Al día siguiente los ganaderos abandonaron la casa, y la muchacha, que había memorizado las extrañas palabras que oyó pronunciar, pidió a su madre, tras decirle escuetamente lo que había visto, que la acompañara al sótano esa misma noche. Encendió la vela, que estaba ya muy pequeña por el uso de los pastores, y repitió el ritual que había observado, pronunciando las palabras mágicas; entonces, efectivamente, se abrió de nuevo el muro, ante el gran asombro de la madre.
En pleno siglo XXI, un puente de madera invita a cruzar los restos arqueológicos que se hallan bajo el mismo, al igual que lo hacían nuestros antepasados a lo largo de la historia.
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